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La Agencia Internacional de Energía (AIE) dio un giro frente a sus proyecciones del año pasado y ahora plantea que el consumo mundial de petróleo será más persistente de lo previsto.
En su informe más reciente, publicado este miércoles, el organismo señala que la demanda no se estancaría hacia 2030, como se venía anticipando, sino que podría seguir aumentando hasta 2050, en línea con una adopción más lenta de autos eléctricos y un avance menos acelerado de las energías renovables.
Más consumo de petróleo
La AIE volvió a hablar en su informe de un escenario en el que las políticas energéticas de los países no avanzan al ritmo necesario para frenar el uso de combustibles fósiles.
Bajo ese panorama, el consumo de petróleo no solo no toca techo en esta década, sino que continúa creciendo hasta alcanzar unos 113 millones de barriles diarios en 2050.
La propia agencia explicó que tomó esta decisión por las “crecientes incertidumbres” en el frente político, económico y energético, y negó que se tratara de una presión externa del gobierno de Estados Unidos.
Otro punto que subraya el informe es el impacto que tendría un consumo más alto en los mercados.
La AIE advierte que, en el escenario de políticas actuales, esa demanda adicional “absorbe” más rápido la oferta disponible de crudo y de gas natural licuado.
Con menos holgura en el mercado, los precios del petróleo podrían ubicarse alrededor de US 90 por barril hacia 2035. Para sostener ese nivel de consumo, además, serían necesarios cerca de 25 millones de barriles diarios provenientes de nuevos proyectos o de productores que hoy están bajo sanciones.
Esto significa que, si el mundo no acelera la transición, tendrá que seguir invirtiendo en petróleo y gas para evitar tensiones de oferta.
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La situación de las renovables
El informe también matiza el papel de las energías renovables. La AIE reconoce que la solar fotovoltaica y el resto de fuentes de energía más limpias siguen creciendo más rápido que las fósiles en todos los escenarios, y que China seguirá siendo el gran motor de instalación en la próxima década. Sin embargo, advierte que ese avance no es igual de fuerte en todos los países ni bajo todas las políticas.
En la proyección intermedia, el carbón toca techo y el petróleo se estabiliza hacia 2030, pero el gas todavía gana espacio de 2030 hacia delante por decisiones recientes en Estados Unidos y por precios más bajos.
Es decir, la transición sigue, pero no a la velocidad suficiente como para desplazar por completo al crudo en las próximas dos décadas.
El documento se publica, además, en un momento políticamente sensible. La publicación coincide con la reunión de delegados en Belém, Brasil, por la COP30, una cumbre que llega marcada por las tensiones alrededor de las metas climáticas y por el giro de la administración estadounidense, que ha buscado ampliar la producción de petróleo y gas y desmontar parte de las políticas de energía limpia de su antecesor. Organizaciones presentes en la cumbre leyeron el regreso del escenario de políticas actuales como una señal de que, con ese contexto, la transición no puede depender de la voluntad de un solo país y de que el mundo seguirá expuesto a más emisiones si no hay decisiones coordinadas.
La cruda realidad
La nueva fotografía de la AIE también acerca sus cifras a las de la OPEP. El escenario en el que la demanda de petróleo continúa creciendo hasta 2050 se parece más a las proyecciones del bloque de productores, que desde hace años viene defendiendo la idea de un consumo sostenido de crudo a largo plazo. Esto ocurre después de varios cruces públicos, en los que la OPEP acusó a la agencia con sede en París de impulsar una “narrativa antipetróleo”.
Finalmente, la AIE advierte que, cualquiera que sea la senda que tomen los países, los riesgos para la seguridad energética siguen ahí. Menciona sanciones sobre productores, la incertidumbre en torno al suministro ruso de gas natural y las amenazas de ciberataques contra infraestructura eléctrica.
Para el organismo, se trata de un entorno con “una gama de amenazas sin precedentes”, que obliga a los gobiernos y a las empresas a planear con más de un escenario sobre la mesa.
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