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Camilo Castañeda: “El testimonio evidencia la ruina moral y material que deja una guerra”

Camilo Castañeda, que ganó el Simón Bolívar a mejor libro periodístico, habla en esta entrevista sobre “Los niños de La Pica”.

Andrés Osorio Guillott

27 de noviembre de 2025 - 01:00 p. m.
Ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (Premios Simón Bolívar 2025) en la categoría “Libro periodistico”
Foto: El Espectador - Gustavo Torrijos
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Un libro que había que celebrar por el esfuerzo, también por el mérito de encontrar a los familiares de los niños que fueron asesinados el 15 de agosto del 2000 por tropas del Batallón de Infantería no. 32 Pedro Justo Berrio, de la IV Brigada del Ejército Nacional, en la vereda La Pica, en Pueblorrico, Antioquia.

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La dicotomía: un libro que recuerda un episodio trágico, que nos recuerda que los menores de edad no han podido esquivar la guerra en Colombia, y que cobró vigencia, lastimosamente, tras haberse sabido hace unas semanas que varios menores murieron en los bombardeos realizados por el Ejército en contra de la disidencia de Iván Mordisco.

Camilo Castañeda, que se ha dedicado a trabajar temas de conflicto y derechos humanos, ganó la semana pasada el Premio Simón Bolívar por su libro Los niños de La Pica, en el que reconstruye con los testimonios de las víctimas lo que ocurrió hace 25 años y en el que hizo, como se lo dijeron varios de los familiares de los niños asesinados en aquel entonces, algo de justicia al volver a hacer memoria y aportar a la verdad de este suceso.

“Conozco el caso de los niños asesinados en Pueblorrico, Antioquia, en un escenario de la Comisión de la Verdad, en un evento llamado Encuentros por la Verdad. Era un episodio particular sobre afectaciones a niños, niñas y adolescentes. Ese evento ocurrió en Medellín, en la bodega de Comfama. Allí se expusieron muchos testimonios de personas que, cuando eran niños, sufrieron la guerra —la mayoría ya adultos contando sus experiencias en la infancia— y también estuvieron presentes algunos responsables de graves crímenes reconociendo su responsabilidad".

En ese evento, Camilo Castañeda conoció a Jorge Arboleda, que sobrevivió a la masacre, aunque perdió a dos de sus hermanos y es uno de los protagonistas del libro. “Desde ese momento pensé en la cercanía regional: Pueblorrico es vecino de Hispania, el municipio donde nació mi papá y donde yo pasaba vacaciones en la infancia. Había ahí un vínculo territorial con el pueblo de mi papá y con nuestra generación, que vivimos la guerra siendo niños. Ellos sufrieron esta experiencia terrible, pero igual me hizo pensar en nuestra infancia y en cómo vivimos en medio del conflicto armado”.

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“Yo quería hacer inicialmente un artículo periodístico pequeño, que salió en 2020, pero terminó siendo un texto muy judicial y muy frío. Lo humano y lo emocional quedaron por fuera. Y ahí comencé a trabajar en un proyecto más largo y emotivo, que finalmente se concretó en el libro”, explicó Castañeda.

Uno de los personajes del libro le dice: “Es muy triste que haya pasado tanto tiempo y no haya ocurrido nada con esos militares”. Y otro complementa: “Sí, Camilo, explíqueme una cosa que no entiendo: ¿cómo es posible que, sabiendo que fue algo tan grave matar a seis niños y dejar cuatro heridos, en casi 20 años ningún periodista vino a preguntarnos qué pasó, cómo ocurrió, cómo nos sentimos?”...

Esa parte del relato yo la sentí como una interpelación que ellos me hicieron a mí como periodista, y que creo que también era al gremio en general. Era un reclamo a los periodistas. Esa interpelación a mí me movió muchas cosas, y por eso está ahí, porque uno no puede poner la cara por todo el periodismo, pero sí me parecía valioso que eso emergiera en la conversación.

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Yo igual me fui con la duda de si era cierto que en 20 años no hubieran contado los hechos. Lo que puedo decir es que hay un primer momento, cuando ocurre la masacre, y ahí está el típico cubrimiento mediático de un hecho que impacta al país. Eso sí tuvo un impacto nacional.

Y se asemeja mucho a lo que ocurre ahora con el gobierno de Petro y los niños bombardeados en el Guaviare: primero se impone la versión del poder político y militar, con discursos justificatorios. En los primeros días es horrible porque los relatos son que había guerrilla, que si la guerrilla no existiera entonces los niños no hubieran estado en riesgo; que fue un error; que nadie piensa que un soldado quiera matar niños. Eso pone en último plano el drama de las familias que perdieron a sus niños.

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Era necesario comprender lo que significa perder un niño en un hogar, pero la discusión se concentró en conservar el “honor” del Ejército. Además, estaba el contexto del Plan Colombia: el 31 de agosto venía Clinton a Cartagena a oficializar el primer desembolso del convenio bilateral. Todo eso influía en el silencio que se trasladó a los medios.

Otro elemento es que ocurrían muchos hechos de violencia todo el tiempo. Era un pase y pase de masacres, lo que generó una normalización. Con contadas excepciones, no hubo seguimiento ni interés posterior. Y yo sí tengo la hipótesis de que no sé si hubiera ocurrido lo mismo si los seis niños hubieran sido asesinados por otro actor armado.

¿Cómo fue ese proceso de dar con los familiares, de encontrarlos?. Hay unos que estaban interesados en hablar y otros que evitaban la conversación por el dolor.

La primera persona con la que me encuentro es Jorge Arboleda. Todo empieza a ocurrir muy naturalmente. Yo no tenía afán, lo cual es importante porque en el día a día del periodismo uno debe volver con material para la nota, pero aquí no.

