A veces abusamos de los títulos de los libros que dejó Gabriel García Márquez, y con el mea culpa de hacerlo nuevamente, hablar de la tragedia de Armero es hablar de la Crónica de una tragedia anunciada. No es que sea un caso más de pontificar sobre el pasado, pero las advertencias que hubo frente a lo que finalmente ocurrió ya sitúan uno de los tantos problemas que hay detrás de este triste episodio para nuestro país, y es, en pocas palabras, la negligencia e indiferencia del Estado.
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Cuando un Estado abandona a su gente afloran los vacíos y estos se asientan en el tiempo de distintas formas. Aquí no es solamente hablar de lo que ocasionó la avalancha que arrasó en 20 minutos con un pueblo de más de 22.000 personas, sino precisamente de los miles y miles de historias que quedaron enterradas, de los miles y miles de incógnitas que quedaron para los sobrevivientes y familiares de las víctimas, de los niños que fueron entregados en adopción y cuyo rastro se evaporó, de las explicaciones y reparaciones frente a la verdad, la memoria y la dignidad de los muertos.
A falta de las soluciones oficiales, en este y otros lugares que cargan con traumas colectivos, la cultura aparece no para llenar vacíos y suplir lo que al Estado y a la sociedad le corresponden, pero sí para intentar darle sentido a las narrativas y a las historias que terminan contando desde muchos ángulos ese hecho que nos marcó.
En el caso de Armero, la literatura, de la mano del periodismo, se ha encargado de retratar a los sobrevivientes y sus esfuerzos por sanar sus traumas y sus heridas, por contar la cotidianidad de Armero antes de aquel 13 de noviembre, por ir más allá de las imágenes ya frecuentes, como es el caso de la pequeña Omayra Sánchez, y, en otros casos como el cine o la fotografía, por seguir manteniendo vivas las preguntas que eviten la impunidad frente a sucesos como los niños desaparecidos que fueron entregados en adopción sin posibilidad de hacer algo sobre su futuro y destino.
Francisco González, director de la Fundación Armando Armero, afirmó en un texto publicado en el libro Armero, volver al mapa, que “Los problemas de Armero no se solucionan con la publicación de un libro (...) pero sí hace parte de los compromisos adquiridos, y con la celeridad que el ministro manifiesta, (refiriéndose al entonces ministro de Cultura Juan David Correa) los problemas se aminorarán y entre todos haremos que Armero vuelva a aparecer en el mapa”.
Hay libros que parece que formaron una especie de canon para comprender qué pasó con Armero y los días posteriores a la tragedia. Entre tantas otras obras que han aparecido con los años, se señalan con frecuencia Los últimos días de Armero, de Carlos Orlando Pardo; Armero, un luto permanente, de Luz García; Los sordos ya no hablan, de Gustavo Álvarez Gardeazábal o El barro y el silencio, de Juan David Correa.
Precisamente, sobre este último libro, hablamos con su autor, que fue hace poco exministro de Cultura, y quien a través de una conversación con su mamá cuenta la historia de sus abuelos, que murieron ese 13 de noviembre de 1985 por la avalancha, afirmó: “En la vida que vivieron esas dos personas desde 1948 hasta 1985, en la vida que vivió mi mamá entre 1951 y 1963, siendo una niña —porque después la mandaron a Bogotá—, o en la vida que vivieron mis primos y todos los que fuimos ahí, hay una clave que tenemos que recuperar. No nos pueden someter cada 13 de noviembre a considerar que lo único que nos pasó fue una avalancha por encima. Debajo de esa avalancha hay miles de historias, de fuerzas, de ideas, de trabajo, de cariño, de afecto que me interesa recuperar. (...) En ese libro hubo una concatenación de cosas, de afectos y defectos que terminaron en esta historia que tiene, como ya lo hablaremos ahorita, todo que ver con la historia de mi madre, de mis abuelos y de 25 mil personas más que hoy son árboles, plantas y raíces en ese territorio llamado Armero".
