En un capítulo de la tercera temporada de Los Simpson, el profesor Frink, ese loco y solitario científico, se acerca al Sr. Burns para mostrarle un nuevo y brillante invento:
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Frink: “Mire, señor Burns, mi último invento: un detector de sarcasmo.”
Burns: “¡Oh, sí, maravilloso invento, muy útil!”
El aparato empieza a pitar y explota.
El sarcasmo puede ser un recurso ingenioso para relajar un momento difícil, como cuando sabemos que nuestro amigo jugó un pésimo partido de fútbol, pero al salir de la cancha, y en medio del silencio, le decimos: “Menos mal no metiste gol, porque seguro lo anulaban”. Todos ríen, él incluido. Pero también puede ser cruel, como cuando se usa para humillar o herir. No por nada el filósofo Thomas Carlyle lo definió como “el lenguaje del diablo”.
Sin una pizca de sarcasmo, hay que decir que la etimología de esta palabra es tan gráfica como brutal. Proviene del griego σαρκάζειν (sarkázein), que significa morder o desgarrar la carne con los dientes. Se forma a partir de σάρξ / σαρκός (sarx/sarkós), “carne”, y el sufijo -άζειν (-azein), que indica una acción repetida o intensiva. Del griego pasó al latín como sarcasmus, ya con un sentido figurado: burla cruel o mordaz. Y del latín llegó al castellano medieval como sarcasmo, conservando intacta una imagen locuaz: “morder con palabras”.
El sarcasmo ha acompañado al lenguaje humano durante miles de años. Implica decir algo que, tomado al pie de la letra, significa una cosa, pero en realidad quiere decir otra. “Si vos me decís: ‘uy, qué interesante esto’, lo que en realidad tengo que entender es: ‘no, esto no es nada interesante’”, explica Nicolás Vassolo, psicólogo de la Universidad Austral de Argentina. En mi escritorio, un amigo dejó un día un papel con la palabra “sarcasmo” escrita. Cada tanto lo levanta y me lo muestra, convencido de que no estoy captando una frase sarcástica. Y no le falta razón: no es tan sencillo. Para descifrar el sarcasmo dependemos del tono de voz, la expresión facial y el contexto: quién lo dice, a qué se refiere y cómo podría sentirse.
Por todo eso, el sarcasmo es una capacidad compleja del lenguaje humano que nos separa del resto de animales y que todavía no terminamos de comprender del todo. Vassolo y un grupo de colegas científicos argentinos publicaron recientemente lo que creen que es la primera investigación sobre los correlatos neuronales del sarcasmo en español. En otras palabras, estudiaron cómo nuestro cerebro procesa ese “doble fondo” del lenguaje.
Un malabarismo cognitivo
Entender el sarcasmo no es tarea sencilla. “Implica captar las intenciones del otro, leer de alguna forma sus pensamientos”, explica Vassolo. Detectar el sarcasmo en una afirmación o frase activa áreas del cerebro relacionadas con lo que los neurocientíficos conocen como teoría de la mente: la capacidad de atribuir estados mentales a los demás. Eso es, precisamente, lo que Vassolo describe cuando habla de “leer los pensamientos del otro”.
El neuropsicólogo clínico Javier Tirapu Ustárroz lo resume de manera más simple en un artículo que firma junto a otros colegas: el cerebro es, en esencia, una máquina predictiva orientada a reducir la incertidumbre del entorno. En ese marco, la teoría de la mente se entiende entonces como la habilidad para comprender y anticipar la conducta de las personas que nos rodean, así como sus conocimientos, intenciones y creencias.
Puede ver: Sanitas vuelve a manos de Keralty tras fallo de la Corte Constitucional
Si alguien dice “¡Qué puntual!”, cuando usted llegó 30 minutos tarde, las palabras en sentido literal elogian, pero la intención es crítica. Para captar la intención real, el oyente debe ir más allá del significado literal de las palabras. Eso requiere atribuirle al hablante un estado mental: en este caso, que sabe que usted llegó tarde y quiere expresar desaprobación. Ahí precisamente entra la teoría de la mente: la habilidad de imaginar lo que el otro piensa, siente o cree. Sin ella, solo percibiríamos el sentido literal de las palabras. Sin teoría de la mente, como ocurre en algunos trastornos neurológicos o del espectro autista, puede resultar muy difícil detectar la ironía, el sarcasmo o el humor basado en dobles intenciones.
Por eso se dice que el sarcasmo está asociado con una capacidad esencial para la vida social: la de interpretar intenciones y matices en la comunicación. Sin embargo, aunque es de esa importancia y ha sido estudiado en lenguas como el inglés o el japonés, en español sigue siendo un territorio poco explorado, dice Vassolo, a pesar de que más de 500 millones de personas lo hablan. “Esta falta de investigación no solo implica una subrepresentación cultural, sino que también tiene consecuencias clínicas: hoy no existen pruebas estandarizadas en español que permitan, por ejemplo, mapear las áreas cerebrales implicadas en la comprensión del sarcasmo antes de una cirugía de epilepsia”, agrega.
