László Krasznahorkai se unió a la larga lista de premios Nobel de Literatura con el anuncio dado recientemente por la Academia Sueca. Según el fallo, el escritor húngaro de 71 años recibió el galardón “por una obra visionaria y conmovedora que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Ha sido catalogado como “postmoderno” y, desde su primera publicación en 1985, ha recibido múltiples reconocimientos. Incluso fue descrito por la escritora estadounidense Susan Sontag como el “maestro húngaro contemporáneo del apocalipsis”.
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“El apocalipsis no es un evento único, como amenaza la profecía del Juicio Final del Nuevo Testamento. Es un proceso que lleva mucho tiempo en marcha y continuará por mucho tiempo. El apocalipsis es ahora. El apocalipsis es un juicio continuo. Solo podemos engañarnos con el futuro; la esperanza siempre pertenece al futuro. Y el futuro nunca llega. Siempre está a punto de llegar. Solo existe lo que es ahora”, dijo a Hari Kunzru para The Yale Review, sobre su relación con el futuro y su visión del apocalipsis.
Nacido en Gyula, un pueblo al sureste de Hungría, cerca a la frontera con Rumania, en 1954, Krasznahorkai se convirtió en uno de los escritores más reconocidos de la literatura húngara. Antes de decantarse por la literatura, comenzó a seguir los pasos de su padre, estudiando derecho entre 1976 y 1978, sin embargo, su carrera como abogado no superó la etapa de formación y, entre 1978 y 1983, se dedicó a estudiar literatura y la lengua húngara.
A dos años de su grado comenzó a ver los frutos de su escritura, tras la publicación de su primera novela “Tango satánico” en 1985. “La novela retrata, en términos poderosamente sugestivos, a un grupo de residentes desamparados en una granja colectiva abandonada en la campiña húngara justo antes de la caída del comunismo. Reinan el silencio y la expectación, hasta que el carismático Irimiás y su compinche Petrina, a quienes todos creían muertos, aparecen repentinamente en escena. Para los residentes que aguardan, parecen mensajeros de esperanza o del juicio final”, describió Anders Olsson, presidente del Comité del Nobel, en un texto publicado en la página de los galardones. Esta primera publicación puso a Krasznahorkai en el foco del mundo literario húngaro y su carrera como escritor continuó en ascenso.
“Pensaba que la vida real, la verdadera vida, estaba en otra parte. Junto con El castillo de Franz Kafka, mi biblia durante un tiempo fue Bajo el volcán de Malcolm Lowry. Era finales de los sesenta y principios de los setenta. No quería aceptar el papel de escritor. Quería escribir solo un libro, y después, quería hacer cosas diferentes, sobre todo con la música. Quería vivir con la gente más pobre; pensaba que eso era la vida real. Vivía en pueblos muy pobres. Siempre tuve trabajos muy malos. Cambiaba de lugar muy a menudo, cada tres o cuatro meses, para escapar del servicio militar obligatorio”, le dijo el escritor a Adam Thirlwell para The Paris Review.
El escritor se ha caracterizado por su narrativa que consiste en ”frases individuales e ininterrumpidas que parecen tener una flexibilidad casi infinita, oscilando entre reflexiones filosóficas laberínticas y humor terrenal”, según describió The Yale Review. “Mis supuestas frases largas no surgen de ninguna idea ni teoría personal, sino del lenguaje hablado. Sabes, creo que la frase corta me parece algo artificial, forzado. Estamos acostumbrados a frases muy raramente cortas. Cuando hablamos, lo hacemos con fluidez, sin interrupciones, y este tipo de discurso no necesita puntos. Solo Dios necesita el punto, y estoy seguro de que al final usará uno”, dijo a Sebastián Castillo de la Revista Guernica.
Al inicio, su carrera se vio marcada por la imposibilidad de viajar, debido a que la policía secreta confiscó su pasaporte a mediados de la década de 1980. Krasznahorkai aseguró a Thirlwell que tan pronto comenzó a publicar algunos escritos, fue llamado por la policía para interrogarlo. Contó que la razón por la cual le confiscaron su pasaporte hasta 1987 fue porque mientras le preguntaban sobre sus textos, él aseguraba que no escribía sobre política y, al final, un poco molesto, dijo: “¿Realmente se imaginan que escribiría algo sobre gente como ustedes?”, cosa que terminó por enfurecer a los agentes.
