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“Me temo que voy a partir la historia de la humanidad en dos mitades”: Friedrich Nietzsche

Durante el otoño de 1888, su último año de vida lúcida, Nietzsche le envió a su editor, Carl Gustav Naumann, tres manuscritos, “El crepúsculo de los ídolos”, “Nietzsche contra Wagner”, y “Ecce homo”. A comienzos del 89, explotó en pleno centro de Turín y fue llevado a una clínica. Ya nunca más recuperaría la razón.

Fernando Araújo Vélez

04 de noviembre de 2025 - 10:14 a. m.

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Durante su estancia en Turín, Nietzsche concibió su proyecto de la “Transvaloración de todos los valores”.
Foto: Getty Images

La última ciudad en la que vivió en estado de conciencia Friedrich Nietzsche fue Turín, y llegó allí el 21 de septiembre de 1888. Unos cuantos días antes le había escrito a Elisabeth Förster, su hermana, “Ya que me encuentro inmerso en el trabajo más decisivo de mi vida, para mí la primera condición sería llevar una vida completamente regulada durante unos cuantos años. Invierno en Niza, primavera en Turín, verano en Sils, dos meses de otoño en Turín-éste es mi plan”. Sin embargo, al final del otoño seguía en Turín, aferrado a Turín, enamorado de Turín y dispuesto a comenzar a escribir el primero de los cuatro libros que harían parte de su “Transvaloración de todos los valores”. Como era usual en él, una gran parte de su equipaje eran sus libros y sus cuadernos de notas.

Uno de ellos era un manuscrito ya finalizado, cuya copia ya le había enviado a su editor, Neumann, y que unos meses más tarde sería publicado. En un principio, Nietzsche lo tituló “Ociosidad de un psicólogo”, y en el prólogo hablaba y anunciaba una futura transvaloración de todos los valores. Como lo había hecho con casi todos sus manuscritos, se lo envió a su amigo Peter Gast, quien le escribió: “Ha conducido usted su artillería hasta las montañas más altas, dispone de unos cañones como nadie los ha tenido antes y sólo necesita disparar a ciegas para asustar a valles enteros”. Las palabras de Gast, “artillería”, “montañas”, “cañones”, “disparos”, lo llevaron a la conclusión de que los hombres que hacían temblar las montañas no tenían tiempo de ocio.

Según lo reseñó Werner Ross en su biografía “Nietzsche, el águila angustiada”, “Nietzsche cambió inmediatamente de onda y dibujó, con clara caligrafía, un título nuevo: ‘El crepúsculo de los ídolos, o: cómo se filosofa con el martillo. Por F.N.’”. Cuando le respondió a Gast, le comentó que ‘realmente provocaba horribles detonaciones’, y añadió: “Yo no creo que en toda la literatura se encuentre parangón equiparable a este primer libro por lo que respecta al timbre de su orquesta (incluido el tronar de sus cañones)”. En su libro derrumbaba mitos y anunciaba finales, varios finales. El de los dioses, el de las verdades, el de las religiones, el de la burguesía y el del mundo, y en las últimas páginas se promocionaba, “Yo, el último discípulo del filósofo Dionisos -yo, el transmisor de la enseñanza del eterno retorno”.

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Cuando el libro ya estaba en la imprenta y comenzaban a salir y a salir ejemplares y a apilarse en un rincón de las oficinas del editor Naumann, Nietzsche le escribió con urgencia pues necesitaba hacer un cambio, añadir en el prólogo la frase “El día en el que terminé el primer libro de la ‘transvaloración de todos los valores’”. Su petición fue hecha el 30 de septiembre de 1888, pero cuando llegó su carta, “El crepúsculo de los ídolos” ya estaba impreso. Su aclaración, su anuncio, jamás apareció. Para Werner Ross, la ‘transvaloración de todos los valores’ había dejado de ser una obra “fundamental, tal y como había pretendido”. De alguna manera, era una más de sus guerras contra el cristianismo y se centraba en su doctrina, cuyo trabajo de refutación se había iniciado muchos años atrás.

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En el otoño de 1887, escribió sobre el delito de grandeza del cristianismo temprano y de sus seguidores, por supuesto. “Este es el delirio de grandeza más comprometido que ha existido hasta hoy: cuando estos falaces pequeños abortos de santurrones empiezan a reclamar la palabra ‘Dios’, ‘el juicio final’, ‘verdad’, ‘amor’, sabiduría’, ‘Espíritu Santo’, para trazar así un límite contra el ‘mundo’, cuando esta clase de personas empieza a disponer los valores a su conveniencia, como si ellos fueran el sentido, la sal, la medida y el peso de todo el resto. Deberían construirse manicomios para ellos y no hacer nada más”. Ross anotó a continuación de la frase de Nietzsche, “No es suyo el delirio de grandeza, sino de sus rivales, y para ellos el manicomio es el lugar idóneo”.

En algunas de sus teorías y reflexiones sobre el cristianismo, Nietzsche daba a entender que era una “enfermedad mental”, y él intentaba cuidarse de hacer responsable a la humanidad. “El Anticristo” fue la última de las obras que escribió en Sils-María, antes de viajar a Turín. En su primer borrador, le había puesto de subtítulo “Transvaloración”. No obstante, lo cambió por “Maldición sobre el cristianismo”. En palabras de Ross, lo había sustituido “durante los días de su naciente locura”. Cuando el libro fue publicado, en 1895, ya Nietzsche estaba en reposo total, en una de las habitaciones de la planta de arriba de la casa que había elegido su hermana para crear el “Archivo Nietzsche”. Ella revisó los manuscritos, editó algunos apartes, suavizó otros y aprobó la obra.

Ya en Turín, en el otoño de 1888, Nietzsche le envió a su editor, Naumann, sus últimos dos manuscritos, “Nietzsche contra Wagner”, y “Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es”. El 15 de octubre había cumplido 44 años y se sentía libre, dormía diez horas diarias, era tratado con amabilidad y altura por la gente con la que se cruzaba, le regalaban uvas todas las mañanas y le escribían Peter Gast y Franz Overbeck para anunciarle que en Dinamarca un estudioso, George Brandes, había instituido un curso sobre sus obras. Le enviaban recortes de periódicos y revistas en los que lo elogiaban y le recordaban que sus libros iban a marcar un antes y un después. Él les respondía cosas como “Esta vez, como artillero, voy a exhibir mis piezas de artillería: me temo que voy a partir la historia de la humanidad en dos mitades”.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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