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Gabo reconquista Roma: la Ciudad Eterna más cerca de Macondo

En el siglo XVII, el poderoso cardenal Scipione Caffarelli Borghese, sobrino del Papa Pio V, jamás habría podido imaginar que una de las callecitas del parque de ochenta hectáreas de propiedad de su familia, sería dedicado al más ilustre hijo de Aracataca, a Gabriel García Márquez.

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Mary Villalobos
25 de octubre de 2021 - 08:24 p. m.
Mañana, 26 de octubre, Roma inaugurará en la Villa Borghese la nueva vía dedicada al autor colombiano, Gabriel García Márquez.
Mañana, 26 de octubre, Roma inaugurará en la Villa Borghese la nueva vía dedicada al autor colombiano, Gabriel García Márquez.
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Durante el pontificado del tío (1566-1572), Scipione Borghese se conviritió en un influyente patriarca del Vaticano y mecenas de los artistas. Así comenzó a acumular tierras y obras de arte formando una de las mayores colecciones mundiales de pintura y escultura, que va del estilo clásico, al renacimiento, al barroco y entre las que se encuentran obras de artistas inmortales como Rafael Sanzio, Caravaggio, Lorenzo Bernini, Antonio Canova.

En 1901, el estado italiano, después de una larga negociación, compró el ingente patrimonio de la familia Borghese. Hoy tanto el Parque como la colección personal de arte custodiada en la Galería Borghese son lugares públicos, para el recreo y placer de romanos y turistas. La vía que rinde homenaje a Gabo se encuentra a pocos pasos de la ex galería privada del Cardenal convertida en un prestigioso museo.

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El Nobel regresa a los lugares de Roma donde vivió hace más de medio siglo. Ahora es posible pasear por el corazón verde de la capital italiana, entre cedros, laureles y cipreses centenarios mientras se vuela con la imaginación a Macondo la aldea global creada por su pluma.

La calle bautizada con el nombre del escritor, situada en el cruce entre Viale Dei Cavalli Marini y Viale Villa Borghese, despertará en los transeuntes la curiosidad de conocer el período en el cual el autor de “Cien Años de Soledad” pasó su “dolce vita” en la ciudad eterna. Será posible recorrerla mientras se evoca al joven de 28 años quién llegó por primera vez a la capital italiana el 31 de Julio de 1.955 enviado especial del diario El Espectador.

Gabo transformó el ex-jardín de las delicias del Cardenal, en una escenografía “verde” para relatar sus vivencias italianas. En el cuento “La Santa” escrito en 1981, dejó varias instantáneas de aquella época. Narró que su habitación estaba muy cerca de Villa Borghese y no necesitaba un reloj para levantarse: nos despertaba el rugido pavoroso del león en el zoológico de la Villa Borghese.

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Retrató los “laureles centenarios”, “las muchachas” que mariposeaban en la hierba y el león del zoológico que interrumpía los ejercicios de canto de su amigo y vecino de habitación, el tenor colombiano Rafael Ribero Silva: La expectativa diaria era que cuando daba el do de pecho le contestaba el león de la Villa Borghese con un rugido de temblor de tierra.

El tenor y el periodista iban con frecuencia al zoológico, hoy conocido como Bioparco, a visitar al león de veleidades líricas. Los dos jóvenes se volvieron compinches, decidieron desafiar la canícula de Agosto y explorar juntos la Roma en aquel verano inolvidable:

“Después del almuerzo Roma sucumbía en el sopor de agosto. El sol de medio día se quedaba inmóvil en el centro del cielo, y en el silencio de las dos de la tarde sólo se oía el rumor del agua, que es la voz natural de Roma” .

Pasadas las siete de la noche la ciudad se transformaba según Gabo: “una muchedumbre jubilosa se echaba a las calles sin ningún otro objetivo que el de vivir.” Los dos amigos se unían a esa muchedumbre que en vespa vagabundeaba por los rincones de la Roma sagrada y profana.

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Pero él, además de disfrutar de la “Dolce Vita”, enviaba su trabajo de corresponsal, escribió diversas crónicas, algunas dedicadas al Papa Pio XII víctima de fuertes ataques de hipo, motivo por el cual El Espectador lo envió a indagar al Vaticano, cubrió el XVI Festival del cine de Venecia y se matriculó al curso de dirección en el “Centro Sperimentale de Cinecittá.”

