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El Mundial sub-20 de 2011 y el sueño de la copa que nunca tuvimos

A propósito de los 31 años de James Rodríguez, repasamos la importancia de la generación que jugó la Copa del Mundo sub-20 en nuestro país. El proceso que regresó a la selección a los mundiales en la segunda década del siglo XXI. Nueva entrega del especial “¿A qué jugamos?”.

Fernando Camilo Garzón
12 de julio de 2022 - 09:05 p. m.
James Rodríguez, en Bogotá, durante el Mundial Sub-20 que se hizo en Colombia. / Archivo El Espectador
James Rodríguez, en Bogotá, durante el Mundial Sub-20 que se hizo en Colombia. / Archivo El Espectador
Foto: Agencia AFP

Colombia llegó al Mundial sub-20 de 2011 esperanzada. La localía, las figuras que ya destacaban en su joven plantilla y el proceso de un técnico exitoso en las inferiores nacionales, como Eduardo Lara, presagiaban que la selección juvenil podía hacer un buen papel en la Copa del Mundo que se jugaba en casa.

Fueron los equipos juveniles de principio de siglo, los de Falcao García, Abel Aguilar, Hugo Rodallega, Freddy Guarín, entre otros, los que alimentaron la ilusión de que una nueva generación de futbolistas había llegado a la selección para volverla a poner en el plano internacional. Un lugar que solo se había alcanzado en la época de Francisco Maturana.

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Sin embargo, para el año en el que Colombia organizó el Mundial sub-20, eso no había sucedido. Tras las eliminaciones de los mundiales de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, la selección naufragaba. Daba la impresión de que los nombres de las promesas, que Reinaldo Rueda y Eduardo Lara impulsaron a inicios de los 2000, se iban a quedar en deuda.

Y ahí apareció la generación del 2011. No tan fructífera como sus antecesores, pero determinante para el futuro de la selección de Colombia porque allí surgió James Rodríguez, la perla que llevó al combinado nacional al nivel que necesitaba para volver a un Mundial. Fue un renacer. Un nuevo aire que la selección buscaba desde 1998.

Colombia y su sueño de hacer un Mundial

En la década de los 80, Colombia se ilusionó en vano con organizar la Copa del Mundo de 1986. Qué habría pasado, es fácil preguntarse, si ese año el Mundial, en el que Diego Armando Maradona coronó su gran legado al lado de Carlos Salvador Bilardo, entrenador que revolucionó en nuestro país a Deportivo Cali, se hubiese organizado en esta tierra.

Por lo menos, la generación que lideraba Willington Ortíz habría tenido esa recompensa que nunca alcanzó de disputar una Copa del Mundo. La deuda que condenó a muchos de los nombres de esos años al olvido, a pesar del invaluable aporte futbolístico a la generación que una década después explotó ante el mundo en los 90.

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Sin embargo, el presidente Belisario Betancur, en un acto de sensatez más bien extraño por estos lares, declinó la organización del torneo, ante la desfachatez del despilfarro de recursos que requiere un evento de esas magnitudes en un país que, todavía hoy, le niega salud, educación y bienestar a buena parte de su población.

Pasaron casi 30 años para que Colombia volviera a tener la posibilidad de organizar un Mundial. Fue en otra categoría, algo incomparable a una Copa del Mundo de mayores, pero en 2011 nuestro país albergó la competición sub-20 de la FIFA. Luis Bedoya, el dirigente colombiano que años más tarde fue condenado por corrupción y lavado de activos relacionados con el FIFA-Gate, encabezó el esfuerzo para lograr la sede.

La selección se preparó para ganar el torneo o, por lo menos, para mejorar el tercer puesto conseguido en el Mundial de los Emiratos Árabes en 2003. Había nombres que ilusionaban, aunque el equipo nunca terminó de definir una idea de juego. Y Eduardo Lara, confundido entre sus creencias y la preparación de los partidos, no cumplió con las expectativas de un equipo que pudo lograr mucho más.

James, la estrella que nació en 2011

Colombia ganó todos los puntos en la fase de grupos. En el debut goleó 4-1 a Francia, en su segunda salida derrotó 2-0 a Malí y cerró la primera fase con un pálido 1-0 contra Corea del Sur. Y no obstante, con los resultados a favor, la selección no convencía.

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La estructura del equipo partía de un 4-4-2. La base del conjunto siempre optó por este sistema en el que todo el peso del juego se soportaba en la mitad de la cancha. Destacaban los nombres de Pedro Franco, capitán y líder de la defensa; Santiago Arias, lateral que años más tarde se adueñó del puesto en la selección de mayores; Luis Muriel, que era el goleador del equipo; Duván Zapata, que era alternativa en ataque, y José Valencia, hijo del mítico Tren Valencia, uno de los históricos de la Tricolor.

No obstante, los grandes nombres de ese equipo, pasaban por los dos enganches: Michael Ortega y, sobre todo, James Rodríguez.

El 10, que ya jugaba en Porto con Falcao y Guarín, era el eje de la estructura de Lara. Todas las posibilidades ofensivas del equipo pasaban por su cabeza y salían de sus pies. Había surgido de las inferiores de Envigado, pero estalló en el Banfield de Argentina. Durante años, estuvo por fuera del proceso de las selecciones menores, pero el público lo pedía en el equipo. Había la sensación, entre los aficionados, de que James Rodríguez era uno de los diferentes. Y el instinto no engañó a la razón.

Colombia terminó sin pena ni gloria el torneo de 2011 eliminado en cuartos de final por México y tras derrotar a Costa Rica en octavos. Para muchos fue un fracaso, pero en esa selección se había gestado la figura que llevó a Colombia a su mejor puesto en una Copa del Mundo de Mayores en 2014. James, el goleador del Mundial de Brasil.

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Tras Francia 98, Colombia estuvo ausente de los mundiales durante 16 años. Tres torneos orbitales, por fuera. Y ese año, 2011, mientras, a la par del campeonato sub-20, la selección jugaba la Copa América y quedaba eliminada tras perder con Perú en cuartos, ya se alegaba que a la selección de Falcao le faltaba al lado el talento descollante del cucuteño.

Todo estaba servido para que Colombia regresara al máximo plano. Lo único que faltaba era que se juntaran las piezas. Y que un estratega, con otras ideas, otra disciplina y un método de trabajo diferente a lo que ya estábamos acostumbrados, asumiera el reto. Así se definió el futuro inmediato de la selección, que hizo historia en Brasil 2014 para nuestro fútbol y poco le faltó para repetir la gesta en Rusia 2018.

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