Hay cierta solemnidad cada vez que comienza una danza. En principio parece intimidante para quienes nunca se han acercado a un espectáculo como estos; pero, más que ser un evento reservado para una élite cultural, la Bienal Internacional de Danza de Cali se presenta como una oportunidad para quienes quieran descubrir este mundo. La capital del Valle acoge a más de 500 bailarines de siete países, que durante una semana —del 11 al 17 de noviembre— traerán espectáculos de todo tipo dedicados a mostrarle a su público cuáles son las fronteras de este arte, que en muchos de los casos están más lejos de lo que ellos se puedan imaginar.
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“Lo que queremos con la Bienal es presentar lo que pensamos muchas veces que no es danza, pero es movimiento. Es como un laboratorio del cuerpo, por así decirlo”, afirmó Juan Pablo López, director artístico del evento y uno de los hombres que lo ha acompañado desde su primera edición en 2013. “Son como unas puertas que se abren a una dimensión totalmente diferente, como en El mago de Oz, porque la gente empieza a descubrir cosas que en realidad no pensaban que existieran o que fueran posibles en el mundo de la danza”, agregó.
La conversación con López ocurrió el viernes 7 de noviembre, cuatro días antes de que aterrizáramos en Cali, por lo que en ese momento no sabíamos cuánta razón había en sus palabras, pero estábamos muy cerca de comprobarlo.
Nuestra primera parada fue en el Teatrino Teatro Municipal Enrique Buenaventura para ver Diálogo de litorales, una obra del proyecto En Cali se baila así, compuesto por artistas locales que vinieron a presentar una muestra de danza típica del Atlántico y el Pacífico colombiano. Parecía un manifiesto de reafirmación identitaria en el que, antes de irnos a explorar las danzas del mundo, estábamos nuevamente frente al espejo para reconocernos dentro de ese gran ecosistema artístico.
Durante la función, hombres y mujeres —armados a veces con sombreros, velas, remos o pañuelos— convirtieron la pista en río, luego en fiesta, cortejo y pelea. Al son del currulao y el bullerengue, la compañía de danza nos fue llevando de viaje por nuestras costas para celebrar las tradiciones que nos han forjado como país. Y mientras la música brotaba de los parlantes, cada intérprete la engrandecía con sus palmas, gritos y zapateos lanzados entre vueltas y saltos que convertían sus cuerpos en el instrumento principal del espectáculo. Esta pieza, dirigida por Aura Hurtado (Cali) y Mónica Lindo (Barranquilla), fue un abrebocas a las posibilidades de la danza, aunque todavía nos faltaba mucho más por descubrir.
Salimos de allí rumbo a La Licorera, otro de los siete escenarios habilitados para la realización de la Bienal. Allí se presentaría la obra El potro, resiliencia a una historia de más de 50 años, de la Compañía Orkeseos. Nos recibió el estruendo de un relámpago cayendo sobre la tierra: eran los pies de los bailarines que retumbaban contra el suelo e inundaban la sala. Y en medio de esa tormenta de pisotones, brotó de una de las gargantas el grito de un llanero herido y su cuatro. Fue una hora en la que fuimos testigos de escenas de amor y ternura, pero también de violencia y muerte.
La obra era una reinterpretación de El potro azul, composición coreográfica de 1975 creada por el maestro Jacinto Jaramillo. A propósito de su medio centenario, la Compañía Orkesos decidió rendirle un homenaje con una reinterpretación atravesada por la mirada contemporánea, pero que conservase el trasfondo político de la obra original. “Nosotros somos una compañía que lleva muchos años trabajando danza tradicional y sabemos que es muy importante que el encuentro de las manifestaciones actuales con las de esos campesinos y campesinas se haga dialogando de manera permanente con ellos. No para hacer un ejercicio de representación, porque creemos que ellos tienen su voz propia, pero sí para amplificar sus necesidades”, afirmó Julián Albarracín Ayala, director artístico de la Compañía Orkeseos.
El fin de la jornada nos llevó al evento de cierre, a cargo de La Veronal, que aterrizó por primera vez en Colombia para presentar la obra Sonoma. Después de presentarse en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, en Bogotá, la compañía llegó a Cali para hacer el cierre del primer día de la Bienal. Siete mujeres congregadas alrededor de una cruz dieron inicio a este espectáculo que se creó como un retorno “al origen, al cuerpo, a la carne”. Sonoma no tiene traducción al español, pero su etimología proviene de las raíces griega soma (que significa cuerpo) y latina sonum (que significa sonido), que se unen para darle vida a un espacio en el que la música y la danza son uno solo.
A lo largo de la obra, los cuerpos de estas mujeres se tuercen, se arrastran, incluso a veces parece que flotan y, mientras tanto, van tejiendo una atmósfera de terror y angustia. Es el grito de resistencia de los desvalidos que se pierde en un mundo oscilante entre el sueño y la vigilia. Cada elemento de esta pieza entra a jugar para crear un ambiente surreal en el que nosotros, los espectadores, somos obligados a declararnos perdidos y a dejarnos guiar ciegamente por los pasos de estas mujeres.
“Para nosotras, Sonoma es un viaje”, afirmó Julia Cambra, una de las bailarinas de la compañía, en una entrevista en exclusiva para El Espectador. Ella explicó que esta pieza se estrenó en 2020, en plena pandemia, y que desde entonces la han podido llevar a varias partes del mundo. “Llevamos más de 100 actuaciones y cada lugar es un regalo. Cada público que la recibe siempre lo hace con mucho agradecimiento y eso para nosotras es un placer”, agregó.
Gloria García, otra de las bailarinas de la pieza, compartió el sentimiento de su compañera y contó algunos de los retos por los que tuvo que pasar para llegar allí. “Quise probar suerte y audicioné, con la fortuna de que me llamaron a una prueba con Marcos [Morau], el director de la compañía y al cabo de unos días me dijeron que sí. Eso implicó que me tuve que aprender la pieza en una semana, así que ha sido un reto, pero estoy muy agradecida de que me hayan acogido”, contó. La capacidad física y técnica de esta obra hace que la idea de aprenderla en un tiempo tan corto suene imposible, pero es algo que García ha llegado a lograr después de una vida entera dedicada al baile.
Entonces, el público caleño está invitado a compartir la pasión que estos cientos de artistas e intérpretes sienten por la capacidad de contar historias con el cuerpo. La Bienal Internacional de Danza de Cali, organizada por la Asociación para la Promoción de las Artes (Proartes) y apoyada por la Secretaría de Cultura de la Alcaldía de esta ciudad, se reafirma como uno de los eventos más importantes en torno al baile, que, como lo demuestran los múltiples espectáculos que la componen, es un concepto inabarcable e indefinible.