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Dinosaurios (Tintas en la crisis)

Yo pensaba que los dinosaurios no iban a volver y con ellos el canto que nos entregaron hace tiempo, para aproximarnos a un destino, en el que aún resistimos, pese al hecho de morir.

María Acosta - @paunks
12 de junio de 2021 - 08:03 p. m.
"Yo que creía que los dinosaurios no iban a volver, pero siempre estuvieron allí, para demostrarnos que a nosotros también nos están extinguiendo".
"Yo que creía que los dinosaurios no iban a volver, pero siempre estuvieron allí, para demostrarnos que a nosotros también nos están extinguiendo".
Foto: Erika Cortés

Es difícil encontrar el camino de la entrega, mirar de frente a la cara del dolor, el desconsuelo que desbarata el tiempo. Es el otro que está soñando, mientras nosotros estamos despiertos. No hay vacío, hay suspensión, una inquietud inagotable y con ella la desilusión de caer en el olvido y olvidar los detalles. Somos un cuerpo prestado nada más.

Fue un veintiocho. Nosotros pudimos llegar a nuestras casas, con los ojos rojos, no del cansancio sino por la sevicia del otro aquel que dispara y se obsesiona con matar. He visto el grito que corre por mi cuerpo, porque el cuerpo al igual que la muerte carga con su propio peso, he visto la angustia de cambiar todo esto, al muchacho que le arrebataron la vida, al otro que le pausaron su baile, otro más que le quitaron su instrumento y lo obligaron a dar falsos testimonios. He visto a las madres levantarse para recordarnos que el hecho de ser madres, ya es de por sí resistir.

Fue hace una semana. Hay un sentimiento que ahonda nuestra conciencia, el no saber dónde, por qué, cuándo, cómo están los hijos y si aún existen. No sabemos dónde están, pero sí sabemos en dónde está el dolor que se prolonga y no tiene tregua y que, de nada sirve saberlo porque el daño mental es inquebrantable. Somos los hijos de los hijos del daño mental, del acoso normalizado, del abuso como un juego, de la anhelada felicidad que confundimos con tranquilidad. Yo que crecí con bastantes credos, yo que me enfrenté conmigo misma por la impotencia de lo que estaba pasando no en mi ciudad, sino afuera, porque la guerra siempre fue creíble afuera, y pensar que nunca se separó y estuvo al lado de nosotros. Mis emociones renegaban para lograr esconderse bajo mentiras piadosas e ilusiones consoladoras y así, evadir la realidad, pese al viento que quema mis mejillas, tirándome en la cara esta ciudad hostil que me ha enseñado a resistir.

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Fue hace quince días. Yo trato de no resbalarme por ese precipicio en el que aumentan las muertes, aumenta la realidad, no es amarillismo, es lo que sucede en el lugar que me parió. A mi madre le digo que queremos cambiar esto, a mi padre le digo lo mismo, ellos también, al igual que mi abuelo y mi tío, están confundidos, con miedo, aunque no lo digan, aunque se consuelen con algún credo como lo supe hacer yo. La verdad es que no logro saber cuál podría llegar a ser mi rol, y sin embargo estoy acá escribiendo a como dé lugar, porque escribir nunca ha sido fácil.

Fue hace un mes. La tristeza va tomando lugar, comienza en el pecho casi siempre cerca al corazón, y va palpitando rápidamente al ritmo de nuestra respiración entrecortada, no sé si es el miedo que también hace sacar las lágrimas, es un desconsuelo que no te permite tragar saliva, cierro mis ojos, creo estar incómodamente presente, ¿a qué sabe la saliva?, a sal, no, no es saliva, son lágrimas que van tomando lugar en mi mente, en mi cuello, en mi almohada, llevando mi sueño poco a poco para otro día más y ver si pasa todo esto, pero nada, no logro convivir con mi queja; nos levantamos con el silencio, la caída. No puede ser que nos hayan hecho creer que una vida valga más que otra. ¿Dónde están?

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Ya ha pasado un mes desde que comenzamos a salir a las calles y nos dijeron que nos laváramos las manos para salvarnos de la muerte, lo que no nos dijeron fue que el hecho de lavarse las manos era también quitarse la sangre de todos los asesinados por el que dio la orden. Que nadie diga nada porque nadie vio, que nadie diga nada porque nadie escuchó, que nadie diga nada porque nadie creyó. Nos mató la negligencia, sus órdenes, su soberbia, su decisión. La paradoja es un gobierno ciego y sordo que creyó igualarnos a él y al contrario lo estamos viendo todo y lo estamos escuchando todo… Yo que creía que los dinosaurios no iban a volver, pero siempre estuvieron allí, para demostrarnos que a nosotros también nos están extinguiendo.

Pdta: Podremos inscribir la cédula, podremos resistir, podremos continuar con el paro nacional.

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Por María Acosta - @paunks

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