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Sofía (*)
Mi hermano lleva un mes tendido en el sofá de la sala. Creo que su mente no soportó la idea de que existamos en un universo textual. Se lo quise explicar a mis padres, pero no me hicieron caso. Mi madre le dio más importancia a la necesidad de proveer de víveres la alacena y forzó a papá a enfrentarse a esa blancura que ocupa el espacio visible fuera de nuestra casa. Él volvió un par de días después. Venía arrastrando algo que parecía un alce decapitado. Mi madre le preguntó por la leche y los huevos, pero él sólo gruñó a manera de respuesta. Ella se puso a cocinar sin darle importancia a los tentáculos que empezaron a surgir de la espalda de mi padre. Yo me quedé observando desde el rellano de la escalera, ansiosa por descubrir si este es un relato fantástico o de terror.
Alberto Sánchez Argüello (Managua, 1976)
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Milagro
Iluminado por la frustración y la impotencia del embotellamiento, Jesús aceleró, y su Chevrolet Silverado se despegó del suelo para desplazarse, con ligereza, sobre la superficie del tráfico infernal de las 5 PM. Amén.
M. Mantra
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Guerreros de la profundidad
La memoria marina tensa y mueve olas como si en la superficie se repitiera el combate en el que perdimos nuestra humanidad. Escucha en el agua nuestro suspiro, asciende encerrado en centenares de burbujas. Somos la reencarnación de los Heiké que se suicidaron en el mar, para no aceptar la derrota ante el clan de Minamoto, en la batalla Da-no-ura.
El mar nos brindó una coraza para guardar el alma herida, una quela en lugar de katana o de nuestros arcos y en la concha nos dibujó una cara de samurái. Tenemos el color de la sangre que se funde con el agua ¿entendiste? El océano en su oscuridad se aseguró que los cangrejos Heiké que habitamos en Shimonoseki, es decir, aquellos portadores de los espíritus de los guerreros, nos reproduzcamos y salgamos del mar para vengarnos. Escucha nuestras tenazas en las profundidades, pescador.
Karla Barajas (México)
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Confundida en el tiempo
Al llegar a los setenta años, Madame Popó no vivió más el presente. A partir de esa fecha, para ella sólo existió el pasado.
En su juventud, conoció al exportador alemán que despachaba buques cargados de tagua desde Puerto Perla. Con él se casó y pasearon por todo el mundo. No tuvo hijos, pero si veinte sirvientes a sus pies, que le atendieron todos su caprichos y rabietas. Con el correr de los días, sus problemas conyugales fueron ocasionados por la pérdida súbita de memoria, provocada por el golpe sicológico asestado por el germano, quien se enamoró de forma apasionada de la ama de llaves, y no le volvió a hablar.
Los últimos años de su existencia, Madame Popó los pasó mirando la mar, sentada en un sofá de terciopelo, acompañada por una sirvienta anciana, tres gatos y dos perros. Le habían recomendado comer grandes porciones de ostiones que le hicieran vivir de manera rápida el poco presente que le quedaba. Pero ya era tarde. Las telarañas del tiempo habían invadido su casa y su mente.
Óscar Sediel
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En caso de emergencia, por favor, no usar el ascensor
Sean un cuadrado, un punto en cada ángulo y otro en el centro. Sea que le damos tercera dimensión a su cosmos, de modo que el cuadrado es más bien un cubo; el cubo, un ascensor, y los puntos, cinco usuarios. Los de los ángulos establecen conversaciones parejariles con volumen ostensible, en pugna por dominar el cubo con sus banalidades. El quinto punto, hostigado entre tanta verborrea, imagina que, a modo de defensa, se activa el asterisco y emana una nubecita hedionda: a los cuatro rostros de puntos con boca abierta les aparecerían nariz y expresión de perplejidad con boca cerrada. Sin embargo, el quinto punto tiene muy bien domeñados tales impulsos y ejercitados los esfínteres para evitar a los aires circular al ritmo y antojo intestinales y, en este caso, auditivos. Eso sí: apenas se abren las puertas, no importa el piso, sale de primero, casi asfixiado por el aliento verborreico de las parejariles bocas abiertas.
Sea, entonces, una sucesión de líneas horizontales que se acortan y concurren hacia un vértice, al cual se dirige el punto con alivio escaleril.
Hernando Escobar Vera