Antes de convertirse en una figura reconocida de la literatura, Krasznahorkai realizó diferentes trabajos, desde minería, pasando por director de casas de cultura, hasta ser guardián de 300 vacas. Cuando pudo salir de Hungría, partió con destino a Berlín Occidental, tras recibir una beca. Describió la ciudad a la que llegó como “un asilo para espíritus heridos”. “Artistas de todo tipo, así como aquellos que aspiraban a serlo, se sentían atraídos allí para desarrollar su obra. Fue realmente agradable saber que podía sentarme en el mismo bar, y de hecho en la misma mesa, que grandes artistas con quienes podía conectar como parte de una familia”, dijo a George Szirtes de The White Review.
Cuatro años después del éxito de “Tango satánico”, publicó “La melancolía de la resistencia”, “aquí, en una fantasía de terror febril ambientada en un pequeño pueblo húngaro enclavado en un valle de los Cárpatos, el drama se intensifica aún más. Desde la primera página, nos encontramos, junto con la desapacible Sra. Pflaum, en un estado de emergencia vertiginoso. Abundan las señales ominosas. Crucial para la dramática secuencia de acontecimientos es la llegada a la ciudad de un circo fantasmal, cuya principal atracción es el cadáver de una ballena gigante”, escribió Olsson.
Para la década de 1990, Krasznahorkai se movió por el mundo y llegó a vivir en Asia, pasando un tiempo en Mongolia, China y Japón. El tiempo que pasó en estas naciones marcó el estilo de sus posteriores experimentos literarios, como las novelas “El prisionero de Urga” (1992) y “Destruction and sorrow beneath the heavens” (2004).
Mientras que continuaba con su carrera en la escritura, desde el cine se comenzaron a gestar las adaptaciones de sus obras de la mano del director y amigo de Krasznahorkai, Béla Tarr. La primera obra de esta colaboración llegó en 1994, cuando se estrenó la película que adaptó “Tango satánico”. Sin embargo, el escritor ya había colaborado con Tarr en otros proyectos cinematográficos que no estaban relacionados con sus novelas. La última colaboración cinematográfica entre el par de amigos sucedió en 2011 con la película “The Turin horse”, la cual escribieron juntos.
Mientras escribía su novela “Guerra & guerra”, publicada en 1999, Krasznahorkai viajó por Europa y vivió en el apartamento del escritor y poeta Allen Ginsberg, en Nueva York. “Me ayudó a encontrar una técnica, una manera de crear un fondo neutro para “Guerra & guerra”, específicamente una Nueva York muy neutral. El héroe es muy excéntrico y su historia también, así que necesitaba una ciudad neutral en lugar de la real, una Nueva York sin colores, sin lo inesperado, sin movimiento. Y como Nueva York no es nada neutral, sobre todo al verla por primera vez, me costó conseguirla. Hablé con Allen sobre este tema noche tras noche durante mi visita, y me dio consejos muy interesantes”, dijo a Castillo.
La lista de textos, entre novelas, ensayos y guiones, es larga. Su trayectoria y escritura han sido reconocidos a nivel internacional, en 2015 recibió el premio Man Booker International, en 2024 el Prix Fomentor y, ahora, el Nobel de Literatura se suma a su lista de galardones.
Tras años viajando, sus editores contaron que actualmente el escritor “vive recluido en las colinas de Szentlászló”. Láslo Krasznahorkai ha dicho que para sus textos no se sienta frente a su computador, en un escritorio, su práctica de escritura no se da frente a una pantalla en blanco, sino en su mente y partiendo de que la literatura es la base de su trabajo. “Dejando a un lado mis razones personales, lo cierto es que cuando empecé a escribir vivía en circunstancias muy difíciles: no tenía escritorio y nunca estaba solo. Así que me acostumbré a empezar frases mentalmente, y si eran prometedoras, iba añadiendo más hasta que la frase llegaba a un final natural. Era entonces cuando la escribía. Así hago las cosas incluso ahora, en los lugares más inesperados, en los momentos más inesperados; en otras palabras, estoy continuamente trabajando. Lo anoto todo al final. No corrijo de la forma habitual porque todo eso lo he hecho mentalmente”, dijo a The White Review.
Para el escritor húngaro, que el 10 de diciembre recibirá el Nobel en la tradicional ceremonia de premiación, “el arte es la extraordinaria respuesta de la humanidad a la sensación de extravío que nos aguarda. La belleza existe. Se encuentra más allá de un límite donde debemos detenernos constantemente. La belleza es una construcción, una creación compleja de esperanza y un orden superior”.