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La caficultura, y en general las labores del campo, han sido asumidas principalmente por los hombres. Sin embargo, ellas nunca fueron ajenas a este trabajo, pues lo ejercían desde las labores no remuneradas, pero que a su vez son esenciales para el ámbito productivo.
Algunos ejemplos son el cuidado de la huerta, el manejo de semillas, atender a los animales y alimentar a los peones. Así lo explica Ángela María Penagos, directora de la oficina de la CEPAL en Bogotá. Y añade que “si ellas no hacen estas actividades, habría que pagarle a alguien para que las hiciera”.
Con el pasar de los años, las mujeres han pasado al frente en los cultivos. Ya no solo sostienen las labores que están detrás de la actividad económica sino que también lideran la producción y asumen el liderazgo de las fincas. Por la importancia que tienen vale la pena resaltar el trabajo de las mujeres y el cierre de la brecha de género en una actividad que alcanzó cifras históricas: la caficultura.
Ahora el 31 % de los productores de café son mujeres y desde hace dos años y medio han empezado a ocupar cargos de representación dentro de la Federación Nacional de Cafeteros (FNC). Yuliana López y Argenys Rojas son apenas dos ejemplos de que hay oportunidades en el campo y de que la caficultura es una actividad rentable.
La oportunidad detrás del legado
Desde El Águila, Valle del Cauca, Yuliana López Agudelo ha tomado las riendas de la finca cafetera de la familia. Aunque lleva seis años dedicada a estas labores, con 24 años, es parte del 26 % de los caficultores que son jóvenes. Si bien es de la cuarta generación, en principio no tenía en sus planes dedicarse al café.
Cuando tenía siete años, López y su hermana menor quedaron huérfanas debido a un doble homicidio del que fueron víctimas sus padres. Desde entonces quedó al cuidado de un tío, terminó el colegio a los 16 años y se fue para Pereira (Risaralda) a estudiar una técnica en auxiliar administrativo en salud. Su plan era continuar con un pregrado por la misma línea.
Pero cuando regresó a la finca le cambió la vida. “Cuando vi el cafetal no estaba bien y pensé: esto es mío, nadie lo va a cuidar como yo”, recuerda la joven. Fue entonces cuando, a sus 17 años, decidió hacerse cargo del terreno que le dejaron por herencia.
Para ella fue uno de los mayores retos porque sabía lo básico: coger café, no tenía idea de fertilización, manejar trabajadores o administrar. Así que se dedicó a aprender y a renovar los cafetales para que volvieran a ser productivos.
“Como mujer fue difícil. Se necesita autoestima y carácter. El mundo del café ha sido muy masculino, donde la mujer sólo cocina para los trabajadores. Dar órdenes a hombres mayores fue complejo y siempre lo hice con respeto. Incluso pensé en vender la finca, pero me puse las pilas y lo logré”, recuerda López.
Ahora no solo lidera su proyecto productivo, sus labores se han extendido. En febrero de este año se convirtió en la integrante más joven de un comité municipal cafetero de la FNC cuando entró al puesto de suplente. Desde ese cargo les dice a los jóvenes que no se avergüencen de estar en el campo porque el café es una profesión. “Hay muchas oportunidades y se puede ser feliz y exitoso allí”, sostiene.
Aunque el camino ha sido difícil, ella lo volvería a recorrer mil veces porque se enamoró del café. “La caficultura ha sido un arraigo a la tradición y al amor, porque esto viene de familia. Creo que la mejor manera de honrar la memoria de mis padres y su legado es trabajar lo que ellos consiguieron con tanto sacrificio”, expresa López.
El derecho del café
Si Argenys Rojas Hoyos hubiese sabido el tesoro que tenía en su familia, posiblemente no habría estudiado derecho. Su familia empezó como jornalera, pues sus padres tenían seis hijos cuando decidieron sembrar café en un lote en Timaná, Huila.
Al principio “todos se reían porque decían que allá no se daba ni una pepa. Sembramos 4.000 árboles, luego 7.000. Desde que tengo uso de razón he trabajado cogiendo café”, relata la productora.
Pero su historia familiar no solo la llevó al cultivo, también la empujó a ser abogada. En 1998 su padre se suicidó y dos años después murió uno de sus hermanos en un accidente y, aunque demandaron al responsable, perdieron el juicio.
“Ese día nació mi sueño de ser abogada para ayudar a la gente pobre, porque perdimos el caso por falta de recursos”. Desde 2015 se dedica a ello, posteriormente se hizo especialista en derecho administrativo y magíster en derecho público. Y es una campesina orgullosa. “Amo el café porque gracias a él hemos podido salir adelante y tener calidad de vida, también soy representante suplente al comité departamental del Huila, defensora pública en la Defensoría del Pueblo y delegada suplente en la Junta Directiva de Juan Valdez”, destaca Rojas.
En la pandemia de 2020, cuando cerraron los juzgados, se fue para la finca. Ayudó a su hermano a recoger café y con ese lote ganaron el Yara Champions en 2021, con una taza de 86,47 puntos.
El patrimonio familiar arrancó con tres hectáreas y 4.000 árboles, pero ahora tienen seis hectáreas y sembraron 17.000 árboles. Rojas alterna sus dos labores: de abogada litigante en semana y de caficultora en los fines de semana.
Si bien su sueño no es estar de lleno en el cultivo, anhela con terminar su doctorado y poner un mirador en la finca, que está a 1.450 msnm. “Queremos seguir proyectándonos a futuro, con cafetería y turismo. Vamos a seguir produciendo el mejor café y trabajándolo. Yo seré cafetera hasta el día en que me muera”, finaliza.
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