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Arte urbano en Portugal: muros que tumban el estereotipo de la calle

El arte urbano pasó de ser prohibido a convertirse en un género artístico relevante y legitimado incluso desde lo gubernamental. En Portugal, por ejemplo, el Estado encontró la fórmula para garantizar que se preserve la memoria de sus construcciones y que en simultánea cientos de artistas urbanos cuenten con un escenario para desarrollar su sentido creativo.

Lorena Guerrero Moreno
11 de noviembre de 2020 - 10:52 p. m.
Modernidad y tradición se mezclan en las calles portuguesas.
Modernidad y tradición se mezclan en las calles portuguesas.
Foto: Lorena Guerrero Moreno

Que el arte trascienda las fronteras de los museos no es nuevo, tampoco lo es que su impacto vaya más allá de los sitios que les aloja o que su credibilidad sea cada vez mayor. El arte callejero se ha convertido en una forma no solo de protesta, sino de revitalizar los lugares, una forma de recorrer sus problemáticas y dar visibilidad a causas sociales como el cambio climático.

El arte urbano pasó de ser prohibido a convertirse en un género artístico relevante y legitimado incluso desde lo gubernamental. En Portugal, por ejemplo, el Estado encontró la fórmula para garantizar que se preserve la memoria de sus construcciones y que en simultánea cientos de artistas urbanos cuenten con un escenario para desarrollar su sentido creativo.

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Una ley les otorga licencias para crear en lugares autorizados, de manera que no atenten con las fachadas, ni se interrumpa el legado de la arquitectura antigua. La política, además, considera incentivos económicos para nuevos proyectos y la intervención de obras oficiales. Organismos como la Galería de Arte Urbano (GAU), en Lisboa, se encarga de ser la principal plataforma de promoción para los artistas, de convocar y organizarlos.

Arte a otro nivel

Quizás como consecuencia de esta visión progresista del espacio público, es que Lisboa y Porto se han posicionado en lo más alto del arte urbano y se les identifica como museos al aire libre. Capitales que pasaron de ser abiertamente anti-grafiti, a convertir el street art en uno de sus grandes atractivos, lugares referentes que han servido para que esta actividad sea tomada en serio y a la vez sea más profesional.

Artur Bordalo es uno de los artistas portugueses de mayor reconocimiento internacional. Bajo el sello de Bordalo II, sus obras se vinculan con la preservación de la naturaleza y apuntan a preocupaciones claras sobre sostenibilidad. A partir de materiales recuperados de la basura, sensibiliza sobre los hábitos de consumo y la mentalidad materialista. Un propósito que no solo deja su huella en la estética de Lisboa o Porto, sino que se extiende a naciones como Francia, Estonia, Estados Unidos, Chile o Brasil.

Para Artur Bordalo cuando se obtiene visibilidad como artista es muy importante tener un mensaje o de lo contario la obra es superficial. “El arte debe ser gratuito. Darse a conocer y trabajar en la calle significa que debes tener algo que decir, porque te estás comunicando con mucha gente y así puedes resaltar y/o concienciar temas relevantes”, dice el lisboeta que ha utilizado más de 60 toneladas de residuos en sus vistosas piezas.

La forma animal es protagonista en el trabajo de Bordalo: peces, aves, conejos, tortugas, mapaches, adquieren voz y hacen parte de su llamado. En su propuesta de Big Trash Animals se identifican desde tuercas, juguetes hasta sanitarios, cualquier elemento al que se pueda sacar provecho y que alerte respecto a la sobreproducción de desechos, son los residuos los que contradictoriamente representan la naturaleza, incluso en obras acuáticas.

Cuando se ve un grafiti, es espontáneo preguntarse quién lo hizo y cuál fue su propósito, entender qué hay detrás de lo aparentemente evidente. “Si la gente ve una obra de arte que habla de asuntos de sostenibilidad, y aunque no se conecten con ella, esta influirá automáticamente y casi de forma inconsciente en las personas”, al menos de esto está convencido Bordalo.

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El arte callejero en Portugal y el vandalismo ya no se asocian. Por el contrario, para los lusos es algo que genera orgullo tanto a jóvenes como a las generaciones mayores. La Revolución de los Claveles, en la Lisboa de 1974, impulso esta expresión y cuarenta años después, en 2014, se hizo el primer mural legal en Porto. Un proceso de aceptación que tardó décadas, hasta que la secuencia hizo posible una ruta de arte urbano y festivales propios para su promoción.

Estarreja, Covilhã, Coimbra o Figueira da Foz son otras de las poblaciones donde se pueden apreciar piezas de calidad. Natalia Morales es una turista bogotana que visita por primera vez el país y afirma que lo más le gustó de la diversidad en su arte. “Te sorprende en medio de calles pequeñitas y sin pretensiones, solamente buscando darle vida a lo cotidiano”, dice.

Lo que apareció hacia los años sesenta, y ganó fuerza hacia los noventa como una crítica que se creía temporal, se ha consolidado como un auténtico movimiento artístico y una manifestación que más que una tendencia se quedó para arraigarse en el imaginario. Hoy, no hay metrópolis europea donde este tipo de expresiones no tengan su propio espacio y donde las paredes no recojan la voz de distintas tribus urbanas.

Como Bordalo hay otros artistas de renombre en al arte ecológico. Vhils es un referente de esa orientación sostenible de la expresión callejera, quien en vez de utilizar pinturas y aerosoles modifica muros y estructuras ya existentes, a partir de una técnica de perforado o grafiti ecológico.

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El concepto de lo efímero y el arte urbano, es inseparable. Muchas de las obras permanecen meses, semanas o solo horas y se reemplazan con otros murales, para que se brinde la oportunidad a los artistas que recién se abren paso y para que haya una vitrina siempre disponible para crear. La revolución que genera el arte urbano es la de una ciudad siempre joven, que se renueva de pared a pared.

Portugal es quizás uno de los lugares más interesantes para ver cómo el arte es cada vez más democrático, para recorrer ciudades puestas al servicio de la creatividad y para conocer una propuesta más ecológica. En sus calles se goza ese viaje visual, donde lo contemporáneo se conecta con sus tradicionales edificaciones y fachadas llenas de azulejos, el puente donde la innovación se funde con la historia.

El arte callejero es ahora una herencia tan característica de la identidad portuguesa como su fado, sus tranvías o sus calzadas.

Por Lorena Guerrero Moreno

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-(-)11 de noviembre de 2020 - 11:58 p. m.
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