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Antes de emprender el que podría ser uno de los proyectos más ambiciosos de su carrera como traductor, Salvador Peña Martín tuvo que batallar con la creencia de que era una empresa imposible. Luis Alberto de Cuenca, un reconocido poeta, traductor y ensayista español, le propuso hacer la primera versión en castellano de “Mil y una noches” traducida directamente desde el árabe, a diferencia de ediciones anteriores realizadas con base en traducciones al francés.
El “sí” no llegó de inmediato. Peña Martín pensaba que se trataba de un trabajo “insensato”, pero después de sopesar la oportunidad, aceptó. Años después reconocería, aunque sin arrepentimiento, que aquella decisión vino de una subestimación de lo que esto implicaba. Se trataba de una obra más larga que “Don Quijote” y la Biblia juntos, pero él asumió que podía tomar los cuatro volúmenes que componían la edición que guardaba en su casa y dedicarle un año de trabajo a cada uno. Sería una tarea secundaria que podría desarrollar a la par de su labor de docente en la Universidad de Málaga y de otros proyectos que tenía en marcha. Se equivocó.
“Pensé que este era un libro de historietas, ese fue mi gran error”, admitió en una entrevista para El Espectador en la que detalló cómo fue que esos cuatro años de trabajo se convirtieron en más de siete para lograr poner en español, con la mayor fidelidad posible, esta obra milenaria.
El resultado llegó finalmente en 2016, cuando la editorial madrileña Verbum publicó la versión de Peña Martín de “Mil y una noches”, que después fue reconocida con el Premio Nacional a la Mejor Traducción (España, 2017), el Premio Sociedad Española de Estudios Árabes (2017) y el Premio Internacional Sheikh Hamad de Traducción (Catar, 2016). A partir de esto fue que nació la antología que este año sacó Ediciones Uniandes, que trabajó nuevamente con el arabista para crear una edición revisada que ya está disponible en las librerías del país.
Salvador Peña Martín: un actor de método
Fueron muchos los retos que tuvo que sobrellevar Peña Martín para poder traducir al español las historias que Shahrazad le contaba a su captor para prolongar su vida, así fuera por una noche más. Quizás el más grande fue la falta de cohesión estilística, consecuencia de su naturaleza de obra abierta durante buena parte de la era cristiana.
“‘Mil y una noches’ fue escrita por muchos autores y autoras anónimos a lo largo de muchos siglos y desde posturas estéticas, éticas y hasta religiosas muy diferentes, así que se puede decir que es una unidad solo hasta cierto punto. Uno de los problemas que tuve fue que me acomodaba al estilo de una historia de guerra, por ejemplo, escrita desde una perspectiva muy agresiva y, de pronto, cuando eso acababa, tenía que pasar a una historia de humor que había sido escrita seis siglos después”, relató Peña Martín.
Para afrontarlo, no solo aquí sino en otras traducciones en las que ha trabajado, el arabista utilizó una estrategia bastante particular, una que él mismo comparó con la de los actores de método. Al igual que ellos, que no dejan de interpretar su papel aunque las cámaras hayan dejado ya de rodar, Peña Martín hacía un esfuerzo por convertirse en quien él creía que estaba contando cada una de estas historias. “Era como si me dejara habitar por cada narrador, porque asumía como propia su manera de ver el mundo, su manera de sentir”, afirmó.
No podría ser de otra manera, según él, por la naturaleza misma de una labor que nace de un artificio, de una especie de engaño hacia el lector. Él tenía que ser otro para que esa historia brotara con el mismo espíritu con que la contó su autor original.
“Está muy bien que se les dé más reconocimiento a los traductores y a las traductoras, pero hay que entender que esa ‘falta de atención’ hacia ellos tiene que ver con el hecho de que, cuando uno lee una traducción, no tiene que ser demasiado consciente de que es una traducción. Quienes leyeron a García Márquez en EE. UU. estaban leyendo realmente a (Gregory)Rabassa, pero tenían que caer en el engaño de que estaban leyendo a García Márquez”, afirmó.
La traducción literaria es un trabajo que no se limita a conocer el equivalente en español de un término árabe, sino que implica estudiar una cultura, entender un ritmo y una sintaxis pensados para crear un efecto en el lector. La obra literaria no es un mero mensaje que hay que decodificar para que lo entienda alguien más, sino un tejido vivo que conlleva en sí toda una forma de ver el mundo.
Traduttore, traditore
Es muy común desdeñar a los traductores bajo la idea de que su trabajo necesariamente “empobrece” lo que tan elocuentemente un artista ya expresó en su lengua materna, pero si bien es cierto que hay elementos que se “pierden en la traducción”, también se gana mucho.
“Hay un filósofo francés que dice que la traducción es el arte del ‘a pesar de’. Es decir, ¿esto es ‘Mil y una noches’? No. ¿Cómo va a serlo si ese es un libro árabe? Esto es otra cosa. Pero, a pesar de eso, sí es ‘Mil y una noches’. ¿La traducción es una creación? No, porque dependo de lo que han escrito otros creadores y creadoras. Pero, a pesar de eso, sí que es una creación que viene de cómo me dejo habitar por estos narradores”, aseveró.
Durante siglos, la traducción ha sido la forma en la que hemos podido tener acceso al arte y al conocimiento de todas partes del mundo. Y ahora, con esta edición de Peña Martín, los hispanohablantes ganamos la oportunidad de acercarnos como nunca antes a las historias de este antiguo mundo árabe.