El cineasta argentino Fernando Birri, conocido como el padre del nuevo cine latinoamericano, fue su cicerone en materia de Séptimo Arte. A sus 87 años me concedió una entrevista en su casa de Roma. Con su memoria intacta revivió aquella tarde del otoño de 1.955 cuando se encontró por primera vez con Gabo en un Café cerca a la “Plaza de España”. Encendió el proyector de su pasado y relató que entre el humo de cigarrillos y tazas de café conversaron hasta la madrugada:

“Tenía la figura de un cantante de boleros intelectual con bigotitos afilados, una figura armónica y ágil con una gran belleza espiritual muy a la mano, muy familiar”.

El argentino había trabajado como asistente del director Vittorio De Sica y del guionista Cesare Zavattini, padres del neorealismo de cuyas películas “Sciusciá” (1946), “Ladrones de bicicletas” (1948), “Milagro en Milán” (1951), “Umberto D”, películas sobre cuales Gabo había escrito exaltantes críticas en El Espectador antes de llegar a Roma.

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“Apenas nos conocimos me dijo que le consiguiera una cita con Cesare Zavattini”, precisó Birri. “No buscó a los inteletuales de la época: Pasolini que ese año había publicado “Ragazzi di Vita” ni al escritor Alberto Moravia famoso por sus libros “Los indiferentes” y “El conformista” quienes en los años cincuenta frecuentaban los cafés en los alrededores de Plaza del pueblo; él quería encontrar al celebre guionista”.

La devoción de Gabo por Zavattini fue constante, la cultivó de joven y creció con el paso de los años. En Noviembre de 1982, ad portas de recibir el Nobel escribió un artículo para el diario El País de España, titulado “La Penumbra del Escritor de Cine” en el cual recordó a su admirado maestro:”con un corazón de alcachofa, Zavattini le infundió al cine de su época un soplo de humanidad sin precedentes”.

Zavattini le respondió con una carta de agradecimiento fechada en Roma el 12.12.82

“Caro e ilustre García Márquez”,

“Su artículo me produjo una gran emoción. Agradezco sus generosas palabras me siento honorado”. En otro párrafo de la misiva color sepia, con varios tachones y correcciones conservada en el Centro de Memoria de Luzzara, su pueblo natal, recordó su primer encuentro con Gabo:

“Sabe que en Roma en mi casa de Via Merici 40 nos conocimos? Usted estaba sentado en una poltrona que todavía está en mi estudio. No recuerdo quién lo llevó ni cuál fue el argumento de la conversación. Recuerdo su mirada inquisidora con un halo de inconformidad”.

“Estoy leyendo “Cien Años de Soledad”, le escribo cuando termine la lectura”.

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Ahora, los dos amigos, premios Oscar y Nobel, están reunidos en Roma a través de las calles bautizadas con sus nombres. La del maestro Zavattini en el sur de Roma, en las cercanías de los estudios de Cinecittà; la de Gabo, al norte en Villa Borghese.

La vía de la capital será la segunda consagrada a García Márquez en Italia.

En el 2015, Perdasdefogu (Piedras de Fuego), pueblo de la Isla de Cerdeña de 1.700 ánimas, intituló una plaza, “Cien años de soledad”. El tributo de una aldea enclavada en el mediterráneo donde en sus mitos, en sus calles desoladas y en sus piedras mágicas, también se respira el aire de Macondo.

Gabo manifestó, en varias oportunidades, su alergia a los homenajes oficiales, a los protocolos acartonados y a las estatuas; pero su leyenda tiene luz propia y las celebraciones públicas son inevitables.

Francia fue el primer país europeo que se rindió ante el mito. Le dedicó una plaza y colocó dos placas, en pleno corazón de la capital, para recordar sus años en París.

Veintidos años después de aquel verano del 1955, Gabo regresó a Roma con el propósito de refrescar la memoria y ultimar los detalles para terminar sus “Doce Cuentos Peregrinos”, publicados en 1992 inspirados en su experiencia en el viejo mundo.

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En su peregrinación al pasado encontró que el edificio en el barrio Parioli donde había vivido, a pocas cuadras de la calle que ahora lleva su nombre, estaba intacto, pero de María Bella, la dueña de la pensión, que le enseñó la fonética italiana leyendo los periódicos en voz alta, nadie le dio razón.

“La luz de diamante de otros tiempos se había vuelto turbia, y los lugares que habían sido míos y sustentaban mis nostalgias eran otros y ajenos.

En las añoranzas de su “antigua” Roma, el único que seguía en el mismo sitio era el león de Villa Borghese. Tal vez, por milagros del realismo mágico, los rugidos de su herederos, a pesar de no contar con un tenor para hacer dueto, se escucharán en la inaguración del nuevo “Viale Gabriel García Márquez” en la Ciudad Eterna.

Por Mary Villalobos

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