En 1983, yo era estudiante en la Universidad de Miami y organizamos un concierto en el que, por la lluvia, hubo que trasladar todo el equipo a la cafetería. En esa época usted tocaba con Nana Vasconcelos, Dan Gottlieb, Steve Rodby, Paul Wertico y, por supuesto, Lyle Mays. Tenía alrededor de 27 años. ¿Cómo compara a ese Pat Metheny de entonces con el de hoy, y cuál diría que es la gran diferencia?
Bueno, la principal diferencia es que ahora toco mucho mejor que entonces. El nivel musical que siento que puedo ofrecer actualmente es realmente mucho mayor. Pero además, he vivido una vida bastante plena, con muchas cosas. Tengo tres hijos y una esposa maravillosa y, como dije, he tocado por todo el planeta —unos doscientos días al año durante todos estos años—. Así que hay mucha información que puedo extraer incluso fuera de la música que creo que está ahí. Sin embargo, siempre he sentido que hay músicos que pasan por la vida y son casi como serpientes, mudan la piel cada dos años y luego miran atrás y dicen: “Oh, yo nunca haría algo así”. Para mí no es así. Todo, desde el principio hasta ahora, es como una gran melodía. No hay nada de lo que pasó en mi trayectoria que no siga estando presente de alguna manera, así que para mí es como una gran canción. Todo está conectado.
Usted comenzó a tocar la trompeta porque su padre la tocaba, ¿verdad?
Sí, toda mi familia toca la trompeta. Mi hermano Mike es un gran trompetista y ha grabado muchos discos. Mi abuelo también fue trompetista profesional. Se esperaba que yo siguiera ese camino y lo intenté, pero coincidió con el momento en que vi a los Beatles en televisión. La guitarra se convirtió entonces no solo en un instrumento, sino en un símbolo icónico de todo lo que estaba por venir. Yo tenía 10 años y respondí a ese llamado. La diferencia fue que me entregué de inmediato a la guitarra por esas razones culturales. Muy pronto empecé a interesarme en escuchar a Miles Davis, Sonny Rollins, John Coltrane y muchos otros. Para entonces ya había avanzado lo suficiente como para decir: “Bueno, me voy a quedar con este instrumento”.
He estado escuchando su álbum Moondial. Tengo todos sus discos, pero anoche, al escucharlo, noté que la guitarra suena diferente. No sabría describir exactamente por qué: ¿Podría explicar a qué se debe esa diferencia y en qué varía su trabajo de guitarra frente a otros de sus álbumes?
Estoy muy contento de estar aquí. Es mi primera vez en Colombia y, a lo largo de los años, la mayoría de mis presentaciones han sido con diferentes bandas, según el momento y la gira. Lo inusual ahora es que salgo solo, en gran parte gracias al descubrimiento de la guitarra barítona, que me permite un rango casi orquestal. Moondial es una variación de mis discos anteriores de guitarra barítona (One Quiet Night y What’s It All About), pero con una guitarra de cuerdas de nailon en una configuración especial que llevaba años soñando y recién logré concretar. De hecho, justo antes de iniciar esta gira encontré las cuerdas adecuadas, y al día siguiente ya estaba en el escenario en Argentina tocando con un sonido nuevo.
El concierto incluye muchas texturas y referencias a los distintos discos que he hecho en solitario, así que es una especie de panorama general de mi trabajo. La gente ha respondido muy bien, y espero regresar, quizá la próxima vez con la banda, para mostrar otra faceta de lo que hago.
¿Quiénes son sus guitarristas favoritos? ¿Quiénes lo inspiran?
Hay muchos, pero hay uno en particular que ha sido gigantesco para mí: Wes Montgomery. Era mi favorito cuando empecé a tocar, al punto de que durante mis primeros años lo hacía con el pulgar y podía imitarlo bastante bien, como millones de personas. Desde el principio entendí que no quería hacer lo mismo que él, sino lo que él había hecho: encontrar mi propio estilo y crear una forma de ser como músico tan clara como la que él logró.
Cuéntenos sobre cómo conoció a Jaco Pastorius y cómo fue trabajar con él.
Empecé a trabajar como músico profesional a los 14 años en Kansas City. Era un pésimo estudiante y apenas logré graduarme. Justo entonces, en 1972, la Universidad de Miami decidió reconocer por primera vez la guitarra eléctrica como instrumento, y el decano viajó a reclutarme con una beca completa, lo que fue el día más feliz de mis padres. Sin embargo, no estaba preparado para la vida universitaria: llevaba años tocando seis noches por semana y poca formación académica.
