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Su vida y su muerte nos recuerdan que el periodismo no es solo un oficio: es un acto de coraje civil. Cano pagó con la vida su compromiso con la transparencia, denunciando poderes oscuros cuando muchos preferían callar. Ese gesto es hoy una herencia que debemos honrar con acciones, no con solemnidades vacías.
Desde el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, creo firmemente que la defensa de la verdad también se teje desde abajo, en cada comunidad, en cada emisora barrial, en cada colectivo juvenil que aprende a contar lo que ocurre en su territorio sin miedo y con rigor. El país necesita un periodismo que vuelva a mirar de frente a la gente, que escuche los acentos de la Colombia profunda y narre sin filtros la dignidad de quienes sostienen este país desde sus barrios, sus veredas y sus saberes.
Impulsar el periodismo comunitario no es un gesto menor: es fortalecer la democracia desde su raíz. Cuando un joven aprende a investigar, cuando una lideresa comunica lo que ocurre en su vereda, cuando una escuela pública crea su propio boletín cultural, estamos sembrando ciudadanía. Las prácticas éticas no nacen por decreto; nacen de la participación, del diálogo, de la transparencia aprendida en colectivo.
Por eso trabajamos para que la cultura también sea un espacio de formación en libertad de expresión, pensamiento crítico y responsabilidad narrativa. Un país que apuesta por la paz debe apostar también por un periodismo vivo e independiente. Allí donde llega el arte, llega la posibilidad de pensar y de contarnos mejor; allí donde florece la palabra, crece la democracia.
Honrar a Guillermo Cano es asegurar que nunca más el silencio le gane a la verdad. Su legado nos recuerda que la ética no es una consigna: es una práctica diaria que se cultiva, como la cultura misma, en comunidad.