Franz Kafka y Max Brod se conocieron en 1902, luego de una conferencia de Brod sobre Arthur Shopenhauer y Friedrich Nietzsche en la “Sala de lectura y conversación de los estudiantes alemanes” de Praga. Fue Kafka quien buscó a Brod, tal vez para preguntarle por qué había dicho que Nietzsche era un mentiroso, como lo reseñó Guillermo Sánchez Trujillo en su libro “Los secretos de Kafka”. Sin embargo, más allá de las razones, lo cierto fue que desde aquel día fueron amigos y confidentes, el uno, Kafka, creador, escritor, y el otro, Brod, poeta a ratos, crítico, y al final, protector y editor de la obra de su amigo. Incluso, en algunos de los libros de Kafka cambió frases, títulos, eliminó palabras y añadió sus propias ideas.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Unos días después de la muerte de Franz Kafka, el 3 de junio de 1924 en un hospital de Kierling, cerca de Viena, algunos de sus familiares hallaron entre sus papeles unos textos que luego fueron conocidos como el “testamento”, en los cuales le solicitaba a Brod que quemara todos sus escritos, ya fueran diarios, novelas, cuentos, cartas o dibujos, “sin dejar nada y sin leerlos”. Brod recuperó la obra de Kafka, y según fueron pasando los años, la publicó, comenzando por su “testamento”, que apareció impreso en la edición del 17 de junio de aquel mismo año de la revista Weltbühne de Berlín. Brod fue acusado de deslealtad por el círculo más cercano de Kafka, pero para él, rescatar los trabajos de su amigo era un asunto de sacra importancia.
Brod dijo durante el homenaje que sus amigos le hicieron a Kafka dos semanas después de su muerte que muy pronto llegaría una “era Kafka”, y “estaba tan convencido de la importancia de la literatura de Kafka que, incluso cuando su amigo no había publicado nada, sostuvo que era el más grande escritor en lengua alemana del siglo XX”, escribió Sánchez Trujillo. El día antes de su muerte, Kafka estuvo dedicado a corregir las pruebas de impresión de su último libro, compuesto por cuatro novelas, “cuatro pequeñas novelas”, como él mismo las llamó. La colección fue titulada “Un artista del hambre”, que era a la vez una de las historias del libro. El protagonista de aquella primera novela era Brod, y la editorial que había decidido publicar los textos, la Schmiede.
Antes de que llegara el paquete con las pruebas, Kafka se había molestado por la tardanza. De alguna manera, según Sánchez Trujillo, “presentía que no vería el libro impreso, pues sabía que tenía los días contados desde que semanas atrás una lechuza —el pájaro de los muertos— aparecía todas las noches en la ventana”. Ovidio, en su libro de “Las metamorfosis”, escribió que la lechuza era un “infausto mensajero de las desgracias futuras y presagio funesto para los mortales”, y a partir de su poema, decenas de culturas han relacionado a las lechuzas con distintas tragedias. Más allá de sus supersticiones, y de sus relaciones con la cultura romana y con Ovidio, Kafka tenía prisa por terminar las correcciones de su libro.
Mientras llegaban los borradores, le escribió una carta a sus padres, Hermann Kafka y Julie Löwy, quienes le habían anunciado una visita para ese día en la tarde, diciéndoles que no estaba en condiciones de recibirlos. Las relaciones con ellos se habían roto muchos años antes, hasta el punto de que su primera novela, “La Condena”, de 1913, contaba la historia de un padre ya mayor, muy cansado, que de repente recuperaba sus fuerzas y sus energías sólo para maldecir a su hijo. Según los apuntes que plasmó en sus diarios, Kafka comenzó a escribir su novela a las diez de la noche, y la finalizó a las seis de la mañana del día siguiente. Temblaba y le dolían las manos, la espalda, las piernas, los ojos. Luego de poner el punto final, se fue a dormir.
“En ‘La condena’ —decía Estanislao Zuleta—, el padre es incapaz de soportar el éxito del hijo en el almacén, en los negocios, y lo peor, el hecho de que esté enamorado y comprometido y con ello tenga además otro éxito, cuando ya él es solamente un viudo en bata de levantar. Entonces lo condena a morir ahogado —por eso se llama ‘La condena’—; y en efecto, al final, el hijo sale corriendo y se arroja al agua a cumplir su castigo”. Aunque muchos años después de la muerte de Kafka, un antiguo empleado y aprendiz de la tienda familiar llamado Frantisek Xaver Basik escribiera en sus memorias que el señor Hermann Kafka era un hombre “tranquilo y casi amable”, y “bastante simpático”, en “Carta al padre” su hijo decía lo contrario.
Entre tantos otros asuntos, le escribía allí: “Reforzabas los improperios con amenazas, y entonces sí que también te dirigías a mí. Me aterrorizabas, por ejemplo, con tu frase: ‘te voy a hacer picadillo’, aunque, sabía que nada peor seguía a tus palabras (la verdad es que, de niño, no lo sabía muy bien); no obstante, correspondía casi perfectamente a mi idea de tu poder el hecho de que fueses capaz de hacerlo. También me horrorizabas cuando corrías profiriendo gritos alrededor de la mesa, persiguiendo a uno de nosotros, aunque en realidad no quisieras agarrarlo; pero lo simulabas, y parecía como si la madre, finalmente, lo salvase. Y al niño le parecía que, una vez más, había conservado la vida por tu misericordia, y que el hecho de seguir viviendo, era un inmerecido regalo tuyo”.
La carta jamás le llegó a su padre, o eso fue lo que una y otra vez afirmaron sus biógrafos. Él se la entregó a su madre, supuestamente a sabiendas de que ella la iba a leer y la iba a romper o a quemar. De igual manera, más allá de lo que ocurrió y de las suposiciones, la “Carta al padre” dejó en claro la conflictiva relación que tenía con su familia y consigo mismo, pues Kafka se sentía culpable por vivir, por comer, por trabajar, por escribir y por no escribir, “culpa por escribir, pues en su concepto la escritura se oponía a una vida cotidiana tranquila y familiar; y culpa por no escribir, puesto que consideraba todo lo que lo apartaba de la escritura como una traición a su posibilidad más peculiar y más decisiva”, como lo expresó Zuleta en “Kafka, el artista y el mundo moderno”.