Cuando un neurocirujano prepara a un paciente para una cirugía de epilepsia u otra intervención cerebral, necesita saber qué áreas del cerebro son críticas para el lenguaje, la memoria, las emociones o la interacción social. Esto le permite decidir qué puede tocar y qué debe evitar a toda costa, porque un error podría dejar secuelas graves. Para ello existen pruebas clínicas y experimentales que miden esas funciones antes de la operación. El problema es que, en español, no hay modelos estandarizados para evaluar cómo el cerebro procesa fenómenos complejos como el sarcasmo. Dicho de otro modo: si el cirujano quiere saber si al operar está afectando la capacidad del paciente de entender intenciones ajenas o captar sarcasmo, no tiene herramientas diseñadas en nuestro idioma para medirlo.
Puede ver: La resolución de Minsalud que reordena la salud en Colombia y pasó de agache
“Ahí fue donde quisimos poner nuestro grano de arena”, explica el investigador. Para hacerlo, diseñaron un experimento sencillo pero riguroso. Reclutaron a 18 personas diestras y sanas, que aceptaron participar en una sesión de resonancia magnética funcional. Durante la prueba, los participantes realizaron una tarea de comprensión de sarcasmo: se les presentaban frases en las que tenían que identificar si el significado era literal o sarcástico. La clave es que este experimento fue diseñado para que la tarea no fuera tan exigente, reduciendo así la posibilidad de que se mezclara la actividad del cerebro con la de la red ejecutiva (atención y memoria).
Mientras los voluntarios escuchaban y procesaban las frases, el escáner registraba en tiempo real qué áreas del cerebro se activaban. Luego, los investigadores analizaron las imágenes con un software especializado, comparando la actividad cerebral en los dos casos: cuando entendían sarcasmo versus cuando entendían el significado literal.
“Lo primero que nos sorprendió es que se activaron áreas, sobre todo en el hemisferio izquierdo del cerebro”, explica el argentino. Los sorprendió porque, de manera tradicional, se enseña que el hemisferio derecho es el más creativo, el más emocional y el que interpreta el contexto, mientras que el izquierdo se asocia al lenguaje literal y al análisis. Bajo esa lógica, se esperaría que el sarcasmo —que depende de matices, ironías y doble sentido— activara más el hemisferio derecho. Sin embargo, los resultados mostraron lo contrario: la diferencia entre lenguaje literal y sarcasmo se dio principalmente en el izquierdo, en áreas clásicas tanto del lenguaje como de la teoría de la mente. Pero no solo eso, a diferencia de la mayoría de los estudios anteriores, el de Vassolo y sus colegas reveló la activación de una red cerebral muy extensa asociada a entender el sarcasmo. (Vea: Compensar lanza planes de medicina prepagada en Colombia)
El mapa cerebral obtenido fue amplio y lleno de conexiones. Se observó actividad en la unión temporoparietal, vinculada con la capacidad de imaginar lo que piensan o sienten los demás (la ya mencionada Teoría de la Mente). También se encendió la corteza prefrontal medial, clave para interpretar intenciones y estados mentales. A esto se sumó la circunvolución frontal inferior izquierda, un área que actúa como “puente” para integrar significados complejos. Finalmente, se activaron varias regiones del lóbulo temporal —medial, superior y el polo temporal—, fundamentales en el procesamiento del lenguaje.
Lo que viene ahora es dar un paso un poco más ambicioso: comparar cómo procesa el sarcasmo una persona sin alteraciones neurológicas con alguien que padece condiciones clínicas donde esa capacidad suele estar comprometida. Los investigadores mencionan dos ejemplos claros: la esquizofrenia y los trastornos del espectro autista, en los que las dificultades para interpretar intenciones, ironías o dobles sentidos son muy frecuentes.
Al contrastar ambos grupos, cree Vassolo, sería posible identificar con mayor precisión qué áreas del cerebro funcionan de manera distinta en unos y en otros. Ese conocimiento no solo enriquecería la comprensión científica de estas patologías, sino que también abriría la puerta a detectar marcadores útiles para diagnósticos más certeros. La apuesta a futuro es todavía más práctica: si sabemos qué redes cerebrales se alteran en la comprensión del sarcasmo en español, se podrían diseñar terapias o entrenamientos cognitivos que fortalezcan las habilidades sociales y comunicativas de quienes tienen estas dificultades.
En otras palabras, no necesitamos la máquina del profesor Frink para entender el sarcasmo, porque eso lo hace nuestro cerebro todos los días. Pero entender cómo lo hace y por qué a veces no lo hace, podría abrir nuevos caminos en la ciencia y ahorrarnos una que otra vergüenza.
👩🔬📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre ciencia? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🧪🧬