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¿De dónde surgió la idea para el cortometraje?
La idea vino de Joseph Longo. Nos conocimos en mi maestría en NYU (New York University), y él ya venía trabajando historias sobre la relación madre-hijo. Por mi parte, también había hecho un par de cortos que tenían que ver con ese tema, con la familia y específicamente con la figura materna. Ya para el año en el que nos estábamos graduando, él tuvo que lidiar con el divorcio de sus padres. De ahí sale el cortometraje, de su reflexión acerca de cómo cambió su relación con su mamá a partir de ese momento y como él estaba cambiando un poco también en su manera de ser, dejando ese rol de hijo y comportándose más como un adulto.
¿Cómo fue hacer una dirección conjunta?
Joseph Longo quería actuar con su mamá, la actriz alemana Bárbara Sukowa. Inicialmente, me pidió que fuera productora creativa, pero luego me dijo: “Necesito que me ayudes a dirigir porque me quiero concentrar en la actuación”. Es algo difícil, porque cuando uno lo hace solo no tiene que negociar las decisiones que se toman en rodaje y dirección de actores, por lo que hubo varios desacuerdos. Lo bueno es que ya veníamos de una amistad muy larga. Él y yo hicimos esa maestría juntos, entonces ya teníamos una comunicación muy clara y directa. Yo creo que el lado bueno de codirigir es que tuve la primera oportunidad de dirigir algo que no había escrito, y eso fue liberador.
¿Qué retos encontró al dirigir algo que no escribió?
Cuando uno escribe lo que va a dirigir, uno se lo está imaginando. Entonces, yo tenía que hacer el ejercicio de leer, imaginar, pero también dialogar con Joseph Longo para saber qué se estaba imaginando él y cuál era el tono emocional de cada uno de esos momentos, y que juntos llegáramos a un acuerdo. De esa forma, cuando estuviéramos dirigiendo a los actores, fuera muy claro cuál era el tono de las escenas, ya que es un poco más ambiguo hasta que uno lo trabaja.
¿Qué le llama la atención de narrar historias cotidianas?
Creo que naturalmente tengo una inclinación por lo doméstico, por lo familiar, por esas relaciones muy personales con muchas capas. Diría que las relaciones familiares son fascinantes porque hay mucho amor con los padres, con los hermanos, pero también hay sentimientos mucho más complejos: resentimiento, celos, rabia. A mí me interesa la riqueza emocional de esas relaciones. Creo que, en general, para los artistas y cineastas, decidir qué nos interesa es un ejercicio que no hacemos conscientemente. Simplemente llega.
Este es su tercer cortometraje profesional, ¿cómo ha sentido su evolución artística?
Creo que la mejor manera de progresar en el cine es seguir creando nuevos proyectos, porque las ideas que uno tiene sobre lo que quiere hacer solo se ponen a prueba cuando se está en el rodaje, frente a los actores. Mi cine, específicamente, surge del deseo de explorar ciertas sensaciones y emociones, pero lo complicado es convertir esas sensaciones en historias concretas. A lo largo del tiempo, he aprendido mucho sobre cómo escribir, dirigir y trabajar en diferentes roles. Esto me ha permitido entender cómo aislar el drama y cómo conectar todo para que el espectador se mantenga interesado, siempre haciéndose preguntas. Aunque siento que aún me queda mucho por aprender, el cortometraje es una forma valiosa de explorar el lenguaje cinematográfico y acercarme cada vez más a comprender cómo construir una historia de manera efectiva.
Usted estudió Antropología, ¿qué le hizo dar el salto a hacer cine?
Desde antes de estudiar Antropología ya quería estudiar Cine, pero quería hacerlo después de fortalecer la base para eso que quería hacer. No era del todo consciente, pero quería estudiar una ciencia social o algo que complementara mi perspectiva. Fue muy útil, porque la Antropología es una disciplina que te ayuda a ponerte en el lugar del otro, a cuestionar tu propia mirada y a observar el mundo desde diferentes perspectivas. En la Universidad de los Andes empecé a tomar las clases de Cine disponibles en el departamento de arte y terminé haciendo un doble programa con Historia del Arte, lo que también fue muy enriquecedor, especialmente en términos de formación visual.
El humor es una de las cosas más difíciles de enseñar en las academias de cine, ¿cómo descubrieron la forma de usarlo en el cortometraje?
Creo que el humor en este caso surge de la escritura. Joseph Longo estaba hablando de su relación con su mamá, que es inherentemente graciosa. Cuando uno los ve interactuar en la vida cotidiana, como manejando para llegar a algún lugar o almorzando con ellos, ya son graciosos. Es difícil pensar en recrear ese humor, porque viene del dolor y de la realidad. También viene de la vergüenza; uno se ríe cuando las cosas revelan o exponen algo. Si uno quiere escribir o ser verdaderamente gracioso de una manera inteligente, tiene que acercarse mucho a la vergüenza y exponerse. Al final, el humor real viene de la honestidad y la vulnerabilidad, no de los chistes que no logran conectar con el público.
¿Qué retos ha encontrado dirigiendo en un idioma distinto a su lengua materna?
El reto de trabajar en un idioma distinto al materno es notable, en especial cuando se trata de expresar sutilezas y matices, como en el humor o en las emociones. Aunque te sientas cómoda hablando en inglés, el lenguaje emocional se vuelve más preciso y natural en tu lengua materna. Esto se vuelve crucial cuando diriges actores, ya que la comunicación debe ser precisa y, a veces, sutil. Es difícil transmitir las mismas complejidades de significado en un idioma que no es el propio, y esto puede afectar la forma en que te relacionas con los actores y les explicas lo que necesitas de ellos.
¿De dónde proviene esa búsqueda por representar lo latinoamericano en su cine?
Me surge naturalmente. Mis ideas salen de esa manera porque tengo esa crianza, y mi manera de ser y existir en el mundo tiene que ver con el contexto en el que crecí. Con el pasar de los años, me interesa explorar los matices del ser latinoamericano, muchas de las representaciones tienen demasiadas ramas, como las tiene cualquier otra nacionalidad o contexto.
