Cuando las hermanas de Franz Kafka le dieron total libertad a Malcolm Pasley para que consiguiera los manuscritos que su hermano le había solicitado a Max Brod que quemara, Pasley logró que Brod se los entregara, con excepción de “El proceso”. Salió a las carreras hacia Suiza y se devolvió con los papeles en su automóvil. Con el tiempo, declaró que había sido una total falta de juicio arriesgar el legado de Kafka de semejante manera. Eran los primeros años sesenta. Igual y desde entonces, los trabajos y las cartas de Kafka permanecieron en Oxford, a disposición de todos aquellos que quisieran leerlos y estudiarlos. La vieja idea de publicar una edición crítica sobre la literatura kafkiana resurgió, ya entonces sin las trabas del hombre que la había guardado y cuidado, aún con los riegos de las guerras, y que la editado y promocionado.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
En 1982, pasada una década del rescate, salió publicado por la editorial S. Fisher el primer libro de aquel grupo de papeles, titulado como “El castillo”. Pasley fue el editor principal de la obra, que se dividió en dos tomos. El primero llevaba al texto de la novela, restaurado, y el segundo, las notas editoriales y “las variantes textuales”, como las llamó Guillermo Sánchez Trujillo en su libro “Los secretos de Kafka”. “Así se corrigieron los numerosos errores de transcripción de las primeras ediciones y se quitaron todas las intervenciones editoriales y correcciones estilísticas de Brod”, explicó Sánchez. Pasley subtituló su trabajo con “El castillo” con una aclaración que rezaba: “Novela en la versión del manuscrito”. Pese a unas diseminadas críticas, los kafkólogos celebraron.
Luego de más de medio siglo de su muerte, había aparecido un Franz Kafka mucho más acorde con su historia de hombre sin pertenencia ni arraigo, y en general, con la historia de los judíos en Praga. Como lo reseñó Sánchez Trujillo, “afloraba un Kafka absolutamente desconocido hasta entonces, muy lejos de ese Kafka de lenguaje anónimo y burocrático, carente de raíces, un alemán sin personalidad, cuando precisamente era todo lo contrario, tal como la edición de Pasley lo mostraba, al situarlo en el espacio y el tiempo, con una inconfundible voz de judío de Praga, emanada de un texto repleto de expresiones características del sur, un alemán de principios del siglo XX, que dejaba traslucir las tensiones históricas y sociológicas de ese período en la historia austríaca”.
Después del alborozo que generó la publicación de “El Castillo”, los lectores e investigadores de Kafka, y varias editoriales que percibían el negocio que podría haber si se lograba recuperar “El proceso”, volvieron a los borradores escritos, a los sobres que los contenían y al orden que debía tener la novela. Tiempo atrás, en 1942, y tres años después de que Max Brod hubiera salido a toda prisa de Praga hacia el Medio Oriente con su carga de documentos originales camuflados, sufrió la muerte de su esposa, Elsa Taussig. Entonces conoció a Ilse Hoffe, con quien trabajó en sus propios asuntos y en los de la obra de Franz Kafka, y por extensión, a su marido. Se iban de vacaciones, discutían, regresaban, trabajaban. Hoffe se convirtió en la secretaria de Brod, y según los rumores, en algo más.
Desde la muerte de la señora Taussig, Ilse Hoffe cuidó de todo lo que tuviera que ver con Max Brod, hasta que murió, en 1968. Según los investigadores, le dejó su herencia a la señora Hoffe, que para ese momento ya se llamaba Ilse Esther Hoffe. El testamento de Brod fue discutido una y otra vez por distintos juristas, pues era algo confuso con respecto a si la señora Hoffe había adquirido toso los derechos sobre la obra de Franz Kafka, o era solo su albacea, y en qué condiciones. Lo cierto fue que desde 1968, manejó los escritos, dibujos, cartas y demás que había guardado Brod, e incluso, vendió algunos de esos documentos por debajo de cuerda a algunos coleccionistas alemanes, antes de que la detuvieran en el aeropuerto de Tel Aviv por atentar contra la Ley de archivos de Israel.
En palabras de Sánchez Trujillo, “Quedó en libertad a condición de permitir que se catalogaran sus posesiones, pero Hoffe no respetó su palabra y ocultó a los estudiosos numerosos manuscritos. Se asegura incluso que se llevó parte al extranjero ilegalmente por lo que es probable que importantes documentos hayan desaparecido en manos de coleccionistas privados anónimos. Nada raro porque en 1983 causó gran escándalo cuando aprovechó el centenario de Kafka para tratar de vender por partes los manuscritos de ‘El proceso’ al mejor postor”. Sin embargo, por consejos de sus hijas, Ruth y Ava, por cuentas alegres de algún mercader de arte o por argumentos de abogados expertos en temas de derechos de autor y herencias, decidió que se remataran en subasta pública.
La señora Hoffe determinó que la subasta fuera organizada por la firma de Sotheby´s, que los exhibió desde el 10 hasta el 14 de octubre de 1988 en Nueva York, Hong Kong y Tokio. Un mes y tres días después se subastaron los papeles en Londres, en una sala colmada por funcionarios gubernamentales y de distintas firmas editoriales. Heribert Tenschert, quien representó al gobierno alemán, pagó 1.98 millones de dólares por los archivos y se los llevó al Archivo de Literatura Alemana de Marbach. En sus palabras, estaba decidido a pagar cuatro millones, pero la subasta fue muy rápida, según Sánchez Trujillo, quien citó una nota del “The New York Times”, según la cual “Tenschert pujó contra dos ‘decididos’ postores, pero lo cierto es que la subasta sólo duró sesenta segundos y, como se supo después, los manuscritos fueron rematados contra los fondos de la propia casa”.
Un año atrás, en mayo, un artículo de “La Vanguardia” firmado por Irene Hdez Velasco decía que la cifra que se había pagado en la subasta de Sotheby´s era de 3,5 millones de marcos alemanes, aproximadamente cuatro millones de euros del 2024, y que hasta los tiempos de la subasta, había sido el manuscrito literario mejor pagado en la historia. De cualquier modo, ante el resultado de la subasta, Ilse Esther Hoffe dijo que no iba a volver a ofrecerle a nadie un solo documento de Kafka. No obstante, algunos de los dibujos que estaban entre sus libretas fueron publicados tiempo después. La señora Hoffe falleció en Tel Aviv el 2 de septiembre del año 2007, a la edad de 101 años, y le legó a sus hijas los archivos Kafka.
Desde entonces, diversos archivistas e investigadores, y sobre todo, decenas de estudiosos de los trabajos de Franz Kafka y su obra estuvieron de acuerdo con que las condiciones físicas en las que debían estar guardados los papeles no eran las más adecuadas, sobre todo luego de que algunos periódicos publicaran la noticia de que los vecinos de la señora Ava la habían denunciado por el penetrante olor que salía de su apartamento, ubicado en pleno centro de Tel Aviv. Entre otras cosas, la llamaban “La señora de los gatos”. En junio del 2016, luego de que llamara a juicio a la señora Ava y a los involucrados en los documentos de Kafka, el Tribunal Supremo de Israel sentenció que los manuscritos le pertenecían a la Biblioteca Nacional de Israel, y que quedarían bajo su custodia.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