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El amor según la historia

Hay quien dice que el amor se enciende a final del año. Hay quien dice que el cielo se abre y, por los méritos de su infancia, lo que pidamos se hará realidad, pues el amor será su causa. Pero, ¿qué es el amor realmente?

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Juliana Vargas Leal
20 de diciembre de 2025 - 02:52 p. m.
La leyenda de Tristán e Iseo cuenta la historia de amor entre un joven y una princesa irlandesa.
La leyenda de Tristán e Iseo cuenta la historia de amor entre un joven y una princesa irlandesa.
Foto: Archivo Particular
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Para Aristóteles, el amor no es una emoción pasional y, por ende, pasajera. Es una virtud y una disposición activa que es necesaria para nuestra felicidad. “Amar es querer el bien para el otro en cuanto otro”. No es un sentimiento contaminado por la correspondencia, por la posesión, por la recompensa o el intercambio equivalente. Para Aristóteles, el amor es altruista. Es el simple deseo de que la otra persona sea virtuosa y prospere.

El amor no puede basarse en la utilidad. En cuanto el dinero, la ayuda o el estatus recibido se acaban, también desaparece el supuesto amor.

Por su parte, el amor por placer es inestable, si la persona deja de ser divertida o atractiva, el afecto cesa.

Solo el amor por virtud es verdadero. Se ama a alguien porque es valioso en sí mismo. Se ama a alguien por su carácter y bondad. Puede que este amor incluya utilidad y placer, pero no son sus bases. El amor virtuoso va más allá de un cruce de miradas, de un roce de manos, de químicas y atracciones. Eso puede conseguirse relativamente fácil, es cuestión de suerte. El amor virtuoso no sabe de dados y azares. Requiere de tiempo e intimidad. Para Aristóteles, llegar a sentir amor, el amor virtuoso y verdadero, es casi un milagro.

Por el contrario, para Arthur Schopenhauer observar la virtud en el otro es tan solo un engaño que nos contamos a nosotros mismos. El amor romántico es simplemente una ilusión creada por el instinto sexual para obligarnos a reproducirnos.

Para Nietzsche, la visión aristotélica del amor es llanamente débil e incluso imposible. El amor nunca será querer el bien del otro. Es, más bien, una voluntad de poder sobre el otro.

Los románticos, en lugar de privilegiar la philia sobre el eros –como lo hizo Aristóteles–, concluyeron que la valía del amor residía en su irracionalidad. Amar a alguien porque es valioso en sí mismo es un cálculo matemático. El amor no es racional, es el sentimiento que perdura a pesar de todo, de la virtud, del exceso o el defecto, del vicio y las tormentas. El amor es ciego y destructor. El amor es un poema de Lord Byron. “Como una noche clara, ella, / de la bóveda estrellada/ émula, plácida, y bella, / sombra y luz en su mirada, / pasa, y el cielo destella/ ante su gracia afinada. / Una sombra, un rayo menos / no merman la gracia amable / con que sus rizos amenos / enmarcan su rostro amable, / donde pensamientos buenos / declaran que es adorable. / Y en su rostro y en su frente / tan tranquila, aunque elocuente, / las sonrisas, los brillantes / tonos, los gozos radiantes, / la enlazan con lo existente, / ¡amor de un alma inocente!”.

Un corazón altruista, una bella ilusión, la voluntad de poseer, la irracionalidad que camina por entre luces y sombras. La definición del amor se le ha escapado por entre los dedos a filósofos y poetas porque, en esencia, el amor es esperanza.

El mundo fue castigado con todos los males y calamidades cuando Pandora abrió la jarra que le había regalado Zeus, quedando tan solo la esperanza dentro. De igual forma, el amor nunca tiene la decencia de morir. Puede que se transforme en una profunda amargura que oprime el pecho constantemente, pero el amor es el sobreviviente por excelencia. Los males y las calamidades van y vienen como una noche oscura, pero el amor se aferra porque, en esencia, es esperanza. Ya sea por ser un corazón altruista, una bella ilusión, la voluntad de poseer, la irracionalidad que camina por entre luces y sombras, el amor es la última fe. La fe de todo lo que puede llegar a ser, de que toda la entrega se valore y se proteja, de ver luces verdes y rojas más de un mes al año, de que siempre haya un milagro por concretarse.

Puede que el amor sí sea el rayo que te deja estaqueado en la mitad del patio; puede que sea una mujer que escarba zafiros, unos zafiros azules que iluminen la oscuridad. Puede que también sea una noche boca arriba, la tranquilidad que le sigue al abrazo, la oración que termina antes de cerrar los ojos. Puede que sea la elección consciente de la que habló Aristóteles, una elección que, en todo caso, se deja llevar a pesar de todo, hasta hacer del objeto amado el vasto cáliz de lo que fue y será, como si algo así fuera siquiera posible.

El amor, como la esperanza, es el sentimiento que sobrevive cuando los zafiros, ya negros, amanecen con las patas tiesas.

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