El segundo día allí me hablaron de un bajista al que debía escuchar: era Jaco. Esa misma noche nos hicimos grandes amigos. Tocamos durante años en pequeños conciertos en Miami Beach, mucho antes de que alguien supiera quiénes éramos, con la idea clara de transformar lo que podíamos hacer con nuestros instrumentos. Más tarde grabamos juntos —él en Bright Size Life, yo en uno de sus primeros discos— y terminamos compartiendo escenarios con Joni Mitchell. Jaco fue, sin duda, una fuerza increíble en la música.
¿Y cómo conoció a Lyle Mays? Nosotros, los que seguíamos su música, los veíamos como inseparables, hasta su desafortunada muerte...
Fue parecido a cuando grabé Bright Size Life: nadie conocía a Jaco y tuve que convencer a la discográfica para incluirlo. Funcionó. En el siguiente disco escuché a Lyle y propuse lo mismo; al principio dudaron, pero aceptaron y grabamos Watercolors. Por entonces pensaba en formar mi propia banda y tuve que elegir entre mi gran amigo Gil Goldstein y Lyle. Fue difícil, pero contraté a Lyle y lo mantuve todos esos años, siempre buscando que cada músico tuviera espacio para brillar. Esa ha sido mi regla como líder: si contratas a alguien, es para que dé lo mejor de sí mismo.
Ahora, al mirar mis discos, me impresiona ver que muchos de los más importantes en mi vida ya no están: Lyle, Mike Brecker, Charlie Haden, Billy Higgins, Dewey Redman… No fueron solo compañeros musicales, sino amigos muy cercanos. Eso es lo que pasa cuando sobrevives.
Hablemos también de su relación con Pedro Aznar, quien además siempre lo menciona en sus entrevistas. ¿Cómo se conocieron?
Nana Vasconcelos ya era un músico consolidado cuando estuvo en mi banda, pero sabía que no podría seguir mucho tiempo. Yo cantaba un poco y tocaba percusión, así que empecé a pensar en quién podría unirse. Poco antes, en Brasil, un chico de unos 14 años se me acercó con una casete y me dijo en un inglés muy precario: “Este soy yo”. Era una de las maquetas más impresionantes que había escuchado: era Pedro. Necesitaba un percusionista y lo llamé a Argentina. Aunque nunca había tocado percusión, en una semana ya tenía instrumentos y, al probarlo por teléfono, supe que podía hacerlo. Lo contraté, y tenerlo en la banda en esos dos periodos fue increíble. He trabajado con grandes músicos y cantantes, pero Pedro está en una categoría aparte.
Tengo que preguntarle por su experiencia con David Bowie...
Fue breve pero genial. Estaba componiendo la banda sonora de The Falcon and the Snowman y el director, John Schlesinger, me sugirió invitar a David Bowie para la canción de los créditos. Yo apenas lo conocía, así que compré un disco suyo y pensé: “Es perfecto para esta pieza”. Cuando vino al estudio, se sentó con un cuaderno amarillo y escribió decenas de títulos brillantes. Más tarde trabajamos juntos en Montreux durante tres días en esa pista. Estar con él era como estar con Sonny Rollins: un verdadero maestro, increíble como músico y también como persona.
¿Sabe algo sobre la música colombiana? ¿Hay algo de lo que hacemos en Colombia que le haya gustado?
Conozca la cumbia. Ese es el ritmo básico, y aparece todo el tiempo. Casi todos escriben melodías que lo llevan encima, porque de alguna manera se espera que así sea. Es algo muy particular: en el llamado “nuevo mundo” todos tenemos nuestra propia variación de cuánto hay de África y cuánto de Europa en la música. Y a medida que subes hacia esta región, la balanza se inclina mucho más hacia lo africano. Ese tipo de ritmos me divierte mucho tocarlos, y tienen un gran atractivo para los improvisadores, que disfrutan abrazar ese pulso rítmico.
En una entrevista dijo que: “Mi existencia se basa en lo que viene después”. ¿Cómo es el mañana para Pat Metheny?
Sí, es algo que me resulta un poco extraño. Hablaba de Pedro, que decía: “Voy a hacer esta gira porque ya son 50 años, he cumplido 50”. Y pensé: “Vaya, eso es genial, me alegro por él”. Pero nunca se me pasa por la cabeza hacer una retrospectiva. Si vas a mi casa, no verás un solo premio o trofeo; ni siquiera sé dónde están, todo está guardado en cajas. Cuando pasa algo importante, lo disfruto y lo valoro, pero enseguida pienso: “¿Y ahora qué?”. El problema es que tengo muchas más ideas que tiempo para realizarlas.
La respuesta directa a tu pregunta es que, más que mirar atrás, lo que he hecho es enfocarme en buscar músicos jóvenes con quienes compartir. Yo mismo me beneficié de eso con Gary Burton, Jack DeJohnette y tantos otros. Ahora encontré a uno, y tenemos un disco que saldrá el próximo año; creo que es realmente excepcional.