Quiero preguntarte por Cuba, porque a veces uno siente que la Cuba contemporánea es una paradoja, un lugar inexistente, es un lugar diferente del resto de los países, como si estuviera en un lugar extraño.
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Sí, es un lugar extraño. La realidad cubana tiene una serie de peculiaridades y singularidades dentro del contexto latinoamericano, incluso dentro del contexto mundial. Eso hace complicada una posible definición de lo cubano. A mí me cuesta mucho trabajo cuando tengo que explicar cosas de Cuba fuera de la isla, porque la gente no tiene todas las referencias. Y al no tener todas las referencias, pues la gente funciona con sus prejuicios y tratan de comparar. Pero a la hora de comparar surgen determinadas incomprensiones, que pueden santificar lo que ocurre en el país o satanizarlo. Es posible, pero no siempre es justo, por eso creo que siempre hay que tener un cierto cuidado a la hora de analizar lo cubano, para entenderlo en su contexto. A veces lo complicado de esto es que ni siquiera nosotros mismos que vivimos en Cuba tenemos la capacidad de explicarlo y entenderlo
Eso también lleva a pensar en la literatura que, de alguna manera, ha servido para entender tu país...
Yo trato siempre de interrogar la realidad cubana. Yo no me siento capaz de empezar a escribir si la idea que voy a desarrollar en el texto —que sea una novela, un cuento o un ensayo— no es una idea de alguna forma provocadora e interrogativa.
Esa condición pues hace que yo mismo gane en comprensión con respecto a ella. Mi última novela, por ejemplo, Como polvo en el viento es una reflexión muy profunda sobre las razones del exilio cubano en general y de mi generación en particular. Trata incluso de la generación más joven.
La novela “El hombre que amaba a los perros” se desarrolla en medio mundo, pero parte de Cuba y regresa a Cuba. Hace una interrogación sobre cuál ha sido el destino de esa utopía socialista del siglo XX para un país como Cuba. Es decir que siempre trato de encontrar una respuesta que me explique algo de mi país.
Seguramente también de ti mismo, ¿no?
Pues sí, de alguna manera. Cuando te metes en ese mundo y creas ese mundo pues estás creando también una imagen de ti mismo.
El plan era hablar de esta frase antes de iniciar la entrevista, pero pues así pasa a veces. Que pasan las cosas por algo. Abro comillas y cito a una cita que tú citas dice: “Esto sucedió cuando sólo los muertos sonreían, / Alegres por haber hallado al fin reposo”. Es de Anna Ajmátova en el poema “Requiem”. Es una frase desgarradora.
Anna Ajmátova es una poeta rusa que fue víctima de muchísimas represiones durante el estalinismo, fue acusada de todas las cosas. Algún funcionario soviético dijo que era como una monja ramera.
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La calificó como una de las grandes poetas del siglo XX, como Mijaíl Bulgákov o Vasili Grossman. Había una política muy cruel con los creadores, que fue el resultado de la perversión de la utopía igualitaria de la que habla El hombre que amaba a los perros. Yo le pongo como punto de no retorno a esa política el asesinato de León Trotski.
Algo de eso me hace pensar un poco en el año pasado, Colombia sufrió unos momentos muy críticos. Las generaciones jóvenes se lanzaron a las calles a pedirle al Gobierno soluciones a los problemas humanitarios, de desigualdad y de hambre. Somos uno de los países más desiguales del mundo, y podríamos hasta llegar a ser el país más desigual.
Uno se estaba en medio de las calles con los jóvenes y justo se veían en las redes amigos cubanos haciendo algo parecido. Entonces me preguntaba cómo era esto: ¿qué estaba pasando en Cuba? Porque una de las problemáticas de Cuba es que nos enteramos siempre por vías muy difíciles de lo que sucede allá. ¿Qué nos puedes contar lo que estaba pasando realmente en Cuba hace 6 meses?
Escribí un artículo que circuló bastante, en el que trató de explicar por qué se llegó a esa manifestación de descontento, que cosa la engendró y por qué se produjo de esa manera. Lo titulé “Un Alarido” – no grito, no un lamento sino un alarido, mucho más desgarrador. Porque la sociedad cubana dio un alarido en ese momento.
Las consecuencias de lo que ha venido después han sido bastante lamentables. Hubo juicios en los que se han dictados condenas de 20 años y más a algunos de los participantes de esos eventos.
