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Hablemos sobre el festival y su relación con él.
Yo me involucré en el festival hace ocho años. Fui invitado por un gran amigo, Liberman Arango, director de fotografía. Con él teníamos un colectivo en la universidad, trabajábamos en proyectos documentales y siempre estuvimos muy interesados en trabajar con las comunidades. Impactarlas a través del audiovisual fue, en ese momento, lo que me motivó a hacer parte del voluntariado del festival. Después, entré a la producción local en Medellín. Ha sido muy gratificante: me ha permitido crecer en el plano profesional y también enriquecer mis “hobbies”. Amo el cine y me gusta mucho vincularlo a la idea de transformación social.
¿Cuáles han sido los retos para llevar a cabo esta edición?
Pensamos que el festival no se iba a realizar por todo lo que estaba ocurriendo con la USAID y con algunos de nuestros colaboradores, que se vieron muy afectados por las políticas de recortes de ayuda a nivel global. Afortunadamente, faltando como tres meses para la inauguración, la directora Diana Arias llamó al equipo y nos preguntó sobre la disposición y la disponibilidad que teníamos para sacar adelante el festival en un tiempo récord. Esa fue una dificultad que compartimos con las otras ciudades.
¿Cómo fue su acercamiento al cine de derechos humanos?
Hace años leí un libro llamado “Cine y Cambio Social en Latinoamérica”, donde hablaban de personajes que en este momento son una institución como Marta Rodríguez y Jorge Silva, y las películas que hacían en los años 60 y 70. Marta Rodríguez es una mujer que todavía está activa haciendo sus películas y para mí fue un honor participar en un homenaje que le hicimos en el Teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia, de la mano también de su gestora Juliana Ochoa. También tuvimos la oportunidad de presentar una conversación con ella y el teatro universitario se llenó por completo.
¿Cómo ha visto que se han representado los derechos humanos no solo en el cine, sino en otras áreas de la cultura? ¿Esto ha cambiado a través del tiempo?
Cada etapa tiene sus luchas y preocupaciones. En los años 70, por ejemplo, los universitarios tenían un compromiso fuerte con la política y la lucha social. Hoy en día hay otras problemáticas igual de relevantes, como el medio ambiente, lo que pasa con las selvas y bosques, o la lucha de las mujeres por la igualdad de género. Algunas luchas se transforman o pierden protagonismo, mientras otras lo toman. Para mí, ver teatros como el Jorge Eliécer Gaitán completamente llenos, como ocurrió ayer en la inauguración, con personas que incluso se quedaron afuera esperando para no perderse la película, demuestra el interés que la gente tiene en los derechos humanos. Después del plebiscito hubo una sensación de desesperanza colectiva, pero el festival muestra que todavía hay interés en estas temáticas y que siguen siendo importantes para la ciudadanía.
¿Cómo cree que el cine ha cambiado su vida?
Cuando descubrí el cine, descubrí también mi propósito y mi vocación. Supe desde el primer instante que era lo que quería hacer. Mucho más cuando vi el impacto que podía tener sobre los espectadores y entendí que era una herramienta de transformación social. Creo que a través de las historias se puede ayudar a sanar realidades muy difíciles. Incluso producir cine es una terapia para sanar esas situaciones.
¿De qué manera ha visto ese impacto o transformación social en la audiencia con respecto a los derechos humanos a través del cine?
Creo que los espectadores del festival entienden el potencial de transformación del cine. No solo disfrutan de las películas, sino que también se organizan, buscan soluciones a problemas y encuentran en el cine la excusa perfecta para reunirse. Después de una película se generan conversaciones y asisten a charlas que unen, donde las personas pueden escuchar ideas muy diferentes a las suyas. Esa escucha atenta nos abre la mente y nos hace más tolerantes con la diversidad. Por eso, considero tan valioso el ejercicio del festival: presentar películas que aborden problemáticas y faciliten el diálogo.
¿Tiene claro el nombre de alguna película que haya marcado su vida?
“Horizontes”, de César Augusto Acevedo. Ayer, en la inauguración del festival, se convirtió en mi película favorita. También “Chircales”, de Marta Rodríguez, me ha influenciado muchísimo.
¿Cuáles son las causas más relevantes para usted?
La causa medioambiental, la protección de las selvas y la creación de políticas reales para cuidar la naturaleza son fundamentales. También me parece indispensable manifestarnos contra el genocidio al pueblo palestino. Nunca antes se había visto algo así. Es increíble cómo esas imágenes se han normalizado en televisión. Debemos llamar la atención y movilizar voluntades para detenerlo.
¿Qué cree que debería cambiar en Colombia con respecto a la forma en que se hace cine?
Creo que se deben promover otros modelos de producción, no solo el industrial y hegemónico, que a veces se enseña en las facultades o se aprende de las grandes productoras internacionales. El cine también debe verse como una forma de vida. Tenemos que ser coherentes con esa visión y buscar alternativas sostenibles para la realización, producción, promoción y difusión. Hay directores con trabajos valiosos que se quedan por fuera del circuito comercial porque no encajan en esos modelos de producción.
¿Qué es lo que más le gusta de hacer cine?
Lo que más me gusta es experimentar con el potencial creativo de las imágenes, capturar lo que me permiten las comunidades con las que trabajo y construir narrativas con ellas, a veces esperanzadoras, a veces tristes. Me interesa mucho explorar o improvisar soluciones a los problemas que atraviesan esas comunidades y personajes. Abordar la condición humana detrás de la imagen y del sonido me parece fascinante.
