Anton Schindler, secretario y biógrafo de Beethoven, le preguntó alguna vez al músico sobre las cuatro notas iniciales de su quinta sinfonía. “Así llama el destino a la puerta”, le contestó, o al menos es lo que afirma Schindler si decidimos creerle a quien adornó y manipuló varios aspectos de su relación con Beethoven.
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Sea real o no, la quinta sinfonía de Beethoven ciertamente se puede interpretar como la historia de la acción del destino sobre la vida. Surge desde la oscuridad como una acometida que no puede ser rechazada, que se debe soportar y luchar. Es la narrativa de la lucha interna, de la resistencia ante las embestidas existenciales que toda persona sufre. El allegro con brío que se transforma en un andante con moto, que se torna en scherzo, que vuelve al allegro para rematar con una melodía luminosa. La quinta sinfonía de Beethoven va de la desgracia del destino inexorable al triunfo total y exaltado.
Las cuatro notas iniciales de la quinta sinfonía también pueden interpretarse como una marcha militar humana, como el ritmo que anuncia la gran lucha existencial. El 22 de diciembre de 1808, cuando la obra musical fue estrenada, quizás Beethoven estaba pensando en el hombre que alguna vez representó para él los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, para luego sentirse traicionado y rasgar en dos las partituras de lo que nunca llegó a ser la “Sinfonía Bonaparte”. Durante las campañas napoleónicas, Beethoven vivió en Viena. En 1809, un año después de haberle dado al mundo su quinta sinfonía, se refugió en el sótano de su hermano Karl para protegerse de un bombardeo nocturno, tapándose los oídos con cojines para protegerse del estruendo francés. ¿Habrá escuchado en su lugar las cuatro notas iniciales de la quinta sinfonía? El bombardeo sonó como la oscuridad de la que no se puede huir.
Medio siglo después, Pierre Bezújov, Nikolái Rostov, Andrei Bolkonski y Borís Drubetskóy participaban en las guerras napoleónicas, siendo arrastrados por ese destino que toca a la puerta con notas musicales. En “Guerra y Paz”, Tolstói recordó las guerras que presenció Beethoven mediante una narración que diseccionó el alma humana en tiempos de caos. Con temas que se repiten como el tiempo circular, con unos caracteres que van cambiando, afectándose, oscureciéndose y saliendo a flote; con crescendos emocionales y silencios que pesan, Tolstói usó las guerras napoleónicas como cortina para crear una sinfonía de decisiones, errores y revelaciones. A través del sufrimiento es que los personajes de Guerra y Paz caminan hacia una transformación del carácter y una forma de paz interior. El destino les toca a la puerta y ellos lo enfrentan, lo soportan y lo resisten hasta que finalmente logran trascender.
La guerra como destino quizás sea la clave a la que el hombre más se haya acostumbrado. Los cañones en Viena, las trincheras en Francia, los tiroteos en los territorios olvidados, las alarmas que las personas ya no escuchan de tanto andar en alerta. El tiempo se repite como si estuviéramos junto a Pierre Bezújov, ahora prisionero durante la ocupación francesa de Moscú, que de un momento a otro podría transformarse en un niño con un arma al hombro en lugar de un carro de juguete, que voltea a mirar y ahora es un secuestrado en medio de la selva, que se abandona como se abandonan a las mujeres que se desangran en campamentos escondidos luego de dar a luz, que se tapa los oídos y sigue oyendo el bailoteo metálico de los drones y los golpes de las explosiones.
A “Guerra y Paz” hay que leerla mientras se escucha la quinta sinfonía de Beethoven, ¿pero necesariamente debe ser el telón de fondo de nuestra historia? Nos hemos acostumbrado tanto a la melodía que surge de las balas, que nos hemos olvidado de que de la paz también surgen notas silenciosas. Sólo hay que detenerse a escuchar.