A medida que avanzamos en las páginas de Luna de día, vamos notando que Martha Canfield, poeta uruguaya que vive hace varios años en Italia, tuvo una relación cercana con la literatura colombiana. En el libro hay varios poemas que mencionan autores como Álvaro Mutis, Jorge Gaitán Durán o Giovanni Quessep, escritores que conoció en el tiempo que vivió en Bogotá por recomendación de un profesor de su universidad.
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“Cuando empecé la universidad, ya en el primer año, había un gran profesor de lingüística con el cual empecé a colaborar. Él fue el que me estimuló a venirme a Colombia, porque me dijo que, si mi vocación era seguir haciendo investigación y trabajar en la universidad, en Uruguay no lo iba a poder hacer nunca. Uruguay es un país muy pequeño, tiene en total 3 millones de habitantes, un millón y medio en Montevideo, y en todo el país hay una sola universidad. Entonces me dijo: ‘“¿Cuándo piensas entrar a trabajar en la universidad? Nunca. Los profesores que hay ahora, a los que tú quisieras sustituir, van a jubilar dentro de 20 o 30 años. Aquí no vas a poder entrar nunca”’, contó Martha Canfield en entrevista para El Espectador.
Entre Ottawa, Canadá, y Bogotá estaban las opciones para continuar su carrera, pero el mismo profesor le consiguió una beca a Canfield para estudiar en la capital de Colombia, lugar con el que se sintió “fascinada” porque aquí se estudiaba mucho más la literatura hispanoamericana y colonial, temas por los cuales se interesó.
“Además, entré en un grupo de jóvenes: en esa época todavía estaban en sus primeras armas Juan Gustavo Cobo Borda, Augusto Pinilla, y había un poeta que ya era más conocido, Giovanni Quessep. Me hice muy amiga de ellos, también de Arturo Alape. Nos reuníamos, y con ellos fue que yo empecé a escribir y a leernos mutuamente. Luego había grandes maestros que considerábamos maestros y con los que nos veíamos; ellos eran quienes nos guiaban. Para mí, Gaitán Durán era obviamente un maestro”, recordó la escritora uruguaya.
Su primer libro, rememoró, lo publicó gracias a Arturo Alape, y varios de sus poemas vieron la luz gracias a Juan Gustavo Cobo Borda, que se los publicó en la revista Eco. Con Álvaro Mutis, en cambio, estableció primero una amistad con Santiago, su hijo. Pero cuando escribió un ensayo sobre la poesía del creador de Maqroll El Gaviero, empezó su amistad con él, que se reforzó después cuando tradujo su obra al italiano. “Escribí muchas veces sobre su poesía, y él vino muchas veces a Italia. Allá hice mi carrera universitaria, fui profesora, organicé encuentros de escritores, festivales, y él vino con su esposa. Terminamos siendo muy amigos, casi como familia”.
¿De dónde viene su gusto y relación con la poesía?
Bueno, la pregunta es interesante, pero para mí es muy simple contestarla. En realidad, creo que yo no elegí la poesía. La poesía me eligió a mí. Quiero decir esto: la poesía me nació sin que yo la buscara. Cuando estaba todavía haciendo los primeros años de liceo, me parece que tenía 12 o 13 años no más, y me vino así. Ya empezábamos a estudiar literatura en el liceo y en primer año me empezó a fascinar la poesía. De pronto me vino y lo escribí, y escribí, y escribí, y así fue el resto de mi vida. O sea, yo escribo cuando me viene el impulso para escribir. No busco, no soy metódica: dejo que sea la voz interior la que salta sola.
Volvamos ahora a un par de temas del libro. El primero es esa relación con la naturaleza, pero específicamente con el mar…
Mira, el mar tiene que ver mucho conmigo. Yo nací y crecí en Montevideo, que está sobre el Río de la Plata. Pero para nosotros el Río de la Plata no es río, sino mar. Es un río como mar, de hecho, el agua es salada. Del otro lado está la costa argentina, Buenos Aires, pero no se ve: es tan grande que no se ve. En barco te demoras toda la noche en atravesarlo. Para mí eso es mar.
