Fernando Cano dio una entrevista para El Espectador, y en ella contó que don Guillermo siempre trataba de mantener el trabajo fuera de la casa, y que terminaban enterándose de las noticias por los titulares, pero no por boca de él. ¿Qué recuerda de esa cotidianidad entre el trabajo de su esposo y la vida en casa?
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A Guillermo no le gustaba llegar a la casa con los problemas de Colombia, y procuraba tener conversaciones diferentes. Pero eso no quiere decir que se desconectara del periódico, sino todo lo contrario: siempre estaba pendiente. Podía estar conversando de algo muy superficial, pero pensando en lo que tenía que salir al día siguiente. Y se notaba cuando se levantaba para ir al teléfono o cuando, como sucedía con frecuencia, lo llamaban de la redacción para hacerle alguna consulta. Siempre estuvo conectado con el periódico, a pesar de las ganas de desconectarse.
¿Y no les daba curiosidad? ¿No le preguntaban mucho qué pasaba en la redacción o cómo tomaba las decisiones, a pesar de que él no quisiera llevar los problemas a la casa?
Sí, claro que sí. Preguntaba mucho, siempre he sido muy curiosa, pero tal vez dejé de hacerlo porque notaba que no le gustaba que le preguntara qué iba a pasar o qué se iba a publicar al día siguiente. Sin embargo, cuando había una noticia grande o especial, sí la comentábamos.
¿Tiene presente alguna conversación que nos dé alguna idea sobre las cavilaciones más íntimas de don Guillermo? ¿Alguna que nos dé evidencia de sus preocupaciones como director de El Espectador?
Había noticias muy especiales, como cuando el hombre llegó a la Luna o cuando, por primera vez, el periódico publicó fotos a color. Eso fue una primicia de El Espectador, y otros medios lo criticaron, pero nosotros siempre lanzábamos el primer adelanto, ya fuera publicitario o como edición especial. Recuerdo que fue algo muy interesante e importante. Cuando el hombre llegó a la Luna nosotros estábamos en España, la primera vez que viajamos con nuestros hijos. Nos levantamos a las tres de la mañana, con el cambio de horario, para ver ese momento. Ahora uno diría que las fotos eran lamentables: se veían borrosas y no se sabía si estaba poniendo el pie o si se había caído.
Se casó muy joven. Conoció a su esposo casi en el mismo momento en que se convirtió en director de El Espectador. ¿Qué recuerda de él en esos primeros años?
Lo recuerdo como un joven bastante maduro. Me llevaba 10 años, así que lo veía un poco mayor para mí, pero era siempre tan amable y cordial, que resultaba simpático para todo el mundo. Guillermo fue bondadoso, amable y querido.
¿Cree que en ese momento, cuando asumió la dirección del periódico, sintió más expectativa, ilusión, responsabilidad o miedo?
Un poco de todo: expectativa, sensación de no estar preparado para un cargo de tanta responsabilidad, pero también la certeza de que tenía gente que lo apoyaba, colaboraba y ayudaba. También estaba dispuesta a hacerlo, aunque nunca pensé que mi labor sería tan trabajosa, sobre todo en los últimos años, que fueron tan difíciles.
¿A qué se refiere?
Era muy joven y no pensaba que, con el tiempo, tendría tantas responsabilidades. Me tocó un diario vivir difícil porque, como esposa, debía estar pendiente no solo de lo que pasaba en la familia, sino también de lo que ocurría en el país y en el mundo si quería estar actualizada y afinada con el trabajo de mi esposo. Eso no fue fácil.
Hay un texto de don Guillermo que se llama “El abuelo que no conocí”. Allí habló de que no conoció físicamente a su abuelo, don Fidel Cano, fundador de El Espectador, pero que sí lo hizo espiritualmente, y que fue un ejemplo para él. Ahora somos muchos los que miramos a su esposo así, como un referente. Usted, que lo tuvo tan cerca, ¿qué podría decir de los rasgos que más lo caracterizaban? Por ejemplo, ¿qué lo enfurecía?
Lo enfurecía la mentira, el doblez de las personas y la falta de compromiso. Le molestaba mucho cuando veía que alguien pensaba primero en sí mismo que en la responsabilidad que tenía con el país. Eso lo sacaba de quicio.
¿Y qué era lo que más le gustaba hacer?
Eso está difícil, porque le gustaban muchas cosas. Por ejemplo, estar reunido con los hijos, escuchar un partido de fútbol —porque en ese momento no podía verlo—, tratar de conectarse los domingos para saber si el Barcelona había ganado e ir al estadio a ver ganar a Santa Fe.
Me contaba que él nunca manifestó miedo, incluso en las épocas más álgidas, cuando empezó a denunciar a Pablo Escobar. Pero también me dijo que disfrutaba mucho estar con la familia. ¿Nunca hablaron en casa del peligro que corría haciendo esas denuncias?
Nunca manifestó miedo ni supimos que lo tuviera. Tampoco sabíamos que estuviera amenazado. Sin embargo, el día anterior, cuando salió de la última entrevista, dijo que cuando él salía del periódico no sabía qué iba a pasar o si iba a llegar a la casa. Eso demostró que sí lo pensaba, aunque no lo decía.
¿Y sentía miedo por él?
Sí, los domingos, cuando salía “La libreta de apuntes”, o algún tema difícil, llamaba mucha gente a mi casa para decirme: “Por favor, dígale a Guillermo que está maravilloso el editorial, que tiene toda la razón, pero que no siga, que no sea tan fuerte”. Le transmitía esos mensajes y él respondía: “Ese es mi deber. No puedo dejar de decir lo que creo que debo decir en bien de este país”. Me preocupaba, pero sabía que insistir no serviría de nada.