Si hablamos de cine, por ejemplo, está el documental “Armero, lo que nos dejó el volcán”, estrenado en 2018 por Señal Colombia, y que sigue el rastro de cuatro niños, nietos de algunos de los sobrevivientes de Armero, que están investigando lo que sucedió en las décadas posteriores al desastre. En su recorrido por los lugares aledaños a Armero, buscaron muestras culturales que han logrado mantenerse y que dan cuenta de las memorias del pueblo antes de la tragedia.
Por otra parte, es conocido también el documental de Rubén Mendoza, “El valle sin sombras”, en el que indaga, por medio de archivos y entrevistas a sobrevivientes, por las causas de la avalancha, los niños desaparecidos y la negligencia del Estado.
Volviendo a la literatura, en una entrevista realizada por Pijao Editores, Luz García habla de la importancia de los libros que ha escrito para que Armero no sea un asunto que se mencione cada 13 de noviembre, sino que permanezca en la memoria colectiva de los colombianos: “Cada vez que encuentro un armerita, es inevitable hablar de Armero y hablar de Armero es reconstruirlo en la memoria, las personas, calles, sitios… todos esos recuerdos congelados afloran y esto me motivó a continuar estas historias que por muchos libros que se escriban jamás se terminarán de contar, Armero nunca morirá y escribir es mantener vivo este recuerdo”.
Por otra parte, Ariel Alarcón, psiquiatra que sobrevivió a la avalancha de Armero cuando era médico rural en ese lugar, acaba de publicar Amar el volcán, libro en el que cuenta su testimonio y su proceso para tratar el trauma que le dejó lo ocurrido. Frente al papel de la literatura en este caso, el autor aseguró: “Son memoria histórica, y eso es trascendental. Todos debemos conocerla. Y no solo las catástrofes naturales, también las humanas. La cultura, el arte, la música, la danza, la literatura, la poesía, incluso el tejido o la orfebrería, ocupan un lugar muy importante porque permiten a quien crea hacer catarsis y elaborar el trauma. Y a quienes leen o miran, les tocan elementos de su alma que también les permiten elaborarlo. El papel de la cultura es absolutamente indispensable para entendernos y trascender, tanto individual como colectivamente”.
Correa, que salió hace unos meses del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, expresó también una reflexión sobre el papel del Estado en un caso como el de Armero.
“Y claro que siento un gran dolor de que un hombre como Iván Duque Escobar, exministro de Minas y Energía de Betancur de ese año, se haya dirigido de una manera tan arrogante al representante, exalcalde de Manizales, Hernando Arango Monedero, cuando el 25 de septiembre, en la Cámara de Representantes, hace un debate y le dice —está en las actas—: ‘Armero puede desaparecer’. Y el ministro alza los hombros y le dice: ‘usted es un profeta del apocalipsis, usted quiere sembrar el pánico económico, usted, pobre tipo…' Mejor dicho. Y eso pasa. Entonces, siento que hay una especie de indolencia en nuestras clases dirigentes, que es contra lo que yo luché. Por eso, todo lo que me decían intentaba tramitarlo, o incluso decirle al otro: “no puedo”, o preguntarle “¿qué hacemos?”, porque sé que lo que me está diciendo es importante.
Creo que esa tiene que ser un cambio de actitud en el país. No podemos con todo, pero si asumimos una responsabilidad, tenemos que responder por ella, para bien o para mal, por acción o por omisión. Y en Armero hubo omisiones clamorosas y brutales, como las hubo en el Palacio ocho días antes. Lo que nos hace pensar entonces que teníamos —y tenemos todavía— una cultura política e institucional que no está allí para entender el tamaño de su responsabilidad, sino para elegir hacer o no hacer unas cosas y después decir: ‘pues sí, todo es nuestra responsabilidad, pero no importa’. Y sí importa. Importa que se acabaron 25 mil vidas esa noche del 13 de noviembre, y ocho días antes 101 más fueron asesinados y 11 desaparecidos o tantos más. Importa, porque eso no lo hemos podido resolver, y no tiene ya una manera fácil de resolverse. Eso nos complica la vida a todos como sociedad, ni más ni menos. Entonces, ¿culpable el señor o no? No, no solo dependía de ese señor. Dependía de una actitud. De la actitud de los seres humanos que llegan a un lugar de responsabilidad para entender por qué están ahí“.
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