José Mujica: Volver a la vida (II)
El expresidente uruguayo, que recientemente renunció a su curul en el Congreso, comenzó a preocuparse por los asuntos sociales de su país a los 14 años. Figura excepcional entre los políticos, estuvo preso durante 12 años por haber hecho parte del Frente de Liberación Tupamaros. Cuando volvió a la libertad, dijo que gran parte de lo que fue después de su encarcelamiento se lo debía a aquellos tormentosos años.
Fernando Araújo Vélez
Ciudad de Pando, Uruguay, 8 de octubre de 1969. Para homenajear a Ernesto Guevara, caído en combate dos años atrás, un grupo revolucionario llamado Frente de Liberación Tupamaros decide tomarse los principales lugares de este centro urbano, ubicado a 30 kilómetros de Montevideo. “Tenemos algo para preparar ahora, Martín”, le dice José Mujica a uno de sus compañeros, Raúl Gallinares, mientras viajan en motocicleta por uno de los barrios apartados de la capital. Ante la curiosidad de alias Martín, el comandante Facundo le explica que van a tomarse la ciudad de Pando. No necesita decirle nada nada más por el momento.
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Ciudad de Pando, Uruguay, 8 de octubre de 1969. Para homenajear a Ernesto Guevara, caído en combate dos años atrás, un grupo revolucionario llamado Frente de Liberación Tupamaros decide tomarse los principales lugares de este centro urbano, ubicado a 30 kilómetros de Montevideo. “Tenemos algo para preparar ahora, Martín”, le dice José Mujica a uno de sus compañeros, Raúl Gallinares, mientras viajan en motocicleta por uno de los barrios apartados de la capital. Ante la curiosidad de alias Martín, el comandante Facundo le explica que van a tomarse la ciudad de Pando. No necesita decirle nada nada más por el momento.
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Quince minutos más tarde están en Pando. Van de un lado hacia el otro. Toman apuntes. Se bajan de la motocicleta. Se compran un café. Escuchan lo que dice la gente. Caminan. Pasan por la puerta de un banco, y van hacia una de las estaciones de Policía. Se miran, cruzan unas cuantas palabras, anotan algunos datos sin que los vean y regresan a Montevideo. La toma de Pando es, ante todo, un golpe de opinión, un suceso publicitario. Un mensaje. Necesitan que los oigan, que la democracia uruguaya los escuche, y que sepa que existen y que van en serio, que el ‘por acá la cosa no va’ no es un simple slogan ni el estribillo de una pegajosa canción.
Necesitan que las cosas cambien y luchan para que cambien. Están hastiados de las palabras, que son solo promesas, “verso”, como dicen en Uruguay y en Argentina. Han decidido actuar, aunque les cueste la vida. Y actuar es organizarse, y hablar, y definir, y esconderse de las fuerzas armadas, de todas las fuerzas armadas del país, y armarse. Sí. No encuentran otra solución. No tienen alternativas. El ejemplo de Cuba, de la Revolución cubana, está ahí. Es inmenso y crece. Es un grito, un llamado. Mujica y Gallinares lo saben y están convencidos de lo que hacen. Por eso repasan el plan una y mil veces y anotan todas las opciones de fracaso.
Anotan en sus libretas todo lo que ven. Mujica, el comandante Facundo, es meticuloso. En la “orga”, como llaman los militantes al Frente de Liberación de los Tupamaros, hay quienes lo critican por su alto nivel de meticulosidad. Él repite que cualquier detalle librado al azar puede ser un revés, y peor aún, la muerte. Repasa cada plan de acción mil veces. Pregunta otras tantas. Se cerciora de que el mensaje haya llegado, y de que haya sido comprendido. Sabe que para armar un grupo guerrillero no hay manuales de instrucciones ni textos académicos. Si acaso, uno que otro apunte por ahí. Los apuntes de la historia de los movimientos clandestinos.