Yo crecí con la familia yendo en verano todos los días a la playa. Nadar en el mar, entrar, desafiar las olas, fue algo que desde niña fue muy intenso. Cuando me vine a Bogotá, mientras muchas cosas amaba, enseguida amé de Bogotá, había algo que me faltaba: el mar. Me acuerdo de algo cómico: a veces íbamos en carro y de pronto llegábamos a lugares oscuros, sin casas ni luces, y yo veía a lo lejos la luna y todo negro, y decía: “¡Ahí está el mar!”. Era como que no podía vivir sin él. Eso me quedó siempre.
También aparece una referencia directa a Walt Whitman. ¿Qué influencia tiene en su literatura?
Walt Whitman para mí ha sido un autor que he leído mucho. Lo he leído también en inglés y lo he amado bastante. Sobre todo, Hojas de hierba, de Whitman, para mí ha sido fundamental. Me despertó también esa relación íntima con lo que es el mundo vegetal y el mundo de la naturaleza. Por eso aparece ahí.
Habla mucho también del tiempo, quizá de la nostalgia. Aquí, por ejemplo, en Pasado ajeno dice: “nostalgia de un pasado que no tengo o al menos no conozco, nostalgia de una tierra”.
La nostalgia es un sentimiento que nos acompaña a todos, creo. Siempre hay algo que ha quedado atrás de nosotros, que hemos vivido o que hemos soñado. Pueden ser las dos cosas: no vivido pero soñado, o vivido y perdido, o perdido porque pasó el tiempo. No importa, ya no está en el presente. Y entonces nace la nostalgia. Ese es un tema recurrente porque en el sentimiento, en la emoción, regresa. Y naturalmente vuelve, como vuelve la palabra poética. Creo que la nostalgia y la palabra poética están muy asociadas.
La nostalgia, obviamente, nos lleva a hablar del tiempo. Por ejemplo, en Tiempo Serpiente habla de los tiempos sucesivos. Dice: “adquirieron la forma de serpiente y el aire seguro, acogedor de nuestro cuarto”.
Tiempo Serpiente, o sea, es el Ouroboros, ¿no? El círculo, como la serpiente de Ouroboros que se muerde la cola: el tiempo que da vueltas. El pasado, el presente y el futuro se suceden y luego vuelven otra vez y empiezan. No termina nunca. Eso para mí es muy importante, ese tiempo que no termina, que regresa y se recrea. Tal vez se siente ahí, en ese poema creo que está vinculado exactamente al sentimiento del amor. Cuando se vive el amor, el amor compartido, el tiempo se transforma en un Ouroboros, donde no termina: evoluciona, pero vuelve, regresa y recomienza.
En Angélico sufrir dice: “yo quisiera solamente hundirme en la corriente oscura del dolor”. Me llamó la atención esos versos, porque elegir el dolor y querer atravesarlo, querer vivirlo, pensaría uno que no es algo que se elige...
Sí, como si ese dolor fuera una forma de seguir manteniendo vivo lo que quedó atrás y se perdió. El dolor es también una forma de no olvidar. En ese caso, se rechaza el olvido: se quiere mantener vivo lo que se vivió.
¿Qué son los años no vividos? Que también se refiere a ellos…
Eso es la vida, es vivir los propios sueños. No siempre se pueden cumplir, pero de todas maneras el dejar ir la imagen. También la palabra escrita, porque escribir lo que no se pudo vivir es una manera de hacerlo vivir. No es solo recrearlo: es hacerlo vivir. O sea, la escritura es una forma de vida.
En Razones de vida se menciona a la Ilíada. ¿Por qué esa referencia a Homero?
