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La Bellecera, de elefante blanco a biblioteca comunitaria

En Pie de Cuesta, Santander, los habitantes se reúnen en La Bellecera, una edificación abandonada que la comunidad se tomó a través del arte y la convirtió en una biblioteca. Esta es su historia.

Laura Camila Calvo Flórez

04 de diciembre de 2025 - 01:00 p. m.
En 2017, los vecinos de uno de los barrios más antiguos de Pie de Cuesta decidieron tomarse un lote que había sido abandonado y ponerlo al servicio de la comunidad.
Foto: Laura Camila Calvo Flórez
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En una calle empinada, sobre una pared blanca, se alcanza a leer “Mucha Bellecera”. Tres murales reposan sobre la fachada del lugar; dos de ellos aún están frescos. Los colores vibrantes de la edificación atraen la mirada de quien camina por las calles del barrio La Cabecera y se encuentra con los repiques del tambor, las proyecciones de cine y las lecturas con tinto en mano, en la que figura ser una biblioteca. Cuatro años atrás, la escena era distinta. Allí no había murales ni músicos; solo una lona verde polvorienta que, junto a las grietas, la basura y el pasto, cubría el lugar. La construcción, pensada para ser una obra pública, terminó en el abandono o, como dicen los habitantes del sector, “en un elefante blanco más”.

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Un elefante blanco es una infraestructura que se financia con recursos públicos y queda en el abandono. Según cifras de la Contraloría General, se estima que en Colombia hay 1.700 proyectos catalogados como elefantes blancos, con un valor que supera los $6.1 billones.

La Cabecera del Llano II es un barrio ubicado en el municipio de Pie de Cuesta, Santander. Basta con dar algunos pasos para oír los sonidos del río del oro, ver la insignia ¡Búcaros, Campeón! en las canchas de fútbol y a los vecinos dirigirse a la Biblioteca Comunitaria La Bellecera. “El espacio donde hoy funciona la biblioteca era una infraestructura no concluida, lo que llaman un elefante blanco. Una alcaldía la construyó con recursos públicos y cuando llegó la siguiente administración no la terminó”, relató Marcela Hernández, del colectivo Señal Sur y miembro del grupo organizador del espacio.

Un salón comunal que nunca llegó

Conocer la historia del lugar es remontarse al año 2013, cuando los vecinos de uno de los barrios más antiguos del municipio le pidieron a la alcaldía de turno que construyera un salón comunal. Desde ese momento, distintos periódicos locales mostraron la fila de peticiones e intentos frustrados por consolidar el espacio.

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En 2017, Vanguardia recogió el testimonio del presidente de la junta de acción comunal de ese momento, quien manifestó que desde el 2015 la administración de turno había prometido la construcción del salón. Además, también se había definido en ese entonces el monto para la ejecución y el lote donde se haría, que era en la carrera 16 con 9. Dos años más tarde, el mismo periódico registró otra vez la petición, mientras la comunidad mantenía la esperanza que la administración de ese momento concretara la obra.

Se presentaron los planos a la comunidad y a finales de ese mismo año la alcaldía de Pie de Cuesta publicó un comunicado celebrando la firma de un convenio con Prosperidad Social por la suma de COP 574 millones de pesos para construir el salón. Pero, lo que prometía ser una edificación de dos pisos con instalaciones hidráulicas, hídricas y eléctricas, terminó en una obra sin concluir y sin una fecha de entrega oficial a la comunidad.

Una toma con libros

“Me fijé en la pared de ese edificio que estaba ahí abandonado hacía ya 4 años, en el barrio donde crecí. Parecía que nadie la veía, ni yo mismo”, recordó el músico Edson Velandia. En el marco del Festival de la Tigra, que se realiza anualmente en el municipio, es tradición plasmar un mural en honor al evento. Fue en la quinta edición del mismo, en el año 2021, que se fijó en la estructura abandonada, “sin baños, sin techos, sin pisos, sin electricidad. Una obra a medio hacer”, agregó.

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Pintar el mural fue solo el inicio de lo que denominó “una toma artística de hecho”, pues abrió un debate sobre reclamar un espacio que le pertenecía a la ciudadanía. “Le pedí las llaves al alcalde y ahí comenzó toda una disputa interesantísima y un hecho político importante. Un edificio abandonado que, a partir de nuestra toma, nos permitió presionar al alcalde para que terminara la obra que le correspondía a la administración anterior y el contratista abandonó”, relató Velandia.

