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El cine experimental como acto político

En él se construye un lenguaje propio frente a las narrativas establecidas. Su gesto no es solo estético: nos enfrenta a la pregunta de cómo percibimos, sentimos y existimos en un mundo mediado por las imágenes del ahora.

Paula Andrea Baracaldo Barón

26 de agosto de 2025 - 07:02 p. m.
El Festival de Cine Experimental de Bogotá tendrá programación hasta el 30 de agosto.
Foto: Cortesía del Festival
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Como escribió Hannah Arendt: “La razón de ser de la política es la libertad, y el campo en el que se aplica es la acción”. En ese sentido, hacer arte es también ejercer una forma de acción política. Creamos desde nuestro lugar de enunciación. Es a través del arte que canalizamos inconformidades, deseos de cambio, protestas y visiones del mundo. Incluso el ocio —frecuentemente subestimado— forma parte de esta experiencia.

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Jorge Lozano es un artista pionero del cine experimental desde los años setenta. Su inicio en el cine independiente coincidió con su salida de Colombia y su llegada a Canadá. Se fue porque, incluso desde niño, se “volaba” de su casa y solo regresaba cuando se le acababan los zapatos o lo vencía el hambre. Tal vez este impulso lo heredó de su padre, pues recuerda con claridad que él debía salir del país en busca de trabajo y que, de algún modo, esa esencia de nómada le quedó como herencia.

Lozano eligió un territorio desconocido en idioma, calles y rostros para comenzar con esa ruta de creación. “El cine experimental siempre ha existido. Desde los inicios, con Dziga Vértov, que recortaba las películas en fragmentos, las invertía, las modificaba. No seguía la narrativa tradicional, que era el otro lado del cine cuando se inventó”.

Relató que, en los años sesenta, se consolidó en Estados Unidos un movimiento fuerte de cine experimental, centrado en las posibilidades del celuloide como material. De allí surgió el cine sin cámara, práctica que en Europa ya se conocía por las animaciones pintadas directamente sobre la película. Este cine exploraba los límites de la cámara y del soporte fílmico. Con el tiempo, se sumaron artistas de otras disciplinas —pintores, escultores, bailarines— que encontraron en el cine un espacio para la exploración, proceso que se amplió aún más con la llegada del video.

“Los poetas no escriben toda la vida sobre el pan, ¿entendés? Escriben sobre situaciones que los impactan: un dolor, el color de un árbol, una circunstancia política, cualquier cosa. Reaccionan al momento que están viviendo y sintiendo”. Esa frase de Lozano encierra el sentido del cine experimental y lo que este aporta a un mundo que, como ya hemos mencionado, vive acechado por la velocidad, el algoritmo, la inmediatez y la producción en masa de bienes culturales.

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En el video experimental se incorporan técnicas y recursos distintos —muchos de ellos concebidos por el mismo creador— apartándose deliberadamente de las formas tradicionales de hacer cine. Son exploraciones que buscan confrontar al mundo y, al mismo tiempo, inventar otros.

Al no estar sujeto a un orden fijo ni a una técnica cerrada, abre un territorio en donde la visión se despliega de manera personal. Lo que aparece en pantalla no pertenece únicamente al creador, sino también al espectador que lo interpreta desde su propia experiencia. Así, una misma obra puede contener múltiples sentidos: un duelo, por ejemplo, puede entenderse de maneras distintas según las miradas que lo atraviesen. De eso trata la última película de Lozano, presentada en el Festival de Cine Experimental de Bogotá, que este año celebra su undécima edición.

Fields of Presence (Planos de presencia) se estrenó el año pasado. “Era la una de la mañana cuando la policía informó a Jorge Lozano de la muerte de su hija, Bree”, se lee en las primeras líneas de la sinopsis. “La película es un diálogo con ella, una conversación ficcional sostenida a través de la fotografía, la música y las canciones que compuso, así como de sus escritos, dibujos, diseños y nuestras charlas”, explicó. Además de cantante, fue DJ, pintora, diseñadora de moda; una mujer multidisciplinaria y rebelde, como la describe él.

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“Utilicé material que filmé desde los años setenta hasta finales de 2024. Es, en esencia, una película sobre la memoria, una conversación con esos archivos, con esas huellas registradas en múltiples formatos: super 8mm, 16mm, VHS, Hi8, tres cuartos, HDB, dron, 360… prácticamente todos los soportes que han pasado por mis manos”.

