En este nuevo cargo, con nuevos proyectos y objetivos, lo que hoy nos convoca es este festival. ¿Qué significa para usted recibir a Bach en este nuevo escenario cultural y artístico en el que se está moviendo?
Lo primero que debo decir es que para mí la danza y la música son inseparables. Desde niña me han acompañado y siempre me han orientado a crear obras y programas para fortalecer estas artes en Colombia. En la Dirección de Artes del Ministerio de las Culturas conocí de cerca el trabajo de las orquestas y me sorprendió la calidad de los músicos y de las agrupaciones independientes. Este festival busca justamente mostrar cómo la música viaja en el tiempo, cómo sigue viva en los repertorios actuales y cómo, incluso desde lo privado, se puede aportar a la sostenibilidad de estas prácticas.
El festival busca acercar la música clásica a todos y romper la idea de que es solo para una élite. ¿Cómo sueña que este encuentro ayude a cambiar esa visión y dialogar con la ciudad?
Queremos transformar esa percepción y por eso en el corazón de nuestra programación está la música sinfónica como una experiencia viva y cercana. Buscamos romper con la idea de que la música clásica pertenece únicamente a un pasado. Este festival quiere dialogar con la ciudad, con el presente y con la creatividad de artistas contemporáneos. Queremos que el público experimente la música clásica como cualquier otro género de su cotidianidad. Asimismo, buscamos salirnos de la formalidad de los conciertos y entender la música como un viaje, un espacio para emocionarnos, sorprendernos y vivir una experiencia vibrante. Esperamos que los jóvenes se vinculen no solo desde la escucha, sino también desde la producción del sonido.
Bach decía que “la música es para gloria de Dios y recreo del alma”. Si lo traemos al presente, ¿cuál sería el recreo que usted quiere que viva quienes asistan a este festival?
Cuando pienso en el recreo, recuerdo lo que era en la escuela: ese momento de respiro, de encuentro. Hoy vivimos hiperconectados, pero al mismo tiempo estamos aislados. Por eso queremos que este festival sea un espacio de contemplación, de emoción y de elevación del alma. Soñamos con momentos en los que podamos mirarnos a los ojos, revisar nuestras emociones y recuperar esa ligereza, alegría e inspiración que solemos perder en la rutina. Queremos que la música nos recuerde que no estamos solos, que nos abra a la imaginación y a la libertad de pensar distinto. El recreo que proponemos es también bailar, recordar, emocionarse y compartir un espacio común donde vivir la música en plenitud.
Si traemos toda la obra de Bach a nuestro tiempo y pensamos en el mundo de los artistas, ¿qué considera que deberíamos rescatar más allá de lo técnico?
En mi experiencia, cada pieza de Bach genera una vibración distinta y conecta con nuestros estados emocionales. Su música no solo es estructura, también es espíritu. Ese espíritu viaja en el tiempo y hoy inspira relecturas, diálogos con músicas latinoamericanas y nuevas interpretaciones. Lo más valioso de este legado es poder sentirlo desde la emocionalidad y lo sensorial. Allí está su fuerza transformadora.
Usted es bailarina y coreógrafa: hablemos de Bach en el universo de la danza contemporánea…
Es una pregunta maravillosa porque me recuerda momentos muy especiales en escena. En alguna ocasión trabajé con la Suite n.° 1 en sol mayor para chelo, una música no lineal que lleva al cuerpo a distintos estados. Desde la danza contemporánea exploré tensión, reposo, expansión y contracción en el espacio. Bach ofrece matices que invitan tanto a la improvisación como a la introspección, despertando un movimiento fluido entre lo contemplativo y lo expresivo. Su estructura brinda gran libertad creativa, permitiendo jugar con simetrías, gestos cotidianos y capas emocionales profundas a través del movimiento.
¿Cuál ha sido el escenario más inesperado donde el arte le ha mostrado su poder de conectar con la gente?
Recuerdo un momento muy especial con la compañía Eurús al presentar Suite para barrotos y presos, inspirada en la vida en las cárceles, dentro del programa Itinerancias por Colombia. En Timbiquí la obra conmovió profundamente al público, que narraba en voz alta lo que veía en escena e identificaba las historias de mujeres en prisión. Esa experiencia me marcó y luego influyó en mi trabajo en el Plan Nacional de Danza, donde buscamos conectar a los artistas con las regiones reconociendo sus saberes locales. De allí nació Danza Viva, programa que aún recoge esos conocimientos para investigación y formación, fortaleciendo la política pública desde la riqueza del movimiento y la corporalidad en Colombia.
Ahora que está en una institución educativa, adonde los jóvenes llegan con muchas preguntas, ¿qué respondería si uno de ellos le preguntara “para qué sirve el arte”?
Puede sonar cliché, pero para mí el arte es la posibilidad de ser libre, de expresarme y reconocerme. En cualquier proyecto de vida eso es fundamental. Las artes ponen en juego la subjetividad y la confianza en uno mismo. Quienes hemos pasado por procesos de formación artística sabemos que siempre surge la duda de si estamos dispuestos a asumir el compromiso y la disciplina que exige. El arte demanda entrega total, rigor y perseverancia. Pero también nos brinda un conocimiento profundo de quiénes somos, de nuestra sensibilidad y de nuestra capacidad de construir colectivamente. En la danza, por ejemplo, se aprende el valor de trabajar en conjunto, un principio esencial para la vida en sociedad.