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El flamenco, una historia de interculturalidad

El flamenco se tomará Bogotá entre el 6 y 8 de octubre con una bienal dedicada a uno de sus tres elementos: el cante. Exploramos la historia detrás de una de las expresiones de esta tradición, que fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Unesco en 2010.

Andrea Jaramillo Caro
23 de septiembre de 2022 - 02:00 a. m.
La cantaora María Terremoto se presentará en 8 de octubre en la Bienal Internacional de Flamenco en Bogotá. / Archivo Colsubsidio
La cantaora María Terremoto se presentará en 8 de octubre en la Bienal Internacional de Flamenco en Bogotá. / Archivo Colsubsidio

Entre guitarras y palmas el cante flamenco fluye con su melodía característica. Desde su lugar de origen, en la región española de Andalucía, este arte tradicional se ha expandido por el mundo con las voces de sus cantaores, sus guitarras o toque y su baile como embajadores del género musical. Estos son los tres elementos principales de esta forma de arte que nació durante el siglo XVIII.

No existe una persona o comunidad a la cual acreditarle el nacimiento del flamenco, pues se atribuye a la mezcla de diferentes culturas, como la judía, árabe y gitana, en el sur de España. Aunque para 1770 no tenía el nombre por el cual se le conoce hoy en día, para este momento ya había documentos en los cuales se describía la música que se tocaba desde el anonimato. “El flamenco es un arte que se desarrolló en sus orígenes desde el anonimato, siendo una pequeña minoría marginal, por lo que se hace difícil encontrar una fecha exacta para determinar el nacimiento de este estilo de vida y cultura”, se lee en uno de los artículos publicados por el tablao El Palacio de Andaluz.

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“Lo que se sabe hoy con certeza es que el flamenco es el grito elemental -en sus formas primitivas- de un pueblo sumido en la pobreza y en la ignorancia, para quien solo existen las necesidades perentorias de la existencia primaria y los sentimientos instintivos”, escribió Germán Herrero en su libro De Jerez a Nueva Orleáns. Análisis comparativo del flamenco y del jazz. “El arte gitano andaluz puede -y debe- entenderse también como un estilo de vida. Los primeros intérpretes, gitanos todos, hicieron del flamenco no solo un recurso más para escapar del hambre, sino un sistema comunicativo destinado a su exclusivo uso doméstico. El cantaor no hace arte para los demás, no canta para los otros, sino para sí mismo, la copla es autoterapia. La tragedia del cante no es fingimiento. No es teatro ni pretende efectos sobre el público”.

A pesar de que no es fácil determinar un momento en la historia en el que surgió oficialmente el flamenco, la literatura da algunas pistas regadas a lo largo de los siglos XVII y XVIII. “Tras una lectura profunda de la obra La Gitanilla, de Cervantes, se puede observar que, a menos que el célebre escritor hubiera contado una historia fruto de su imaginación, que no es de extrañar, la primera disciplina flamenca fue el baile, como lo ratifica el personaje de Preciosa, una joven bailaora que se ganaba la vida haciendo danzas de corte andaluz a la que se subyugaban tanto el acompañamiento musical como el vocal, ambos enlazados para realizar los llamados corridos gitanos”, se lee en una publicación de la Empresa Pública para la Gestión del Turismo y del Deporte de Andalucía.

De acuerdo con el Ministerio de Cultura y Deporte de España, “el cante, uno de los tres elementos que conforman el flamenco, es la expresión vocal del flamenco enmarcada en unas formas y estructuras aceptadas por los individuos y comunidades que participan de él. Se canta en primera persona y en solitario, preferentemente sentado, sin acompañantes ni refuerzos corales salvo la guitarra. Se percibe por el oído y por su plástica. Su forma de ejecución es idéntica para hombres y mujeres. Funde la tradición oral y colectiva, y la creación personal. Se cimenta sobre estructuras musicales diversas, que se denominan cantes, estilos o palos. Sirve de cauce para la expresión de todos los sentimientos y estados de ánimo: la pena, la alegría, la tragedia, el júbilo, el miedo, etc., a través de unas letras, fruto de la expresividad popular y caracterizadas por su brevedad y sencillez”.

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A pesar de esto se puede decir que entre 1740 y 1860 comienzan a existir varios documentos de diferentes autores que ratifican la existencia del flamenco como algo más que tradición oral entre los andaluces. Apareció por primera vez en una serie de cartas en las que se hacía mención de este como una música peculiar y diferenciadora en la región, pero solo fue hasta 1820 cuando hubo una referencia formal en un periódico de Cádiz que anunciaba una muestra de Antonio Monge, conocido como El Planeta, cantando los cuatro palos.

Aunque Monge fue el primer cantaor considerado profesional del cual se tiene documentación, se considera como el original al jerezano Tío Luis de Juliana hacia finales del siglo XVIII, de quien poco se conoce, aunque se le atribuye la creación de las tonás, uno de los palos matrices del flamenco. Sobre El Planeta se conoce un poco más, pues el cronista Estébanez Calderón escribió sobre él en 1847: “Entramos a punto en que el Planeta, veterano cantador, y de gran estilo, según los inteligentes, principiaba un romance o corrida, después de un preludio de la vihuela y dos bandolines, que formaban lo principal de la orquesta, y comenzó aquellos trinos penetrantes de la prima, sostenidos con aquellos melancólicos dejos del bordón, compaseando todo por una manera grave y solemne, y de vez en cuando, como para llevar mejor la medida, dando el inteligente tocador unos blandos golpes en el traste del instrumento, particularidad que aumenta la atención tristísima del auditorio. Comenzó el cantaor por un prolongado suspiro, y después de una brevísima pausa dijo el siguiente lindísimo romance, del conde del Sol, que, por su sencillez y sabor a lo antiguo, bien demuestra el tiempo a que debe el ser”.

Es necesario aclarar que el cante, definido por la Real Academia Española como cante andaluz agitanado, tiene otra arista llamada cante jondo, al cual la institución se refiere como “cante más genuino andaluz, de profundo sentimiento”. Mientras que el poeta Federico García Lorca afirmó sobre este cante, en una conferencia en 1922, que “en el año 1400 de nuestra era, las tribus gitanas, perseguidas por los cien mil jinetes del Gran Tamerlán, huyeron de la India. Veinte años más tarde, estas tribus aparecen en diferentes pueblos de Europa y entran en España con los ejércitos sarracenos, que desde la Arabia y el Egipto desembarcaban periódicamente en nuestras costas. Y estas gentes, llegando a nuestra Andalucía, unieron los viejísimos elementos nativos con el viejísimo que ellos traían y dieron las definitivas formas a lo que hoy llamamos ‘cante jondo’. A ellos debemos, pues, la creación de estos cantos, alma de nuestra alma; a ellos debemos la construcción de estos cauces líricos por donde se escapan todos los dolores y los gestos rituarios de la raza”.

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Al referirse al cante flamenco como “alma de nuestra alma”, García Lorca demuestra la importancia de este arte no solo en España, sino más allá de sus fronteras. Hoy en día diferentes países en América han desarrollado sus propias variaciones del género, y algunos intérpetes, como Camarón de la Isla, Manuel Vallejo, Fosforito y Antonio Mairena, han transmitido la herencia del flamenco entre nuevas generaciones.

Andrea Jaramillo Caro

Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com

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