En esencia, lo que ocurrió fue una explosión de un cansancio histórico. Se venían sumando carencia de materiales que se había acentuado, problemas de carácter social que se habían acumulado y una falta de espacios de diálogo, que habían sido poco utilizados. A todo eso se suma un elemento que fue universal, el cansancio que había producido la pandemia. Tantos meses de limitaciones – en muchos sentidos – entonces ahí hubo un grito de desesperación de la sociedad cubana que salió a la calle.
La relación entre los individuos y el Estado y, particularmente, la relación entre individuo que escribe un libro, que piensa, que actúa, también puede ser difícil. ¿Qué piensa Leonardo Padura del Estado cubano?
Es complicado en la medida en que estamos hablando de una institución que es mucho más compleja que un Estado. La estructura política cubana identifica Estado con gobierno; y el Estado y el gobierno responden a los lineamientos del Partido Comunista. Entonces hay una dependencia estatal de una política que ya está establecida por un grupo de personas que son las que dirigen efectivamente el país desde el partido.
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El Estado cubano trata de hacer —pienso yo— las cosas del mejor modo que puede. No siempre lo logra y a veces la hace del peor modo que puede, a veces sí lo logra. Siento que a veces faltan esos espacios de confrontación y participación.
Últimamente se habla mucho de que la gente proponga y que fiscalice para que la gente tenga acceso a las decisiones. Pero esos accesos a veces tratan de decidir si hace falta una calle o no, mientras que otras decisiones quedan fuera de las posibilidades de decisión de la gente. Estas las toma el Estado a partir de esa relación de dependencia con la fuerza rectora de la sociedad cubana, que es el Partido Comunista.
¿Qué crees tú que piensa el estado cubano de Leonardo Padura?
No me lo han dicho y prefiero no saberlo. Así estamos bien.
Mira yo hago mi trabajo y mi trabajo es escribir. Siempre haciéndome una interrogación, siempre intentando entender la realidad en que vivo y esa comprensión a veces puede ser un poco complicada en términos sociales, políticos e históricos – porque también me cuestiono asuntos de carácter histórico.
El resultado es que mi presencia en los medios cubanos, por ejemplo, es muy limitada. Recientemente he salido en la televisión – una pequeña entrevista – después de 5 o 6 años sin haber salido en la televisión cubana. Eso provoca que ocurran a veces cosas tan tremendas como yo caminando por las calles de La Habana y la gente no me reconozca; pero ando por las calles de Cartagena y la gente no me deja caminar porque todo el mundo me reconoce de los periódicos y de la televisión. Es un precio que pago y es absolutamente conforme porque yo siento que mi principal necesidad es ejercitar mi libertad de creación. Si tengo que pagar un precio por esa libertad de creación lo voy a seguir pagando.
Podríamos decir que Leonardo Padura es el escritor más influyente de Cuba, pero en Cuba no lo saben.
Creo que, en Cuba, sí lo saben. Bueno, en realidad no puedo responderte esa pregunta.
No sé si el Nobel de Literatura te importa – y no sé si a mí me importa del todo, o sea es también una autocrítica – pero estoy seguro de que vas a llegar a ser Nobel.
Yo recuerdo que alguien me hizo el cuento de que Gabo estaba alguna vez aquí en Cartagena en una cafetería y la gente se asomaba a verlo. Lo veían como si fuera un monumento histórico en Colombia, en general, y en Cartagena en particular.
Mira yo creo que, si uno piensa en que va a ganar premios literarios, es paralizante. Llegan o no llegan. Los premios literarios son muy valiosos, pero dependen de muchas condiciones. A veces son de carácter político, de hacer lo políticamente correcto. Durante años muchos las mujeres prácticamente no ganaron premios literarios y ahora ves que con mucha frecuencia lo ganan mujeres. Se quiere reparar una deuda histórica. Pero esa reparación a veces no tiene en cuenta la calidad literaria de uno u otro. Creo que la literatura no tiene género. La literatura tiene escritores y esa palabra escritores es un neutro que incluye hombres y mujeres.
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Por lo tanto, no pienso en el Nobel sencillamente. Sigo haciendo mi trabajo tranquilamente.
