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“Educamos niños responsables de sus acciones y no víctimas del entorno”

Marcado por la pérdida de su padre, Pablo Lipnisky, director del colegio Ekirayá, transformó su experiencia de dolor en una apuesta educativa y humana: enseñar que la paz empieza en cada individuo, que el aprendizaje no debe ser sinónimo de sufrimiento y que la verdadera transformación se logra acompañando a las personas en su crecimiento.

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01 de octubre de 2025 - 12:00 p. m.
Pablo Lipnisky fundó el colegio Ekirayá Educación Montessori hace 20 años.
Pablo Lipnisky fundó el colegio Ekirayá Educación Montessori hace 20 años.
Foto: Colegio Bilingüe Ekirayá
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En el colegio donde usted trabaja se habla de educar para la construcción de una sociedad que “siempre vive en paz”. ¿En qué consisten esos lineamientos fundamentales y la llamada “flor de la paz” que desarrolla su programa educativo?

Esta construcción de paz comienza desde una paz individual. La flor de la paz tiene en el centro la conciencia en mí mismo: cómo puedo elegir vivir en paz cada día. Una vez que logro esa paz interior, puedo compartirla con quienes me rodean. Muchos maestros lo dicen: no habrá paz mundial sin paz individual.

Pero ese ideal parece lejano si pensamos en la coyuntura: nuestro día a día se desenvuelve entre guerras y en Colombia acabamos de presenciar un magnicidio, después de tantos años. ¿Cómo manejan ese anhelo de paz frente a la realidad?

Es un momento desafiante, pero también una gran oportunidad. Todo lo que se ha hecho hasta ahora acerca de la paz, en gran medida, ha fracasado. Por eso vuelvo siempre a lo mismo: la paz empieza en cada individuo. Si estoy resentido, no importa cuánto me hablen de paz, no la voy a vivir.

En el colegio trabajamos en la construcción de comunidad educativa. Eso significa que todos somos responsables de que la comunidad crezca. Cualquier mensaje de polarización o división va en contra de la paz. En cambio, nuestro mensaje es siempre de unión y aceptación.

¿Cómo se convirtió en educador?

La verdad, por los golpes que recibí en la vida. Nunca lo había dicho en público, pero la motivación para crear un colegio fue ofrecer a los chicos un lugar donde pudieran aprender y crecer sin necesidad de sufrir o estresarse. Quise demostrarle a la sociedad que es posible alcanzar altos niveles académicos sin someter a los estudiantes al estrés ni descalificar a otros.

¿Por qué llegó a esa conclusión?

Porque yo la pasé muy mal en el colegio, sobre todo en el bachillerato. Mis profesores me decían: “Usted es inteligente, puede rendir más”. Pero nadie se preguntó por qué no rendía. Nadie se interesó por cómo me sentía. En ese momento lidiaba con la depresión por la muerte de mi padre, que falleció cuando yo tenía 12 años. No quería estudiar, no quería nada. Y pensé: ¿cuántos adolescentes estarán pasando situaciones similares y no encuentran apoyo? Como no lo encontré de estudiante, lo quise crear siendo adulto. Nuestra educación está centrada en el ser. Queremos acompañar a los estudiantes en sus desafíos de vida. Si alguien atraviesa una crisis, caminamos con esa persona para que logre superarla. A mí me faltó ese acompañamiento. El mensaje que recibía era que no servía para nada porque mis notas no eran buenas. Hoy quiero que ningún joven reciba ese mismo mensaje.

Esa experiencia fue la razón por la que fundó un colegio...

Sí. No quiero que los chicos sufran en un proceso natural de aprendizaje. Claro, deben aprender que en la vida hay que esforzarse y sacrificarse para cumplir los sueños, porque la vida no es fácil. Pero quiero que tengan herramientas para enfrentar momentos difíciles y no rendirse. La crisis de salud mental que hoy viven muchos jóvenes se debe a que se les hizo creer que la vida era fácil y que todo era para que ellos fueran felices. Cuando enfrentan dificultades, no saben qué hacer. Se deprimen, toman decisiones equivocadas. Lo que busco es que aprendan a levantarse de los fracasos y seguir adelante.

Usted también trabaja en temas de clima organizacional en empresas. ¿Qué relación existe entre la educación de niños y jóvenes y el ambiente laboral?

Es total. Los que crean el clima empresarial son los seres humanos, igual que los estudiantes crean el ambiente escolar. Si educamos a las personas para que entiendan que son responsables de su vida y de apoyar a los demás, tendremos ambientes laborales más sanos. Cuando una empresa crece en solidaridad y cooperación, asegura el trabajo de sus empleados, mejora salarios y reparte utilidades. Además, un colegio también es una empresa. El buen ambiente que tenemos se debe a que no creemos en jerarquías entre personas, sino en responsabilidades. Yo, como director general, tengo más responsabilidades, pero no soy más que nadie. No tengo parqueadero exclusivo, hago la fila en el almuerzo como todos. Todos somos iguales como seres humanos, con responsabilidades distintas.

Y en esa lógica, ¿qué valores son los más importantes para usted al enfrentar la vida?

Para mí hay un solo valor: el amor. No hablo del amor emocional, sino de un amor espiritual que incluye todos los demás valores: honestidad, integridad, solidaridad. Si usted ama a sus hijos, ya actúa con todos los valores hacia ellos. Ese amor también es personal. Si me valoro y me amo, voy a ser íntegro y honesto conmigo mismo y con los demás. Desde esa mirada, cuando fundamos el colegio le dije a mi esposa: “Si crecemos como institución, todas las personas que trabajen con nosotros deben crecer también”. Nadie puede salir de aquí siendo la misma persona que entró. Si alguien no crece como ser humano mientras trabaja con nosotros, entonces fallamos como líderes.

¿Cuáles son las principales características que diferencian la educación de Equirayá de la de un colegio tradicional?

Muchos colegios dicen ser Montessori, pero no lo aplican. El gran diferenciador es que aquí se trabaja en el desarrollo del ser antes que en el hacer. Los estudiantes aprenden con material especializado, siguiendo una secuencia que ellos mismos van escogiendo. Eso les da responsabilidad sobre su aprendizaje. Además, los ambientes están mezclados por edades, con tres años de diferencia. El mayor enseña al menor, lo cual desarrolla un liderazgo positivo: ayudar y enseñar a otros mientras se profundiza lo que ya se sabe. Otro diferenciador es la libertad con límites. La educación Montessori se basa en la responsabilidad personal y no en el control externo. Los estudiantes aprenden a ser responsables de sus acciones. Como decía María Montessori: “Educamos niños responsables de sus acciones y no víctimas del entorno”. Aquí no hay notas tradicionales, pero sí retroalimentación constante. En muchos colegios, los chicos estudian por la nota: para que los feliciten, para recibir premios. En Ekirayá estudian para aprender, porque entienden que el conocimiento les da herramientas para construir sus sueños. Una estudiante que hoy cursa Medicina me lo resumió así: “Mis compañeros estudian para sacar un 3; más de 3 es lujo. Yo estudio por mis pacientes para darles lo mejor de mí”. Esa es la gran diferencia.

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