De una y de muchas maneras, él es consecuencia de la historia uruguaya y de la moral y los valores uruguayos. Su madre, Lucy Cordano Giorello, es hija de un italiano que huyó de la guerra, de una de las tantas guerras. Su padre es descendiente de vascos, que huyeron de otras guerras. “Todos somos hijos de los barcos”, suele repetir él, y lo dirá millones de veces. Él es hijo de los barcos, y como decía la leyenda, un cuasi perfecto hijo de barco que con cada uno de sus pasos refrenda el valor esencial de los hijos de los barcos. “Naides somos más que naides”, surgido de alguno de los cientos de miles de pasajeros de los barcos que llegaron de Europa, principalmente, cargados de exiliados, de gente que dejaba atrás su pasado, su tierra, su sangre, para volver a vivir.
Mujica no se cree ni más ni mejor que nadie. Es uruguayo, y el concepto de igualdad y de horizontalidad ha atravesado la historia de su país, desde la lucha de independencia y su principal gestor, José Artigas, hasta la formación de los Tupamaros. Desde la aprobación en 1877 del decreto que le garantizaba a cada poblador de su suelo una educación libre y gratuita, hasta la redacción de la Constitución, que comienza con una clara declaración de principios sobre la igualdad. Mujica es uno y es todos los uruguayos, y jamás va a dejar de luchar porque el “Naides somos más que naides” siga prevaleciendo, más allá de las derrotas y de la cárcel y del dolor.
Acabada su recolección de información en Pando, se reúne con la cúpula de la “orga”. Presenta sus apuntes. Escucha a Raúl Sendic, el máximo líder del grupo, que también es uno de sus máximos referentes, y toma notas sobre todo lo que dice. En la reunión acuerdan que ingresarán a El Pando en un cortejo fúnebre. Como lo escribe Mauricio Rabufetti en su libro “José Mujica, La revolución tranquila”, “organizaron una falsa repatriación de restos mortales de un uruguayo en Argentina y contrataron a una conocida empresa local para hacer el traslado y organizar el cortejo y la sepultura en un cementerio cercano a Pando, en la localidad de Soca”.
Cuando pasan por la ciudad, cada uno de los comandos va al lugar asignado con antelación y los tupamaros comienzan con sus tareas. Son cinco grupos. Uno se dirige a la central de comunicaciones. Mujica está allí. Rubufetti relata que “Pepe había comprado una tijera y allí fueron y cortaron todo lo que tuviera forma de cable. Si no estaba conectado, tijeretazo también. Por las dudas”. Entonces comienzan los problemas. Una mujer embarazada que pasa por la central ingresa y le dice a quien la recibe que está sin teléfono, que si puede comunicarse desde ahí. Los guerrilleros le explican la situación. La invitan a esperar.
Pero la espera no puede ser muy larga, pues alguien puede echarla de menos e ir a la Central, y alertar a las autoridades. Luego pasa un desprevenido policía. Mujica le ordena a uno de sus subalternos que hay que “apretarlo”, y lo aprietan. Lo llevan dentro. Unos estudiantes son testigos. Las voces empiezan a correrse. Las voces y la incertidumbre. Algo ocurre. El operativo empieza a resquebrajarse. Hay tiros. Uno, dos, tres heridos. Un muerto. Y otro. Uno más. El comando de Mujica da la orden de huida, pero la orden no llega bien a los otros comandos. Unos huyen, y en la huida hay más disparos. Al final, la lista roja dice que murieron tres militantes de la “orga”, un policía y un civil.
Pasada la tormenta, el recuento de los caídos y la bolsa del dinero y de las armas conseguidas, el grupo hace un análisis que no termina. Para unos, la toma fue un fracaso. Para otros, un gran golpe. Más allá de las posiciones, todos deciden continuar. La lucha por el cambio, por el gran cambio, no puede acabarse por un traspiés. Hay que aprender de la derrota y de los errores, dicen, y redoblan su apuesta por llegar al poder con el pueblo y para el pueblo, más allá de que aún ese pueblo no esté del todo de su lado y de que no comprenda la razón de sus armas y de su clandestinidad. Sendic, Mujica, Gallinares y demás renuevan sus promesas.