Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Nuestra frágil felicidad: vida en tiempos de ansiedad

Poco entendemos las tendencias, obsesiones y emociones que vivimos. Pareciera que siempre sentimos y actuamos igual. Pero estamos a medio camino entre lo real y lo digital. Presentamos “Sobrepensadores”, una serie donde exploramos estos cambios desde la reflexión filosófica.

Roberto Palacio

19 de agosto de 2025 - 07:08 p. m.
La ausencia de vínculos reales alimenta la ansiedad diaria que pocos reconocen.
Foto: Getty Images
PUBLICIDAD

Comencé a interesarme por la ansiedad una madrugada, a mediados de 2022, cuando en el cuarto de al lado escuché a mi hija hiperventilando. Abrí la puerta para verla parada de frente, mirándome. Lo hacía sin enfermedad y sin deseo de manipular. Se trataba de una afección real. Tampoco pesaba sobre ella un motivo de zozobra, ni estaba amenazada o perseguida. No tardaría en descubrir que ese es un rasgo de la ansiedad: estamos ansiosos por todo en general y no por algo en particular. En esto, la ansiedad es distinta a la angustia que siempre es angustia de algo, como bien lo reconoce Kierkegaard.

Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar

Poco a poco descubrí que lo que atormentaba a mi hija era un signo de los tiempos que nos tocaron en suerte. Y por último empecé a identificar mi propia ansiedad, la cual, por estar siempre ahí, yo había confundido con la miseria promedio de la vida cotidiana de la cual hablaba Freud.

Cuando se empiezan a identificar, los signos de la ansiedad son claros, y muy similares entre nosotros. No se trata de una condición que afecta a uno solo, aunque casi todos la llevemos como un padecimiento que creemos es solo nuestro, mientras de dientes “pa fuera” ponemos la sonrisa a la que nos obliga el pensamiento positivo…¿por qué saliste tan serio en la foto?, reza ese lema de la alegría obligatoria de la colombianidad. La ansiedad que nos aqueja tiene un rasgo que reconocemos: no parece apagarse nunca. En La Era de la Ansiedad (Ariel 2023) la he descrito como dormir con taquicardia: nos acostamos con ansiedad, nos levantamos con ansiedad, pasamos el día ansiosos.

Sonará extraño, pero a medida que me adentraba en el tema, aparecía una y otra vez lo mismo, que no puedo describir más que como una ausencia. La ansiedad puede relacionarse con una pérdida del mundo y con la desaparición del otro. Es por esto que es un tema de interés no sólo para los psicólogos, sino para los filósofos. El síntoma patológico del presente es la desaparición del otro, dice el filósofo Byung-Chul Han. Estar conectados no es lo mismo que estar vinculados. Vivimos en una época que no genera las condiciones reasegurantes que demanda la vida no ansiosa que anhelamos.

Read more!

Las causas de la ansiedad se ramifican en mil direcciones y proliferan bajo prácticas de las que apenas tomamos conciencia. Me centraré sólo en unas pocas que considero centrales.

En primer lugar, considérese nuestra interacción en redes sociales como Instagram. En Francia se llevó a cabo una investigación sobre el efecto de la sobreexposición a redes. Se bombardeó a un grupo de chicas jóvenes con imágenes de mujeres delgadas y bellas. A pesar de que cada imagen duraba 20 milisegundos, y que se les había advertido que estaban retocadas, el resultado general fue un sentido de inadecuación y ansiedad con respecto a sí mismas. Esto significa que los frecuentes recordatorios que las niñas se hacen de que las redes sociales no son la realidad, es probable que tengan solo un efecto limitado, porque la parte del cerebro que hace las comparaciones no se rige por la parte que sabe, conscientemente, que solo están viendo contenido editado, explica Jonathan Haidt en La Generación Ansiosa.

Nos hemos desprovisto de las herramientas para saber quiénes somos. Y ahí va la segunda causa: la desaparición de los rituales. Nos hemos privado de las experiencias que marcan nuestro paso de la niñez a la adultez, de esta a la vejez y en últimas a la muerte. En un mundo donde no hay el acto acabado del ritual, siempre estaremos bajo la sensación de que hubiéramos podido hacer más, de que no estamos en donde deberíamos estar. Considérese si las nuevas maneras de forjar nuestra identidad, esperando perpetuamente el like, no son una fuente de ansiedad…¿por qué no tengo más likes? Es como el temor que nos sobrecoge antes de saltar a la piscina por primera vez, esa sensación entre agradable y angustiosa de aquello que queremos hacer pero que al tiempo tememos. Vivimos en un mundo en el cual nunca llegamos al momento de darnos el chapuzón, y la sensación a la que hemos aludido no termina. Esa es la ansiedad.

Read more!

El entorno mediático, bajo criterios puramente comerciales, fomenta la comparación con otros, la insatisfacción permanente consigo mismo y en últimas la falta de estabilidad en nuestras vidas: reinvéntate, resignifícate, sé ese nuevo y maravilloso tú que siempre has soñado. Debemos estar en la movida, nunca detenernos. Cuando se patina sobre hielo delgado, dice Zygmunt Bauman en Modernidad Líquida, pronto se descubre que el secreto es la velocidad. El afán comercial hará que estas ideas parezcan indicaciones de vida, sin importar la incertidumbre que puedan generar. Imagine vivir según el lema de Mark Zuckerberg, “muévete rápido y rompe cosas”…¿tradiciones, amistades? O según el conocido de Nike, “Just Do It!” Ni qué decir del pensamiento sopesado y lento que demanda la vida interior y la reflexión crítica: ¡simplemente hazlo! Somos un mundo pobre en generar la negatividad que requiere nuestra forma de vida.

¡Qué panorama gris el que hemos pintado!, se dirá. Salgamos de inmediato a comprar más libros de autoayuda. Pero señalar soluciones a un problema que tiene sus raíces en nuestras formas de vida más patentes no es sencillo. No intentaré una solución. Pero al menos podré señalar qué podemos limitar.

Si el origen último de la ansiedad es haber cortado los vínculos con el mundo y con el otro, no favorezcamos esa desconexión, por cómoda que pueda parecer. En mi próximo libro, Consumidores de Atención (Debate 2025), he abordado la tendencia del mercadeo llamada “Frictionless living”, la idea de que compramos más cuando no encontramos “fricciones”. Una de las cosas que descubrieron los investigadores es aterradora: uno de los puntos más incisivos de fricción eran los demás, su voz. Una persona irá al botón de pago con mayor frecuencia cuando no le toca hablar ni escuchar a alguien. Es el sueño de una vida en la que no me toca, como diría Sartre, infectarme de la facticidad del otro. Pero imaginemos por un momento a qué nos llevaría cortar estos contactos básicos: al dilema de las expectativas no resueltas, el sentimiento de no haber saltado en la piscina. Una fórmula para evitar nuestra ansiedad pasará entonces -no la única, no mágica- por no renunciar a descifrar al otro, por no aislarnos del mundo. Quizá así volveremos a tomar control de parte de nuestra frágil felicidad.

No ad for you

Por Roberto Palacio

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.