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La lucha contra el cambio climático acaba de ganar un nuevo frente (y un nuevo liderazgo). Brasil, sede de la COP30, anunció este viernes en Belém la creación de una coalición internacional para armonizar los mercados de carbono, respaldada nada menos que por China, la Unión Europea, el Reino Unido, Canadá, Chile, México, Francia, Alemania, Armenia y Zambia.
El objetivo es construir un sistema global coherente que permita que los derechos de emisión de un país puedan comerciarse o reconocerse en otro, con reglas claras, verificables y transparentes.
Se trata de poner orden en el caos actual del comercio del carbono, un sistema que nació para penalizar a los grandes emisores y premiar a quienes reducen su contaminación, pero que hoy opera como un mosaico de normas inconexas, con más de 40 impuestos al carbono y 35 esquemas de comercio de emisiones activos en el mundo.
Brasil, que preside esta iniciativa, apuesta por convertir esa dispersión en una red coherente, una especie de mercado global con reglas comunes, capaz de dar certidumbre a los países y empresas que buscan descarbonizar sus economías sin perder competitividad.
Con esta coalición, Brasil pasa de ser un receptor de compromisos climáticos a un arquitecto de soluciones internacionales, al ofrecer un espacio de coordinación que, de consolidarse, podría transformar el modo en que se mide y comercializa la contaminación.
La UE y China: un respaldo que cambia el tablero
La adhesión de la Unión Europea y China da a la iniciativa un peso geopolítico inédito. Europa cuenta con el mercado de carbono más avanzado del planeta, el EU ETS, que desde 2005 pone precio a las emisiones industriales y ha logrado reducir en más de 40 % las emisiones del bloque.
Por su parte, China, responsable de casi un tercio de las emisiones globales, opera desde 2021 un mercado nacional que cubre al sector eléctrico, y que planea expandir a la siderurgia y el cemento. Su incorporación a esta coalición marca un punto de convergencia entre las dos mayores potencias climáticas, históricamente divididas en sus modelos de control ambiental.
Si logran sincronizar sus sistemas (aunque sea parcialmente), la posibilidad de un mercado de carbono verdaderamente global dejaría de ser una utopía diplomática.
El metano y los combustibles fósiles “limpios”
La cumbre de Belém también dejó otro anuncio relevante: la firma de una declaración para crear un mercado mundial de gas natural con bajas emisiones de metano, respaldada por el Reino Unido, Japón, Alemania, Francia y Noruega.
El metano, aunque menos conocido que el CO₂, tiene 80 veces más poder de calentamiento en sus primeras décadas en la atmósfera, y es responsable de un tercio del calentamiento global actual.
Los países firmantes prometieron medir y reducir las fugas en la producción y transporte de gas, bajo la idea de que solo los combustibles fósiles con trazabilidad ambiental podrán seguir vendiéndose en un mundo que avanza hacia la descarbonización.
Si el proyecto prospera, el mercado del carbono dejaría de ser un tablero disperso y se convertiría en un sistema global verificable.
Y si fracasa, quedará al menos la señal de que el mundo empieza a hablar el mismo idioma cuando se trata de poner precio al daño ambiental.
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