Conocí a Néstor durante el convenio Andrés Bello en Bogotá, en 2003. Me encantaron sus historias de tradición oral. A él le interesó mi trabajo con oralitegrafías, aunque en ese entonces no las llamaba así. Me llamaba profe. Coincidimos varias veces en Colombia, Uruguay y Ecuador. Durante la pandemia lo invité a dar un seminario virtual sobre herramientas pedagógicas de tradición oral para los docentes de literatura en la Universidad Javeriana.
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Conocí a Gastón en 2020 por un video suyo sobre espiritualidad y megacrisis durante las cuarentenas de la pandemia del covid-19. Luego, en abril de 2022, tuve la fortuna de invitarlo a una larga conversación que grabamos para Cultura Natura. En la última conversación telefónica me dijo que me esperaba para conversar en su casa, pero no alcancé a reunir fondos para irlo a visitar a Limache, Chile.
Conocí el trabajo de Stephan en 2011, gracias a una copia de su libro “Tierra animada” que me regaló el poeta y neurocientífico Juan Carlos Caicedo. Luego, juntos lo invitamos en 2021 para conversar por videollamada en el Seminario del Bosque de la Red de Creación Intercultural. Él se conectó desde Dartington, Inglaterra, vinculado como estaba con el célebre Schumacher College.
Es una fortuna de leer, pero es mayor la fortuna si logramos conversar con los autores que hemos leído, y cuyas obras han sido hitos y apachetas en el camino.
En el encuentro de las “Mingas de la Imagen” en Bogotá, en 2022, mientras reflexionaba con emoción sobre su trabajo en Colombia y en Latinoamérica, Néstor dijo que la identidad era como una manta mágica, una manta raída, pero que nos seguía cobijando tras siglos de despojos. Pensaba en la manta a partir de la etimología muisca de Boyacá, región que recién habíamos recorrido colectivamente. Gran parte del trabajo de Néstor se concentró en incentivar, recopilar, conversar y reflexionar con y desde las que llamaba historias mágicas, es decir, narraciones a través de las cuales se expresaban miedos, percepciones, sensaciones, prejuicios, orientaciones y múltiples relaciones psicosociales a nivel individual y colectivo.
En muchos casos, estas historias expresaban lo más reprimido, oculto y negado por la historia oficial. Eran, como él decía, historias bajo la historia. Sus emisores no eran necesariamente los escritores o académicos, sino la gente común. Para Néstor había una literatura oral que flotaba en las calles de ciudades y pueblos, así como en los campos, y cuyos emisores eran, con frecuencia, los menos pensados, o “los nadies”, como decía el también uruguayo Eduardo Galeano. Néstor creía en una literatura sin jerarquías, donde lo de menos era si era escrita o hablada, y en donde uno, para escuchar y leer, tenía que abrir oídos y corazón. Así lo vivió él de joven en las ruedas de mate con los trabajadores en la campiña uruguaya, en los boliches y esquinas del barrio, a través de toda la gente que le contó historias en muchos lugares del continente.
Gastón Soublette precisaba la diferencia entre marginados y marginales. La marginación es una condición social impuesta por prejuicios, pobreza, exclusión, etc. Los marginados surgen “por la fuerza de las circunstancias”. En cambio, los marginales son tales por “estructura y vocación”. Se apartan debido a que sienten distancia en uno o varios aspectos con las personas y el mundo en que viven; a su vez, aspiran “a un orden distinto de aquel en que les tocó nacer”. En la filosofía de Gastón había una constante reflexión sobre los marginados, al tiempo que la suya era una postura marginal: autónoma e independiente. En su trabajo estaba comprometido con diferentes personas y culturas y, sobre todo, con sus estudiantes.
Una propuesta clave de Gastón era la de los dichos y refranes de tradición oral, los cuales entendía como expresiones filosóficas en el sentido práctico de lo sapiencial. Los dichos y refranes pasaban de boca en boca aunque, en su visión, eran gestados principalmente por los sabios populares, en particular en campos y pueblos. Mediante relatos y proverbios, los sabios populares resumían experiencias y orientaban la vida individual y colectiva. Gastón decía que con la modernidad imperante y sus lógicas homogenizantes y utilitaristas, cada vez eran menores la importancia y el rol tanto de los sabios como de las historias y refranes de la tradición oral. Decía que nos estábamos alejando de la cultura para entrar a un enorme constructo económico, así que proponía indagar y continuar las bases de la cultura popular. El espacio universitario le parecía favorable al respecto. En tal sentido, su filosofía y sus clases eran un comentario permanente de las historias, dichos y refranes de tradición oral.
