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El Concilio de Trento, una reacción en blanco y negro (V)

Reunido en 1541 luego de varios años de diversos esfuerzos, el Concilio de Trento ratificó las doctrinas de la Iglesia Católica, comenzando por los sacramentos y terminando por la idea de la existencia del Purgatorio, dejando muy en claro que no admitía ninguna idea surgida de los protestantes. Para algunos historiadores, sentó las bases de las guerras religiosas del siglo XVII.

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Fernando Araújo Vélez
25 de septiembre de 2025 - 12:00 a. m.
El Concilio había empezado a organizarse en los años 20 del siglo XVI, pero diversas divisiones dentro de las jerarquías eclesiásticas con respecto a la manera en que debía enfrentarse al protestantismo fueron dilatando las fechas.
El Concilio había empezado a organizarse en los años 20 del siglo XVI, pero diversas divisiones dentro de las jerarquías eclesiásticas con respecto a la manera en que debía enfrentarse al protestantismo fueron dilatando las fechas.
Foto: Noël Robert Cochin / Wikicommons
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La primera decisión que tomaron los cardenales, arzobispos y obispos que accedieron a reunirse en el Concilio de Trento entre 1541 y 1542, fue darle la misma importancia a los comentarios de los exégetas de las sagradas escrituras, que a los ‘divinos y sagrados’ autores de la Biblia. Aquella reunión, decenas de veces propuesta, y otras tantas, pospuesta, pretendía antes que nada tratar el asunto de la Reforma Protestante y sus diversas consecuencias. Sin embargo, había sido muy complicado reunir a los participantes. Al final, cuando comenzaron los debates, había cuatro cardenales, cuatro arzobispos, 21 obispos, algunos jefes de órdenes religiosas y unos cuantos teólogos y estudiosos del derecho canónico.

Aunque a punta de rumores corría la voz de que el principal objetivo del Concilio eran Martín Lutero, sus tesis y la división que estaba creando, la Iglesia romana no pudo hacer mayor cosa en relación con ese asunto, pues Lutero falleció a comienzos de 1546. El Concilio había empezado a organizarse en los años 20 del siglo XVI, pero diversas divisiones dentro de las jerarquías eclesiásticas con respecto a la manera en que debía enfrentarse al protestantismo fueron dilatando las fechas. Pasaron los años y la Iglesia no logró acuerdos. Cuando por fin se anunció que habría una reunión, muchas de las autoridades principales de Roma creyeron que podría haber algunos acuerdos con Lutero, sus discípulos y reformas.

No fue así. Por el contrario, como lo reseñó Peter Watson en su libro “Ideas, historia intelectual de la humanidad”, “los prelados rechazaron por entero la teología protestante y se opusieron a que la gente recibiera el pan y el vino en la misa e incluso a que escuchara la liturgia en su propia lengua”. Más allá de la Iglesia Católica, había en Europa varios príncipes, reyes, reinas y emperadores que tampoco aprobaban la rigidez de Roma. No lograban decidirse entre uno y otro bando. Cuando se dieron las deliberaciones en Trento, al norte de Italia, hubo consenso sobre temas que dejaban clara la intransigencia de las autoridades católicas. Poco a poco, la esperanza de algún tipo de acercamiento se esfumó.

La discusión más esperada por todos los convocados al Concilio era la de la justificación por la fe. Para Lutero, los pecadores se podrían redimir de sus faltas creyendo de verdad en Cristo. Así lo dijo, lo repitió y lo divulgó entre sus seguidores, pero para los católicos romanos esto no era para nada suficiente, fuera de que era absolutamente imposible demostrar esa fe. En Trento, el Concilio argumentó que muy a pesar de los efectos negativos que había provocado la “Caída” en los humanos, éstos seguían teniendo “la capacidad de elegir entre el bien del mal, pero que para ser en verdad bueno necesitaba del ejemplo de Cristo, según la ‘interpretación’ proporcionada por la Iglesia, de manera que su elección estuviera justificada”.

Otro de los puntos decisivos fue el de los sacramentos. El Concilio determinó una vez más que eran siete, bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, extremaunción, orden sagrado y matrimonio, y no dos, como lo había decidido Lutero, con base en las sagradas escrituras, el bautismo y la comunión. Según Michael A. Mullet, autor de varios textos sobre la Reforma Protestante, sobre Martín Lutero y las reacciones de la Iglesia en el Concilio de Trento, la aprobación de los sacramentos y de su cantidad era y fue esencial para las distintas jerarquías eclesiásticas, pues precisamente eran ellos y sus delegados quienes podían aprobarlos e impartirlos, comenzando por la confesión y la penitencia.

La última gran conclusión a la que llegó el Concilio de Trento fue ratificar, una vez más, la existencia del purgatorio. Como lo aclaró Watson, la idea del purgatorio había sido “en realidad, una ‘revelación’ del siglo VI”, y “aunque esta decisión respaldaba la doctrina de las indulgencias, lo que sí hizo el Concilio fue prohibir cualquier clase de comercio con ellas”. Quedaba por decidir cómo y quiénes vigilarían esa prohibición. En síntesis, en Trento la Iglesia ratificó su doctrina católica “en toda su corrupta gloria”, como la definió Watson, “convirtiendo muchas cuestiones en asuntos de blanco o negro más de lo que lo habían sido antes. La intransigencia del Concilio sentó las bases de las terribles guerras religiosas del siglo XVII”.

Para Bamber Gascoigne, autor del libro “The Christians”, la Iglesia consideró en Trento que los problemas que tenía con los protestantes eran un asunto de herejía, y que esa herejía había surgido de “sectas separatistas”. En sus luchas, el Vaticano le solicitó al duque de Alba, quien lideró un terrorífico régimen en los Países Bajos, que posara como un cruzado para un retrato, y a Giorgio Vasari, uno de los exponentes más trascendentes del arte renacentista, que pintara dos cuadros “sobre episodios de la década de 1570: la batalla de Lepanto, en la que se había derrotado a la marina turca, y la masacre del día de San Bartolomé, cuando ‘innumerables’ protestantes franceses fueron sacados de sus camas y asesinados en las calles de París”.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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