“No recuerdo la última vez que tuve contacto con alguien”: el relato de una colombiana atrapada en un crucero por cuenta del COVID-19

El drama de los colombianos varados en el exterior por cuenta del coronavirus no cesa. Esta es la historia de una fotógrafa colombiana que trabaja en un crucero en el que algunos de los tripulantes dieron positivo por Covid-19. Dice que hace 22 días se encuentra aislada en una habitación y no sabe cuánto tiempo pase hasta que pueda salir.

Jesús Mesa
22 de abril de 2020 - 11:07 a. m.
“No recuerdo la última vez que tuve contacto con alguien”: el relato de una colombiana atrapada en un crucero por cuenta del COVID-19

Astrid Carolina Herrera es una fotógrafa colombiana y lleva más de un mes atrapada en un crucero en Estados Unidos por cuenta del nuevo coronavirus. Debido al limitado acceso a Internet al interior del barco, era poco lo que sabía la tripulación sobre el brote de COVID-19 y sus peligros. El barco siguió funcionando normalmente hasta marzo, pero todo cambió cuando dos empleados de la nave se contagiaron.

El Espectador presenta la serie #RelatosDeCuarentena, un espacio donde los colombianos varados en el exterior pueden contar su experiencia en medio de la pandemia que cambió al mundo, mientras esperan por una posibilidad para volver al país.

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Salí de Bogotá el 23 de noviembre, en pleno paro nacional, con rumbo hacía Houston. Allí estaría una noche y luego iría a Galveston, Texas, a embarcar el crucero Liberti of the Seas que hace su ruta por el caribe para trabajar como fotógrafa.

Las jornadas laborales en los barcos son muy extensas y el acceso a Internet es muy costoso. La información del mundo exterior que se tiene tiende a ser limitada y cuando empezamos a oír noticias del coronavirus, como todos, creo que no alcanzábamos a dimensionar la magnitud de la situación.

A mediados de febrero comenzaron las noticias de personas contagiadas en algunos barcos de Europa y a partir de ahí empezó nuestra zozobra, porque nosotros recibíamos a prácticamente 2.000 personas de distintas partes del mundo cada semana. Sabíamos que éramos una población en riesgo. Sin embargo, todo seguía funcionando con normalidad.

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Mis amigos y familia estaban inquietos y ya preguntaban cómo se estaba manejando la situación en el barco. Lo único que podía responderles es que, como siempre, había medidas de sanidad, pero pues estábamos. Si alguien infectado llegaba al barco no había de otra, pensaba. Si nos toca, nos toca.

En ese momento creo que nadie sabía bien de qué trataba el virus. Recuerdo que, en un puerto, cuando llamé a mi mamá, le tuve que preguntar de qué trataba todo el tema del coronavirus. Le dije que me contara cuáles eran sus características y los síntomas, porque al estar en el barco no me enteraba mucho de eso. Pero adentro todo transcurría con relativa normalidad.

Para la primera semana de marzo, cuando iba a comer en el restaurante, en el televisor del lugar las noticias ya solo hablaban del virus. Supimos que ahora era una pandemia y la declaración de estados de emergencia en diferentes países. Ahí creo que entendimos que se trataba de algo grande. Inevitablemente todos nos sentíamos preocupados por el hecho de recibir más pasajeros y que probablemente alguno viniera contagiado.

Finalmente, la compañía para la que trabajo, esa semana decidió cesar sus actividades. El 15 de marzo dejamos de tener pasajeros a bordo y ya no volvimos a atracar en ningún puerto diferente a Galveston, que usualmente lo hacíamos los domingos. Los demás días los empezamos a pasar en el medio del mar. Se tenía en mente que sería solo por un mes, pero todos los días las noticias iban cambiando.

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La primera semana que estuvimos solamente tripulantes en el barco fue fenomenal. Pudimos disfrutar de privilegios que nunca hubiéramos imaginado, usar las piscinas, los restaurantes, de zonas de pasajeros en las que solo se nos permitía transitar, más no utilizar. Ya la segunda semana fue un poco diferente. Subimos preventivamente un nivel de sanidad más y se nos prohibió el contacto físico. No podíamos servirnos nuestra comida, teníamos que comer máximo dos personas por mesa y las filas para entrar al restaurante eran enormes. También restringieron el tránsito por varias zonas del barco.

Para ese momento, ya la compañía nos había hecho saber que estaban tratando de enviarnos a todos a nuestros países de origen, pero algunos ya habían cerrado sus fronteras. En el caso de nosotros los colombianos, el aeropuerto de Bogotá cerraba el 23 y técnicamente teníamos solo un día para viajar porque llegábamos a Galveston el 22, pero supongo que no quisieron arriesgarse a dejarnos varados en algún aeropuerto, pues no alcanzábamos a llegar.

Al terminar esa semana, se encontraron dos casos positivos de COVID-19 a bordo y todo se puso un poco caótico. Había tripulantes camino al aeropuerto y les cancelaron sus vuelos. Ese día decidieron que nos iban a aislar en cabinas de pasajeros por 14 días inicialmente, entonces tuvimos esa mañana para hacer nuestras maletas y alistarnos para estar solos por varios días. Ya llevamos 22 días de aislamiento y no sabemos hasta cuando se vaya a seguir alargando.

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Tras los positivos de COVID-19, el barco se dividió en tres zonas: roja, naranja y verde. La roja es para personas que han presentado síntomas o están contagiados, la naranja para personas que tuvieron contacto con los de zona roja y los de la verde que somos los que estamos aparentemente bien. La compañía está tratando de enviar primero a la tripulación de India, Filipinas, China y Perú en vuelos Chárter (porque las autoridades y las aerolíneas de EE. UU. se han puesto drásticas con los tripulantes de cruceros y han dicho que no los recibirán) y están evaluando la posibilidad de llevar a personas de otras nacionalidades en barcos.

Además, hay dos grupos de personas en el barco en este momento: Grupo 1 que son los que siguen trabajado (Algunas personas de restaurantes y limpieza, los que se encargan de que el barco siga a flote, y áreas como recursos humanos, seguridad, etc…) y Grupo 2 que somos los que estamos aislados en las habitaciones. La empresa hace un gran esfuerzo por cuidarnos y mantenernos sanos, nos traen la comida a la puerta, el internet ahora es gratis, tenemos servicio de lavandería. En general, la gran mayoría estamos bien y somos afortunados.

La soledad juega un papel importante en todo esto. Estoy en ese punto donde ya no recuerdo la última vez que toqué a alguien. Creo que el último contacto físico que tuve fue el 4 de abril. Y bueno, como todo el mundo, intento mantenerme ocupada y positiva. Trato de no perder la cabeza porque nada de esto está en mis manos. En este momento y aunque a veces me desespere la incertidumbre, solo puedo esperar el momento de volver a casa.

Si usted está viviendo una situación similar a la de Astrid y quiere contarnos su experiencia, escribanos a jmesa@elespectador.com

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