La Bellecera es obra de los colectivos Literatónica, La Batucada Guaricha, El Eje, Señal Sur, Festival de la Tigra y la Junta de Acción comunal del barrio Cabecera del llano II.
Foto: Cortesía La Bellecera

Para Manuel Chacón, miembro organizador de La Bellecera, intervenir la fachada fue solo un pretexto que de fondo pretendía reivindicar un derecho ciudadano. “Hay que reclamar esos espacios que están diseñados para el arte o la cultura, porque son muy pocos y además están mal utilizados. La idea de pedir las llaves fue presionar para poner a funcionar el lugar”, agregó. Fue así como los colectivos Literatónica, La Batucada Guaricha, El Eje, Señal Sur, Festival de la Tigra y la Junta de Acción comunal del barrio Cabecera del llano II, se dieron a la tarea de pensar qué podría ocurrir en ese espacio.

“Empezamos a pensar que lo mejor para el barrio podía ser una biblioteca. Un espacio para debates, para encuentros, para el arte. Un espacio que permitiera dejar el abandono y estar más cerca como comunidad”, afirmó Hernández sobre cómo surgió la idea. El primer piso quedó entonces para las juntas comunales y el segundo para la biblioteca.

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Bautizar el lugar no fue una tarea menor y entre juegos de palabras surgió La Bellecera. Jorge Velosa donó el primer título (“El Convite de los animales”) y a él se sumaron una pila no solo de libros, sino de charlas de cine, clases de música, circo, tejido, debates, una agenda tan diversa y particular como la biblioteca misma.

Ni público, ni privado

La biblioteca comunitaria La Bellecera ha permitido a quiénes la integran, o a los que se acercan a ella por primera vez, pensar en formas de organización donde se priorice el cuidado colectivo. Ya sean salas de cine, casas culturales, huertas o museos, son cada vez más los espacios en los que la comunidad decide tejer redes, procesos y construir nuevas dinámicas fuera de las lógicas de trabajo o vida tradicionales. Sobre esto, Velandia reflexionó: “la gente está acostumbrada a que lo que no es público, es privado. Solamente se nos plantean esas dos opciones. Y entonces, lo comunitario, ¿qué es? ¿En qué época existió y por qué ya no existe? ¿Cómo hacemos para recuperarlo?”. Por eso, la biblioteca más que en espacio para guardar libros terminó siendo una apuesta de vida, donde el trabajo voluntario permite que se sostenga en el tiempo.

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“Lo que hemos hecho es básicamente un tema de autogestión. Cada organizador, desde su qué hacer y sus colectivos, busca recursos para el sostenimiento del espacio”, dijo Marcela Hernández frente a cómo se mantiene el lugar. A diferencia de ella, Velandia agregó que “la columna que sostiene todo es el voluntariado. Tú comes en mi casa, yo como en la tuya, es un intercambio, es de todos, es la conciencia de ser voluntario”.

“Hacerlo real es trabajar cotidianamente en conseguir esos sueños necios”

A la fecha, La Bellecera tiene un comodato a cinco años para seguir funcionando. Un grupo de voluntarios que no solo entran a nutrir el festival, sino que están de forma permanente liderando una agenda cultural, diversa y gratuita para toda la comunidad. Para Sandy Morales Serrato, productora del festival y miembro del equipo gestor, “espacios como la bellecera están pasando en todos lados, en los municipios, en los pueblos. Siempre terminan los necios, los artistas, los grupos haciendo que pase algo. Es una cultura viva que no busca pretenciones, ni mucho menos figurar”.

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Se tiende a pensar que los procesos colectivos no perduran en el tiempo, pero los miembros de La Bellecera están convencidos de todo lo contrario. “Siempre nos pueden poner de frente referentes malos. Este es un país que le da mucha importancia a la guerra y donde se nos ha enseñado que del arte y la cultura no se vive. Pero, siempre estaremos los necios que de una u otra forma vamos contra la corriente, apostándole a esos sueños necios”, finalizó Manuel Chacón, quien con nueve años trabajando en el Festival de La Tigra y cuatro años en La Bellecera demuestra que en un país de tantas inflexiones siembre se pueden abrir caminos más amables en colectivo.

Por Laura Camila Calvo Flórez

Periodista egresada de la Universidad Externado. Le interesan los temas relacionados con cultural, medioambientales, paz y memoria.@paraqueestajodalcalvo@elespectador.com
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