Bueno, la Ilíada, Homero en general —la Ilíada y la Odisea, pero sobre todo la Ilíada—, para mí la figura de Aquiles fue fundamental. Lo conocí primero en el liceo, pero después lo volví a estudiar en la universidad, y después acá, en Bogotá. Te cuento: fui muy amiga de Andrés Holguín. Yo participaba en su grupo de seminarios, que se llamaba El muro blanco. Ahí hacíamos sobre todo literatura griega, filosofía y literatura. Entonces volví a estudiar mucho. Después, cuando enseñé en la Universidad del Rosario, también enseñé literatura griega. El reposo de los héroes hace referencia a algo que me llegó profundamente de la Ilíada: cuando Aquiles se niega a ir a combatir porque tiene su pelea con Agamenón. Este le quita su esclava, que en realidad él amaba, y entonces Aquiles no quiere ir. Se retira.
Pero ¿cuánto dura ese retiro? Él no puede, porque es un héroe. Efectivamente, luego regresa a luchar también por un motivo trágico: la muerte de Patroclo. Pero, aparte de eso, lo que hay es que el héroe no puede estar fuera de lo que es su identidad. Su identidad es enfrentarse al mal y luchar contra el mal.
En Regreso 2 dice: “las viejas fórmulas en que el saber se apoya, civilización o barbarie, arquetipo del padre traidor o del tirano”. Quiero que hablemos de esas viejas fórmulas que señala.
Bueno, ese poema está dedicado a un alumno, que en realidad es una figura simbólica de mis alumnos. ¿Qué quiere decir eso? Yo siempre traté sobre todo de la literatura hispanoamericana, donde analicé mucho esos temas clásicos: la civilización y la barbarie, que se estudian en el mundo hispanoamericano; el tema del dictador, del patriarca.
“Manos unidas saben bien alejar temor y muerte”. Hablemos también de esa figura del amor y del miedo a morir.
Las manos unidas son las de dos personas que se aman, obviamente. O que se quieren: pueden ser amigos o amantes, no importa. Lo importante es que hay un sentimiento, un sentimiento de afecto, de amor, que une esas dos manos que son de dos personas distintas. Y entonces, esas dos manos que se unen alejan a la muerte, porque es el sentimiento del amor el que la aleja.
¿Cómo cambia esa relación con el lenguaje cuando ya, por ejemplo, se habla dos idiomas? Seguro en italiano hay palabras que en español no hay, y eso le hace ver el mundo de otra manera.
Bueno, sí, en realidad es así. Yo con el italiano, después de tantos años viviendo y estudiando en Italia, naturalmente hice de él mi segunda lengua, casi mi primera en determinado momento. Pero al mismo tiempo, enseñando literatura hispanoamericana, mantuve siempre el español en un nivel muy alto.
¿Qué me pasa a mí? Que cuando escribo, no elijo racionalmente la lengua. De hecho, tengo libros escritos en español y libros escritos en italiano. ¿Qué sucede? Cuando voy a escribir, me viene espontáneamente. Probablemente depende del tema, depende de cómo me siento en ese momento, pero sobre todo del tema: en quién estoy pensando, en qué estoy pensando. Si eso tiene que ver con el mundo italiano, me viene en italiano y escribo en italiano. Si no, me viene en español y escribo en español.
En realidad, el libro Luna de día, que tú tienes aquí, deriva de uno en italiano. Para mí la traducción también ha sido algo muy importante, que amo mucho, aunque tiene esos problemas que tú mencionabas antes. Dos lenguas que se parecen —como el italiano y el español— en ciertos momentos resultan completamente distintas, mucho más de lo que puede parecer. Lo que parece parecido, a veces en realidad significa otra cosa completamente distinta. Entonces, ahí la traducción crea problemas, trampas.
Por eso estoy muy atenta. Y cuando se trata de traducir mi poesía, no me gusta que me traduzcan al italiano. En italiano no lo permito, absolutamente no. Pero si me traduzco yo, como soy mía, hago lo que me parece. Puedo cambiar. Entonces algunas cosas, efectivamente, aparecen cambiadas.
En general, cuando traduzco a otros autores trato de ser muy literal: lo que el autor quiso decir, hay que decirlo lo más exactamente posible. Pero si el texto es mío, entonces soy libre de hacerlo.