¿Hubo algún sonido, conversación o imagen que la hizo sentir y saber que la música era su camino?
Sí. Empecé a tocar la batería a los siete años y desde entonces supe que la música sería mi camino, aunque no sabía cómo. Luego aprendí a tocar la guitarra y a componer. A los 14 fui a un concierto de Katy Perry sin conocerla y quedé impactada por la magnitud del show: fuegos artificiales, bailarines, coreografía... Salí llorando y, tras hablar con mi mamá, entendí que lo que quería en la vida era estar sobre una tarima.
Ahora que menciona a su mamá, leí que cuando le contó que quería dedicarse a la música intentó persuadirla para que tocara piano. ¿Eso fue motivo de discusión entre ustedes?
No fue tan extremo. Cuando le dije que quería tocar batería, ella se sorprendió y dijo: “¿Batería en mi casa?”. Entonces sugirió que tocara piano o algo diferente, pero yo insistí en la batería. Hoy en día es la que más disfruta verme tocar. Después aprendí piano y también lo disfruto mucho, pero nunca fue motivo de discusión. En mi casa siempre me apoyaron con todo.
Es compositora, productora y cantante, ¿cuál rol disfruta más? ¿En alguno se siente expuesta o muy vulnerable?
Cada uno me hace vulnerable de maneras distintas. Ser artista o cantante me hace vulnerable con mi vida porque me expongo totalmente, muestro quién soy y me enfrento al qué dirán. Al escribir canciones también me arriesgo, porque estoy plasmando lo que siento y pienso, mostrando mi manera de ver el mundo. Como productora es diferente, sobre todo porque soy mujer. Muchas veces escuché que necesitaba un “productor de verdad”. Entonces, al producir, me reafirmo y me pruebo que sí soy capaz. Cada rol me abre el corazón de una manera distinta.
¿Cómo fue para usted entender que la música es también un negocio en el que no solo importa lo que compone, o como suena?
Al principio fue triste, porque quisiera dedicarme solo a hacer música, como antes, cuando bastaba una buena canción. Hoy todo gira en torno a los likes y eso vuelve el ambiente competitivo y frustrante. El reto es balancear la pasión con la validación necesaria para que algo suceda. Puedes tener la mejor canción, pero si en Spotify solo tiene 10.000 reproducciones, la gente la descarta. Aun así, no veo las redes como un enemigo, son una herramienta si se saben usar. En mi caso no tengo un personaje, soy yo misma, y eso es más difícil porque implica mostrar mis emociones tal cual son. Por eso tengo una relación de amores y odios con esa parte.
¿Todos estos factores han cambiado su idea del éxito en la música?
Para mí el éxito es divertirme. Si no me estoy divirtiendo con lo que hago, estoy equivocada. El éxito no puede ser tener los números más grandes ni que mis videos se hagan virales. Claro, si pasa, es increíble, pero lo importante es estar aterrizada, vivir el presente, disfrutar lo que hago y, por supuesto, poder vivir de esto. Una persona que vive de la música, ama lo que hace y se divierte todos los días es la más exitosa del mundo.
¿Cómo es Annasofía cuando no está haciendo música? ¿Las preguntas que se hace en su intimidad son las mismas que en el estudio?
Sí, soy la misma. A veces, en las redes sociales me cohíbo porque me da miedo que la gente me juzgue por lo que digo, pero cada vez quiero ser más auténtica también en lo digital. Las preguntas que me hago sola, con mis amigos o en el estudio son exactamente las mismas. Lo único que cambia es que en redes aún me cuesta mostrarlo sin filtros.
Cuénteme un momento en el que haya pensado: “No puedo creer que esto me esté pasando”.
Tengo una imagen muy clara. El año pasado fue difícil porque me estaba redescubriendo, y un día, manejando un viejo carro rojo que me prestó mi hermana, coincidí con un atardecer hermoso y me puse a llorar de gratitud. No tenía música nueva ni grandes números, pero mis papás me habían visitado, mi hermana estaba conmigo y me sentía plenamente presente. Pensé: “No puedo creer que esta sea mi vida y que me dedique a lo que amo”. Me sentí la más afortunada del mundo.
Si pudiera hacer una colaboración con cualquier artista, incluso alguien que ya murió, ¿a quién elegiría y por qué?
Lo primero que pensé fue en Jessie Reyez, que además es compatriota. Pero si pienso más allá, me habría encantado colaborar con Freddie Mercury o estar en un estudio con Mac Miller.
¿Tiene alguna canción en su playlist que nadie esperaría encontrar?
No tengo playlists. Simplemente, le doy “me gusta” a todas las canciones que me atrapan y luego pongo esa lista en aleatorio. Así, puedo pasar de “Killer Queen” a “Gotas de lluvia” y disfrutarlo igual. En mis “me gusta” hay de todo: cumbia, salsa, rap, góspel. Es un reflejo de mi universo musical: diferentes personajes en un mismo ecosistema.
Si pudiera hablar con la Ana Sofía de siete años, la que tocaba batería, ¿qué le diría?
La abrazaría mucho. Le diría que nunca deje de ser ella misma, que no escuche a la gente ni deje que le metan ideas en la cabeza. Esa niña siempre usaba zapatos de distintos colores, pero con el tiempo, por la estructura social, me fui metiendo en una cajita y reprimiendo esa creatividad. Me ha costado recuperarla. Así que le diría: “Sigue poniéndote tus zapatos de colores, haz lo que quieras y tápate un poco los oídos”.