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Con la familia de Jorge me vi un fin de semana en Pueblorrico. Y es muy chistoso porque ellos creían que el primer encuentro era para la entrevista, pero no: era para conocernos, incluso tomarnos una cerveza y hablar. La entrevista la hicimos al día siguiente, en la finca, en su espacio, con calma.

Se estableció un diálogo muy humano. Yo iba con inquietudes, pero también con interés en entender cómo era vivir en una finca cafetera y desde ahí comprender la historia. Luego Jorge también tenía interés en escuchar a las otras familias. Ese interés compartido nos llevó a visitar a cada familia para hacer varias entrevistas.

Siempre con transparencia, cuidado y calma. Nunca la primera conversación era la entrevista. Y yo estaba trabajando en ese momento en Hacemos Memoria, un proyecto de la Universidad de Antioquia sobre periodismo relacionado con memoria del conflicto armado. Había reflexiones éticas sobre el cuidado de las personas que confían su testimonio. Eso fue elemental para establecer relaciones profundas y saber cómo comportarse cuando emergían sentimientos muy duros.

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Después vinieron muchos viajes a Pueblorrico y Jericó, donde viven las familias.

Con base en eso, uno de los valores del libro son los testimonios. Usted cita a Lucía González, comisionada de la verdad, quien dice que el testimonio tiene una función ética y política porque permite restaurar la dignidad de las víctimas y dar sentido al pasado. ¿Qué piensa de esa afirmación?

Recuerdo mucho ese discurso. Ella habla de que las cifras no lo cuentan todo. Y es cierto: decir “seis niños” o “siete en el Guaviare” no dimensiona la humanidad de esas situaciones. Tenemos muchos estudios, informes oficiales, de ONG, académicos; panoramas relativamente claros de lo que pasó en el conflicto. Pero el testimonio permite aterrizar esos panoramas en algo concreto: en saber quiénes eran esos seis niños de Pueblorrico.

El testimonio evidencia la ruina moral y material que dejó la guerra. Permite ver que la guerra solo causó daño. Y reivindica quiénes eran esos niños para su familia, su escuela, su vereda. Y algo muy lindo es que los lectores conectan con los niños desde sus propias vidas: un niño que ama al abuelo, otro que cuida al hermanito menor, etc. Eso dignifica.

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Leyendo el libro pensaba en Elena Urán, quien decía que hay que desmitificar la idea de que todos en el Ejército son héroes. Usted dice en el libro que la guerra no es un asunto de héroes y villanos. ¿Cómo se trata un caso en el que es el Estado el responsable de una masacre?

En el libro hay una intención clara: no crear monstruos, sino darle humanidad incluso a los responsables. No necesitamos relatos moralistas. Aunque el libro despierta mucha rabia —y es natural que la gente sienta rabia contra el Ejército por estos crímenes— en el libro está mi punto de vista, que viene de lecturas sobre los grises de la guerra.

La sociedad de ese momento alcahueteó la idea de que el Ejército era absolutamente bueno y heroico, negando su humanidad y justificando cualquier acción. Esa idea también contribuyó a permitir crímenes como los 6.402 falsos positivos. Y luego, cuando se cometieron, no se juzgaron.

El libro busca interpelar también a la sociedad que permitió esas narrativas. Y claro, es preocupante que hoy estemos viendo discursos similares en otros contextos, incluso con un gobierno que se presenta distante de esos discursos.

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Aquí hay un fragmento sobre Argemira, que no soporta ver a hombres vestidos de militar. Eso me hacía pensar en cómo quienes deben protegernos terminan siendo vistos como amenaza. Quisiera conectar eso con la actualidad. Carolina, una profesora, dice: “Los niños son lo más preciado en una sociedad”. ¿Por qué cree que seguimos volviendo a episodios donde menores mueren en bombardeos, masacres y violencia?

Es una afirmación elemental la que hace ella. Y lo digo pensando en la experiencia de los lectores que son padres; a ellos les cuesta leer el libro porque se identifican con ese sufrimiento. Los niños representan expectativa, ternura, futuro, vida. Ver niños en un parque es un síntoma de salud social.

¿Por qué siguen ocurriendo estos hechos? Ahí hay que volver a los panoramas: reclutamiento forzado, comunidades enteras victimizadas, actores armados que consideran que los niños les pertenecen, y un Estado que parece incapaz de proteger sin usar violencia. A eso súmele machismo, patriarcado, desigualdades regionales. Todo eso explica por qué seguimos viendo estas tragedias.

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En el epílogo menciona que el 2 de julio de 2024 quedó radicada en la JEP la solicitud de acreditación de 20 familiares de los niños asesinados el 15 de agosto de 2000. ¿Qué ha avanzado hoy en justicia, reparación y verdad para La Pica?

Lo que se cuenta en el libro sigue igual. Hubo unas indemnizaciones administrativas hace unos años. Hubo sanciones disciplinarias de 90 días a los militares implicados. En lo penal, las responsabilidades siguen sin establecerse.

La justicia penal militar absolvió; un procurador decente peleó para que se reconociera como crimen de guerra y pasara a justicia ordinaria; la Fiscalía fue incompetente y desinteresada. La JEP es un escenario complejo, con priorizaciones y macrocasos, y este caso podría entrar ahí, porque los responsables son comparecientes obligatorios. Pero no ha ocurrido.

Si no ocurre en la JEP, no sé dónde más podrían encontrar justicia. Y las familias están cansadas, desanimadas. Para algunos la justicia es cárcel, para otros verdad, para otros algo material. No es lineal: un día quieren una cosa, otro día otra. Pero avances mayores, no los hay.

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