“La libertad de pensar, y de mal pensar y de pensar poco, la libertad de elegir yo misma mi vida, de elegirme a mí misma. No puedo decir “de ser yo misma” puesto que no era más que un barro moldeable, pero sí la libertad de rechazar los moldes”.
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Buenos días tristeza
La primera novela de Françoise Sagan, Bonjour tristesse (Buenos días, tristeza), escrita cuando la autora tenía diez y ocho años y publicada en 1954, la catapultó a la escena literaria francesa. Con su pluma transgresora y, sobre todo, con esta novela, afirmó Stefan Bollman, “la seriedad del existencialismo se disuelve en una mezcla de amargura y estados de ánimo. Y los estados de ánimo son una expresión de algo sobre lo que no tenemos poder alguno, la capa más baja, por así decirlo, de la psique; es a esta parte de nosotros mismos, en gran medida inaccesible al pensamiento, a la que el arte y la música han apelado siempre” (traducción libre, Women who Write are Dangerous, Abbeville Press Publishers, 2018).
Françoise Quoirez nació el 21 de junio de 1935 en Carjac, Francia, en el seno de una familia acomodada. Desde muy pequeña se interesó por la lectura y la escritura. Cuando tenía listo el manuscrito de Buenos días tristeza, su padre la convenció de que lo enviara a la editorial bajo seudónimo para evitar escándalos. El nombre de pluma lo sacó de la princesa de Sagan, un personaje de En busca del tiempo perdido (El camino de Guermantes), de Marcel Proust. Se rodeó de intelectuales como Juliette Gréco, Jean-Paul Sartre y muchos otros, tuvo dificultades con el alcohol y las drogas, sufrió un accidente automovilístico en el que casi muere y enfrentó problemas financieros y escándalos sociales. Murió el 24 de septiembre de 2004.
Su obra se caracterizó por ser dinámica y fluida; sus personajes tienen sensibilidad psicológica: en muchos casos jóvenes inquietos que vivieron situaciones extremas; asimismo fue usual encontrar en su obra la melancolía, la soledad, el dolor y, al mismo tiempo, el hedonismo y la desinhibición sexual.
Entre las novelas más conocidas destacan Un certain sourire (Una cierta sonrisa, 1956), con una prosa atrevida que exploró la infidelidad, la seducción y la introspección; Dans un mois, dans un an (Dentro de un mes, dentro de un año, 1957), de corte existencial, sobre unos jóvenes en París que enfrentan sus pasiones amorosas y angustias identitarias; Aimez-vous Brahms? (¿Le gusta Brahms?, 1959), cuyo eje argumental se basa en un triángulo amoroso entre una mujer de cuarenta años, su amante joven y su pareja —fue llevada al cine como Goodbye Again (1961)—, y La chamade (La embriaguez del corazón, 1965), que plantea la clásica dicotomía entre la pasión y la cordura, también adaptada al cine. Además de novelas, escribió algunos ensayos, biografías, obras de teatro y guiones cinematográficos.
Buenos días tristeza, también adaptada al cine, presentó una historia tan sencilla como compleja de una niña adolescente, Cécile, que viaja durante el verano con su padre viudo, su novia de turno y una mujer que fue amiga cercana de su madre. En la sencillez de la trama se camufla una fuerza narrativa descomunal. La protagonista es contradictoria e impulsiva: “Permanecí inmóvil junto a la portezuela, mientras se me atropellaban mil pensamientos en la cabeza. Las actitudes nobles se me ocurren siempre demasiado tarde”. Su padre, mujeriego y despreocupado, siempre tuvo buena relación con su hija hasta que decidió casarse con Anne, la vieja amiga de su madre. Cécile urde un plan para que ella desaparezca de sus vidas, pero pronto se arrepiente: de alguna manera la admiraba y la quería, pero el plan ya había entrado en acción. Este conflicto dialogó con el primer amor de la joven Cécile y el drama de la novia anterior del padre, abruptamente abandonada.
La novela fue alabada por la crítica en algunos momentos de la historia y arrinconada en otros. Es probable que el rechazo se debiera no solo a la temática que se filtraba de su obra, sino también a su juventud y género; no era lo mismo una mujer joven que un hombre hablando de libertad sexual y placer femenino.
“Al margen del placer físico y muy real que me procuraba el amor, experimentaba una especie de placer intelectual pensando en él. Las palabras ‘hacer el amor’ poseen una seducción propia, muy verbal, abstrayéndolas de su sentido. El término ‘hacer’, material y positivo, unido a esa abstracción poética de la palabra ‘amor’, me fascinaba. Había hablado de ello antes, sin el menor pudor, sin el menor apuro, pero también sin percibir su encanto”.
Poco a poco fue recuperando su lugar en el canon no solo de las letras francesas, sino del mundo entero. Su obra ha sido traducida a muchos idiomas y se lee y analiza universalmente desde hace muchos años.