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“Hay una conversación pendiente sobre cómo habitar el páramo”, Daniel Feldman

Feldman es un arquitecto multipremiado y destacado por su énfasis en la sostenibilidad. Ha trabajado en proyectos de infraestructura con comunidades rurales y actualmente se enfoca en la revitalización de la zona industrial de Bogotá.

Santiago Gómez Cubillos
25 de enero de 2025 - 02:00 p. m.
En 2022, Daniel Feldman fue seleccionado como joven líder global del Foro Económico Mundial.
En 2022, Daniel Feldman fue seleccionado como joven líder global del Foro Económico Mundial.
Foto: Archivo Particular
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¿Cómo describiría su estilo arquitectónico?

Esa palabra se ha vuelto un poco difícil de domar en el mundo de la arquitectura. Mi trabajo se centra en temas como el impacto social, la eficiencia de recursos y el respeto por el medio ambiente, pero me cuesta encasillar eso en un estilo particular. Lo que sí diría es que he tenido dos etapas de creación en los 17 años que llevo haciendo esto. La primera fue el desarrollo de infraestructura alternativa para comunidades en situaciones desventajosas —ya sea por temas sociales, económicos o geográficos— y la segunda, que es en lo que estoy trabajando ahora, ha girado en torno a la construcción con respeto al legado urbano público de Bogotá. Los últimos 10 años los he dedicado a la zona industrial histórica —que mucha gente no conoce, pero que tiene un valor arquitectónico y patrimonial enorme—, y allí hemos hecho proyectos de recuperación y remodelación que también han tenido un enfoque sostenible, porque tratamos de utilizar los materiales que están ahí. Entonces, más que un estilo, trabajo con una filosofía que gira en torno a la sostenibilidad.

¿Por qué tomó este como el centro de sus proyectos?

Producir proyectos amigables con el medio ambiente fue una cosa que surgió naturalmente, no solo porque en mi día a día me considero una persona que se preocupa por el tema, sino también porque fue algo que aprendí trabajando en zonas rurales del país. Para mí la sostenibilidad no es poner paneles solares y ya, sino aprender a trabajar con las condiciones del terreno. Cuando empecé a ser reconocido dentro del medio, me invitaban a conferencias en las que, por un lado, había personas supertécnicas, y, por el otro, estaba con mis proyectos que tenían un muy bajo impacto ambiental, pero porque lo que hacía era trabajar con el conocimiento local y los recursos disponibles del lugar en el que estaba. Por ejemplo, hicimos un proyecto educativo en el sur de los Montes de María con paredes de madera y techos de paja, lo que lo hacía muy fresco. Eso se volvió todo un tema y la gente estaba impresionada, pero lo que no se daban cuenta era que así era como los locales construían sus quioscos. La narrativa creció a partir de ahí, y hoy en día sí es algo que tengo en cuenta con los proyectos que hago.

Entonces, su trabajo bebe mucho de la comunicación con las comunidades...

Esa ha sido una de las cosas más bellas de lo que hago, porque he aprendido a reconstruir las narrativas de país que había aprendido. Mi familia escapó de Europa por las guerras mundiales, y Colombia fue el lugar que los acogió y en el que pudieron vivir sin miedo a ser oprimidos. Pero no vi eso, porque nací en el 84, en pleno auge de Pablo Escobar, entonces las historias que escuchaba eran más que todo de violencia. La arquitectura me dio la oportunidad no solo de conocer de primera mano esa ruralidad de la que tanto me habían hablado, sino de participar en ella a través de proyectos que dignifican la vida de estas personas. Tal vez no los impacta de la manera en la que lo haría una reforma agraria, pero sí es algo que cambia su día a día y les demuestra que son importantes.

Construyó una casa al borde del páramo de Chingaza. ¿Cómo se desarrolló ese proyecto?

Esa casa fue muy importante para mí, porque fue el primer proyecto residencial aislado que hice, y a eso se le sumó el hecho de hacerlo en un entorno tan frágil. Me le medí a hacerlo porque creo que hay una conversación pendiente sobre cómo habitar el páramo y que es muy importante. Por más que queramos congelarlas en el tiempo y que nadie las toque para que sean la máquina de agua tan fabulosa que son, la realidad es que estas zonas ya están habitadas, entonces este proyecto fue una manera de abrir esa pregunta de cómo hacemos para convivir con el páramo sin destruirlo.

¿Qué otros proyectos destacaría de su portafolio?

El primer proyecto que lideré fue el de un centro sociodeportivo en una favela de Río de Janeiro, y fue el que me enseñó el impacto que podía tener como arquitecto si me vinculaba con las comunidades. Eso me llevó a trabajar en la Alta Consejería para Problemas Especiales durante el gobierno de Juan Manuel Santos, en donde participé en el desarrollo de jardines infantiles por todo el país. El más famoso fue el de El Guadual, en Cauca, que recibió un premio en la Bienal de Arquitectura de Venecia de 2018, pero también estuvimos en Putumayo y en La Guajira, entre otros departamentos. Ese cuerpo de proyectos en la ruralidad colombiana fueron poderosos y muy importantes en mi formación como arquitecto.

A eso se suma el proyecto que encabeza actualmente en la zona industrial. ¿De dónde surgió ese interés?

Este ha sido mi proyecto durante los últimos 10 años y me he vuelto una suerte de “arquitecto activista” por la conservación de esta zona, porque la gente no sabe lo valiosa que es. Desde la Colonia era una parte de la ciudad sumamente importante, porque la calle 13 era el canal que conectaba el páramo y España, y por ahí entraban y salían los productos. Hacia los años 50 eso se reguló con el Plan Piloto de Le Corbusier, lo que la convirtió en la primera zona industrial de Bogotá. Lo interesante es que ese pedacito de ciudad, que está entre las carreras 30 y 42, y las calles sexta y 19, hoy en día es la aglomeración más grande de edificaciones industriales que hay en Colombia y es el único lugar de la capital en donde la normativa no ha cambiado, entonces ha quedado congelado en el tiempo un espacio con una importancia histórica equiparable con la de La Candelaria. Empecé a trabajar en su recuperación, y hoy en día es una de las actuaciones estratégicas del Plan de Ordenamiento Territorial, protegido por el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural. Es un proyecto que ha sido muy importante para mí, porque ayuda a ver el valor de reusar estas edificaciones en lugar de borrarlas y convertirlas en conjuntos cerrados, como tristemente opera el sector inmobiliario de la ciudad.

También es profesor, ¿cuál es la enseñanza que quiere dejar a sus alumnos?

Con la zona industrial encontré un lugar que sentí que tenía un valor para una comunidad y me he dedicado desde entonces a trabajar por él. Mi consejo para ellos siempre es que adopten lugares, esos que para ellos son importantes y que tal vez no se hayan encontrado aún con servicios arquitectónicos de alto nivel. Hay un punto en la narrativa de un futuro mejor en el que todo comienza a ser viable, entonces si uno es muy insistente —y a veces muy terco— puede llegar a tener un gran impacto.

Santiago Gómez Cubillos

Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98sgomez@elespectador.com

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