Al comenzar, el periodista y moderador de la charla, Felipe Osorio, nos pidió imaginarnos por un momento que estábamos en el Bosque de la Independencia, no en el Jardín Botánico. Que, en vez del Edificio del Puente de la Madre Laura, nos recibía el viejo Teatro Junín. Que escucháramos el trajinar de las máquinas de vapor, las nacientes industrias, el murmullo de una ciudad vestida de ruanas, sacos y sombreros. Esa fue la Medellín de la que hablaron dos voces invitadas a la franja Bajo el mismo cielo, sobre el mismo valle, un espacio dedicado a rescatar las historias de quienes no suelen figurar en los relatos oficiales.
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“No queremos hablar solo de los héroes, de los grandes padres de la patria, sino de las personas comunes, de lo que llamamos microhistoria. Para eso, trajimos fragmentos de archivos judiciales de finales del siglo XIX y principios del XX que nos permiten reconstruir pequeñas historias de amor y desamor”, dijo Osorio sobre el propósito del encuentro.
Una ciudad regida por obispos
Jorge Mario Betancur, periodista e historiador, advirtió desde el inicio que hablar de amor en esa época no era nada simple. “Estamos entrando en un mundo que no es el nuestro, que funciona con claves distintas y que hay que mirar sin prejuicios. Medellín, por entonces, era una sociedad profundamente parroquial y conservadora, regida por el poder absoluto de la Iglesia Católica. Era una ciudad gobernada por obispos que decidían no solo sobre la fe, sino sobre la vida cotidiana y amorosa de las personas”.
Betancur describió una sociedad con rituales estrictos, donde incluso el coqueteo era una práctica mojigata —a los ojos de hoy—, pero aceptada como natural por sus habitantes. “Todo el mundo aceptaba esa normatividad. Las manifestaciones de cariño eran controladas y vigiladas, pero no se vivían como opresión, sino como la manera correcta de comportarse. Ese es el gran reto para nosotros al leer estos archivos: despojarnos de nuestros marcos mentales contemporáneos para intentar comprenderlos en su contexto”.
Para Betancur, el amor en aquella Medellín conservadora era tan privado como misterioso. “Lo que vemos en los archivos son apenas huellas, indicios, que nos permiten —muy ilusoriamente— construir esas historias. Por eso recurrimos a la crónica, como una forma de ficcionalizar con respeto esas vidas que quedaron fragmentadas en expedientes judiciales”.
La mujer como bastión de la moral
“Nosotros partimos de una idea del amor como construcción histórica. No se ama igual en todos los tiempos, ni en todos los lugares. Y en esa época, el amor estaba atravesado por la religión, la moral y el control del cuerpo femenino”, dijo en su primera intervención María Mercedes Gómez, investigadora y profesora.
La figura de la mujer, explicó, era clave en el sistema de valores de la época: sobre ella recaía la responsabilidad de conservar la honra, la pureza y la moral familiar. Contó que eran vistas como las transmisoras de la cultura y los valores, especialmente porque eran madres. Por eso, el placer femenino no era ni siquiera una pregunta posible. La sexualidad era concebida exclusivamente como un hecho reproductivo.
Aunque Medellín representaba el centro del poder moral y religioso, Gómez matizó que otras regiones de Antioquia tenían prácticas distintas, menos controladas por la Iglesia. “En esos lugares, por ejemplo, el amancebamiento no generaba tanto escándalo. Pero en Medellín, irse a vivir con alguien sin estar casado era motivo de exclusión social”.
La honra: el centro del cuerpo femenino
El cuerpo de la mujer, entonces, se convirtió en el epicentro del juicio social. “La honra femenina estaba situada en el cuerpo. Esa pureza no solo era un valor religioso, sino un capital simbólico que definía el respeto social que podía recibir una mujer”, explicó María Mercedes.
Sin embargo, no todo era pasividad ni sumisión. Las mujeres encontraron mecanismos para defender su honra cuando sentían que había sido vulnerada. Uno de ellos era la denuncia judicial.
Felipe Osorio presentó el caso de María Hermelina Loaiza, oriunda de San Pedro de los Milagros, quien en 1931 llegó a Medellín como parte de los flujos migratorios del campo a la ciudad. Tras dos años de noviazgo con un hombre que le prometió matrimonio, tuvo relaciones sexuales con él y quedó embarazada. Pero él desapareció. Entonces, María Hermelina acudió a la inspección de policía para denunciarlo por el delito de seducción, bajo la figura legal de “incumplimiento de promesa matrimonial”.
Cuando el deseo se convierte en delito
María Mercedes Gómez profundizó en este sistema legal que, paradójicamente, ofrecía a las mujeres ciertas herramientas en un contexto altamente patriarcal. “Hasta mediados del siglo XX, existía un conjunto de delitos vinculados al cuerpo femenino: el aborto, el infanticidio, la violación, el estupro, y el incumplimiento de promesa de matrimonio, entre otros. Esto nos habla no solo de un sistema jurídico, sino de una manera de comprender el deseo, el cuerpo y la sexualidad desde la norma”.
Pero también existían grietas en ese sistema. “En los archivos judiciales aparecen casos que muestran formas de fuga, cuerpos que se escapan del control, mujeres que deciden por sí mismas con quién estar. Aunque eso implicara, muchas veces, quedar fuera del círculo social o ser vistas con desconfianza”.
Uno de los casos más reveladores encontrados por la investigadora es el de una mujer que, al ser interrogada por haber tenido relaciones con un hombre, simplemente respondió: “Yo quería hacerlo”. Una declaración simple, pero poderosa, que en su momento era casi impensable.
Amar, entre el pecado y la resistencia
El conversatorio cerró con una reflexión compartida: hablar de amor en tiempos pasados no es solo contar historias románticas, sino entender cómo se estructuraban las relaciones, los cuerpos y los afectos bajo regímenes de control. Pero también, cómo las personas —especialmente las mujeres— buscaron caminos para habitar y resignificar ese amor, aún cuando era pecado.
Porque si algo dejó claro esta conversación, es que la historia del amor no está escrita solo por los poetas o los héroes, sino también por aquellas voces anónimas que, entre expedientes judiciales y relatos velados, aún hoy nos siguen hablando desde el pasado.