En una pared de la redacción de El Espectador tenemos una frase de su esposo que dice: “Este periódico no tiene lectores cautivos, prisioneros. Nuestra misión es la de someternos a una elección diaria, libre y democrática donde cada quien, a su libre albedrío, pueda escoger si nos lee o deja de leernos. La verdadera libertad está en decir la verdad como cada uno la entiende, respetando la verdad de los demás”. ¿Cree que esos valores sobre la verdad se mantienen en el periodismo actual? ¿Qué cree que pensaría don Guillermo del periodismo de hoy?
Es difícil decir qué estaría pensando Guillermo, pero esa misión y esa ideología nacieron de una carta que envió un suscriptor retirándose del periódico por un editorial. Guillermo le contestó con esas palabras y, 15 días después, el suscriptor pidió que lo perdonaran y quiso seguir suscrito. Pienso que él creería que hay que seguir esos mismos legados: ser correctos, honestos, escribir la verdad y lo que el país necesita para seguir adelante.
¿Qué terminó pensando del periodismo después del asesinato de su esposo? ¿Qué hizo para recuperar la esperanza?
Tal y como están las cosas, pienso que no la he recuperado del todo. Pero lo intenté. Todos en la familia lo intentamos. Guillermo veía las dificultades que tenía la gente de este país, pero estaba convencido de que saldríamos adelante… pues nosotros también pensamos que podíamos seguir adelante. Y así se hizo, y así se continuó, y así ha seguido la familia. Pero la ilusión de ver una transformación no se ha cumplido, no la hemos visto.
¿Qué era lo que más admiraba de su esposo?
Su honestidad, su honradez. Era una persona muy cordial. Su capacidad de cambiar de genio: pasaba de una noticia aburrida o triste a sonreír con la gracia de un nieto.
Y ahora que menciona a los nietos, ¿qué es lo que más recuerda de él como abuelo y como papá?
Como papá, recuerdo que no era de esos que les están diciendo a sus hijos: “Mire, tiene que hacer esto, hay que hacer esto, esto no, esto sí…”. No. Creo que el ejemplo de él estaba en su manera de hacer y de actuar. Una persona que jamás levantó la mano para darle una cachetada a alguno de sus hijos. Una persona que siempre los guió con su manera de ser y de pensar.
¿Y como esposo?
También fue un gran marido. Muy querido, muy respetuoso. También escribí en el periódico y eso, creo, no fue muy agradable para él… me parece. Pero nunca me regañó por algo que escribí, o le pareció aburrido que hubiera escrito tal cosa, o me felicitó… No. Siempre me dejó que escribiera y que dijera lo que quisiera.
Antes de comenzar me dijo que no había un día en el que no recordara el atentado...
Sí, recuerdo lo peor: el momento en que me dicen que le dispararon; recuerdo a Camilo (Cano) manejando el carro y pidiendo que no pusieran la radio, con el miedo de que dijeran que lo habían matado. Llegar a ese sitio y sentir el abrazo de muchos y no saber… Nadie me dijo que había muerto, pero nadie tuvo que hacerlo: lo sentí en la forma como me abrazaron.
Sería entendible pensar que una persona que pierde a un ser querido por un asesinato sienta rabia, odio, ganas de venganza. Finalmente, son sentimientos humanos… Pero se mantuvo como madre de una familia que siempre luchó por la vida, por el rigor, por la paz… Además, llegó a este país a causa de una guerra civil en España. ¿Cómo se ha sostenido en el bando de la vida y no se ha dejado vencer por el dolor?
Venía de una guerra civil y de una violencia tremenda, pero también de una familia amorosa, encantadora, que jamás me hizo pensar que estaba viviendo en un mundo tan dramático como el que se vivió en la Guerra Civil Española. Era una niña muy feliz, y llegué aquí y también lo fui. Me casé feliz y así permanecí durante mucho tiempo. Todo lo que vivimos Guillermo y yo durante mucho tiempo es lo que queríamos transmitirles a los hijos, y eso fue lo que después procuré. Nosotros nunca hemos odiado, nunca hemos tenido un sentido de venganza. Siempre había que pensar —y más cuando había tanto niño pequeño— que esas criaturas tenían que vivir en un mundo feliz, amable, que les permitiera crecer en un ambiente donde fueran capaces de continuar esos mismos legados por sí mismos.
Este lunes murió Miguel Uribe Turbay, hijo de Diana Turbay —asesinada también por Pablo Escobar— y nieto de doña Nidia Quintero de Turbay. Recordamos a su esposo, que hace 100 años nació, pero que también fue asesinado bajo las órdenes de Escobar… ¿Cuál es su reflexión y mensaje para el país ante estas circunstancias?
Que necesitamos unirnos con urgencia, que estamos cansados. Como dijo ayer Sergio Fajardo, el pueblo de Colombia —la mayoría del pueblo colombiano, sea de izquierda, de derecha o de centro— está aburrido, cansado, desesperado con lo que está viviendo. Necesitamos, como también decía Guillermo Cano tantas veces en los últimos tiempos, ensayar la paz, buscar la paz, unirnos entre todos, porque si no, esto va a ser imposible de continuar.
¿Qué le gustaría que ocurriera con el legado y el recuerdo de su esposo?
Quisiera que la gente joven leyera sus escritos y los tuviera en cuenta, para que esta gente joven de ahora logre lo que todavía no hemos logrado. Y que, como decía Guillermo —y otra vez lo repito—: “¿Por qué no ensayamos la paz?”. Que la gente joven se dé cuenta de eso y haga que los que ya no somos tan jóvenes dejemos las antipatías. Que logremos unirnos todos para hacer una Colombia como la que él deseaba.