En tiempos en los que el algoritmo domina lo que consumimos, cuando lo que vemos se parece tanto entre sí que pierde distinción, precisamente para eso existe el cine experimental: para aterrizarnos. Se trata de hacerlo mediante el proceso creativo, la autocreación y el nacimiento de las de libertades, porque, si lo pensamos bien, la libertad no existe como algo dado: hay que inventarla. “Todos tendemos a quedarnos encerrados en un esquema. Esto nos da la posibilidad de nombrar las cosas como deseemos, no como nos dijeron que debían llamarse”, aseveró Lozano.

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El código como expresión audiovisual

Pensar el cine experimental es también pensar en los lenguajes que emergen al margen de la industria. Uno de esos lenguajes nace del código, que, lejos de limitarse a lo funcional, puede operar como una forma de escritura creativa.

Erin Wajufos y Eric Lee son curadores neoyorquinos, pero estando en Bogotá han optado por saludar y despedirse en español. Se conocieron en línea poco antes de la pandemia. Lee contó que admiraba el trabajo de Wajufos y pronto descubrieron que vivían en la misma ciudad. Desde entonces comenzaron a trabajar juntos y Bogotá se convirtió en su primer paso para expandirse fuera de Estados Unidos.

Creative Code Art, su proyecto, llegó a Colombia para participar en el festival con la programación especial Expanded Code Live: tres días dedicados a la experimentación audiovisual en vivo. Ambos saben que el cine experimental no está atado a géneros y lo definen como “agnóstico” en ese sentido; aunque hay temas que reaparecen con frecuencia: el papel de la tecnología en la sociedad, la vigilancia, la privacidad de los datos, la autonomía humana, la crisis climática, y la relación entre tecnología y capitalismo. “La tecnología cambia a un ritmo extremadamente rápido y afecta a todo lo que nos rodea. El arte no es la excepción. Creo que lo importante es buscar el potencial poético de la tecnología y al mismo tiempo cuestionar su rol en la sociedad”, dijo Lee.

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Sobre la nueva generación de artistas experimentales, ambos coincidieron en que su futuro depende, además de otros factores, de la educación y del acceso a recursos. Para ellos, el arte experimental y audiovisual ofrece un espacio fértil: no se trata solo de producir imágenes o sonidos, sino de cuestionar lo que entendemos por cine, de abrir posibilidades para pensar la tecnología de otra manera.

En este encuentro, Wajufos dirige un taller de visuales audio-reactivos con Max/MSP, y Lee otro con Unreal Engine y TouchDesigner. Según contaron, estos espacios permiten acompañar a quienes ya están explorando caminos distintos, donde la obra se construye en tiempo real, con improvisación: una forma de intervenir la experiencia, de interpelar al público y de desafiar las lógicas que dominan el audiovisual convencional. Tradicionalmente, el cine implicaba un público sentado frente a algo ya terminado; aquí, en cambio, cada proyección se convierte en un laboratorio sin normas.

Experimentar fuera del mercado

Hace casi seis años que Julián Medina dirige el festival junto a Iván Aristizábal, su compañero en la dirección ejecutiva. Desde su rol creativo y conceptual, habló de un festival nacido con el apoyo de Cine Libertad, aunque es un proyecto que siempre ha implicado encontrar recursos con paciencia y algo más que ingenio.

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Fuera de los números y la logística, la verdadera apuesta está en la curaduría y lo que el evento le ofrece a creadores y espectadores: en los talleres, en las selecciones que muestran que apartarse de las lógicas del mercado es un gesto posible y hasta retador.

Aquí se permite romper moldes: escuchar obras en vivo, mezclar técnicas (o no atarse a ninguna), tocar temas diversos, usar música o dejar que el silencio sea el protagonista, escribir guiones o tomar una idea que surge en el momento. “Cada decisión es un acto de posicionamiento frente al mundo que habitamos”, aseguró. La forma en que nos vestimos, la manera en que hablamos, el registro que hacemos de las cosas, todo se convierte en una manera de desafiar lo que conocemos como “normal”.

Lo extraño, lo disruptivo, lo corporal, se vuelve la brújula de este espacio. Más que un ejercicio estético, “el festival es un lugar donde la práctica artística permite cuestionar, explorar y abrir posibilidades: maneras distintas de ver y de existir”. Lo que el cine experimental ofrece es la posibilidad de inventar libertades, como aseguró Lozano antes: libertades de hacer, de sentir y de ser al mismo tiempo. “Cuando uno crea una obra experimental, debe pensarse como el mejor poeta”.

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Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com
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