Stephan Harding era un ecólogo formado en Oxford. Contaba que, durante sus estudios doctorales, se dedicó por mucho tiempo en los bosques de Inglaterra a observar y analizar a los ciervos muntíacos. Sin embargo, se agotaba en el procesamiento meramente analítico que implicaba el modelo cientificista mecánico racional, y mientras se acostaba a contemplar los árboles en el bosque sentía una profunda interrelación con la tierra. Reconfirmó entonces cómo en el mundo moderno se nos ha enseñado a reprimir nuestra sensibilidad y nuestras emociones con la tierra para ser “objetivamente” racionales, y en su caso para ser avalado científicamente.
Lejos de negar el trabajo analítico racional, proponía que reconocer la tierra animada implicaba el despertar de otras potencialidades como la sensación y la intuición. Su modelo no era el de un científico supuestamente neutro observando una naturaleza cosa, sino el de una persona íntegra practicando una ecología profunda derivada de una ciencia holística. De ahí la importancia de las historias sensibles asociadas con una naturaleza de la que somos parte en el planeta vivo y madre que los griegos llamaban Gaia, como lo había propuesto y demostrado su colega James Lovelock.
Sin conocerse, Néstor, Gastón y Stephan coincidieron en la importancia de las historias que nos vinculan con el mundo en que vivimos. Los tres se implicaron personal y emocionalmente con esas historias humanas y no humanas, y desde la psicología, la filosofía y la ecología observaron la capacidad crítica oral, escritural y conversacional. Los tres se caracterizaron por una capacidad especial de escucha de lo psíquico social, lo sapiencial y lo ecosistémico, así como por una notable capacidad de teorizar creativamente desde un asombro basado en el encuentro directo.
Los tres lograron desjerarquizar, e incluso ir más allá de sus disciplinas, aproximándose a los seres y personas en niveles supuestamente inferiores con respecto a la cultura letrada y académica (personas en lo cotidiano, jóvenes, ancianos, rocas, plantas, animales, respectivamente).
Néstor Ganduglia era un gran narrador oral, para quien eran importantes todos los medios posibles para comunicar y reflexionar sobre las historias mágicas; así es como pasaba de los libros a las redes sociales, de la radio a la televisión. Era un autor con una biblioteca propia con el sello Planeta y tenía su página web. Gastón Soublette era de un perfil más austero y reservado, y se cuidaba de no autopromocionarse; la mayoría de sus publicaciones fueron con la imprenta de la Universidad Católica de Chile, lo que limitaba en parte su divulgación más allá del país. Con todo, en sus últimos años, tras ganar reconocimientos como el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales en 2023, recibió mayor atención pública, y apareció incluso en programas light de la televisión chilena, donde no temía ir a contracorriente cuando hablaba de los valores populares, así como del mensaje de Cristo, que interpretaba de una manera muy libre, decidida y personal. Stephan Harding era un teórico excepcional y fuera de lo común; en nuestro Seminario del Bosque, así como en otros espacios, combinaba la exposición teórica sobre Gaia y naturaleza con el compartir sensible mientras tocaba el cuatro, instrumento de cuerdas colombo-venezolano, una región vinculada con sus orígenes, así como a etapas de su formación. Su raíz suramericana parecía estar asociada a una sensibilidad y apertura que le permitía expresarse con gran entusiasmo y desenfado.
Un psicólogo. Un filósofo. Un ecólogo. Los tres tenían presente su niño interior. En Néstor esto se notaba cuando contaba historias mágicas, en Gastón cuando citaba refranes y tocaba piano o quena, y en Stephan cuando tocaba el cuatro y hablaba sobre la tierra animada. Los tres estaban insuflados por el espíritu, aire o aliento de vida, que en Néstor tomaba la forma de Psique, en Gastón de Sapiencia y en Stephan de Anima Mundi. De hecho, Néstor se declaraba recipiente de todas las historias que le habían contado, y a veces, uno sentía que estaba escuchando mucha gente, e incluso algo del inconsciente colectivo; a veces las historias eran duras y siniestras, así que en su trabajo lo mágico no debía confundirse con lo real maravilloso. Gastón era amplio en la conversación, más conciso, como los refranes. Su música era introspectiva y expresaba la alegría de vivir. En Stephan se revelaban con asombro poético las formas y voces de minerales, microorganismos, plantas, animales e incluso de tantas personas con las que conversó y teorizó.
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