Tal vez mi pregunta es muy odiosa como colombiano, siendo en Cartagena, en la casa de García Márquez y preguntarle a un escritor también del Caribe. La voy a hacer contando una anécdota, que quizá va a hacernos un poco de gracia: me preguntó alguien esta mañana: ¿ahí en Cuba tienen un Nobel? Yo le dije sí: García Márquez. ¿Pero cómo, si es colombiano? Y bueno eso es discutible cuando uno ve no solo el amor gigante que le tenía García Márquez a Cuba, sino también cómo la revolución y la élite cubana, incluso Fidel Castro sin lugar a duda, lo quería mucho. Entonces, ¿qué pregunta te gustaría hacerle a García Márquez?
Yo tengo una pregunta eterna a Gabo. Conversé con él dos o tres veces, presentaciones así muy muy puntuales. No tuve una conversación con Gabo. Mi pregunta sería cómo decidió él utilizar las conjugaciones verbales en el primer párrafo de Cien años de soledad. ¿En qué momento lo decidió y cómo lo decidió?
Porque creo que toda la genialidad de esa novela está incluida en ese primer párrafo. Creo que cualquier lector hispanoamericano puede repetirlo: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. ¡Date cuenta de que está poniéndonos en un tiempo futuro posible! Es un ejercicio lingüístico de utilización del tiempo verbal tan especial y creativo, a partir de ahí uno únicamente podía escribir una novela genial. Igual que Vargas Llosa después de empezar “Conversación en la catedral”, con Zavalita mirando la avenida Tacna y preguntándose en qué momento se había jodido el Perú —después de eso solamente se puede escribir una gran novela. Esa sería la pregunta que yo le haría (le hubiera hecho) a Gabo.
Sin lugar a duda cuando uno tiene a su lado un escritor, hay unas novelas que marcan más que otras a la gente. Hablé con unas 15 personas y vuelven a nombrar El hombre que amaba a los perros. Por eso es la novela que tengo en mis manos. Hace unos años hablé con la nieta de Trotski, Verónica Volkow, en Ciudad de México sobre esta novela. Nos puedes hablar de esta novela con perspectiva. ¿Qué significa hoy para ti esa novela luego de esos años?
Esta novela fue muy importante para mí en muchos sentidos. Era responder a una necesidad de toda una preocupación histórica, filosófica, social y civil que yo tenía. Fue el resultado de una acumulación de lecturas y de muchas preguntas. Vuelvo a las preguntas porque creo que son importantes. Me iba haciendo muchas preguntas a lo largo de los años que se condensaron en esa novela.
Escribirla fue un ejercicio muy complicado. Me llevó cinco años de trabajo, dps años de pura investigación y tres años de escritura en los que seguí investigando, visitando lugares, hablando con personas, tratando de entender lo que a veces no tenía manera de poder ser explicado. Al final creo que es como las concepciones, hubo un acto de fecundación y salió la novela.
La novela me ha dado muchísimas satisfacciones. Ha sido leída por muchísima gente en el mundo e incluso gente con posiciones y cargos políticas importantes me ha hablado del libro. Me han llegado comentarios por una u otra vía. Pero sobre todo muchos lectores.
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La gran satisfacción fue cuando la gente en Cuba empezó a leer la novela. Me decían que gracias a esta novela hemos podido saber cosas de nosotros mismos que ni nosotros mismos sabíamos.
Me llena mucho que se logra esa conexión con una sociedad. Me hace pensar en esa frase que usted ha dicho en una entrevista “todas las razones para irse de Cuba son válidas”.
Y todas para quedarse.
¿Cuáles son las suyas para quedarse?
Fundamentalmente yo pertenezco a Cuba y Cuba me pertenece. Cuba no es de nadie particular, es de todos y en ese todo estoy yo. Pertenezco a esa realidad, a esa cultura, a esa manera de utilizar una lengua y a esa manera de entender la vida. También a esos mitos que a veces son excesivamente locales, pero que se llenen de sentido. Puede ser el recuerdo de un jugador de béisbol del que nadie se acuerde y la conexión con ese recuerdo es una conexión cubana.
Soy un hombre que se nutre de su memoria. Creo que un novelista es un almacén de memorias y de ese almacén de memoria yo voy sacando todo lo que puedo. Lo voy reflejando en mis novelas, dando imágenes posibles de Cuba. No creo que mis imágenes de Cuba sean las únicas posibles, no creo que sean las que puedan definir completamente un país, pero estoy seguro de que son imágenes que salen de un conocimiento y sobre todo de eso que llamamos una pertenencia. Yo pertenezco a Cuba.
¿Te acuerdas de “El otoño del patriarca”? Pienso en Fidel y voy a auto plagiarme: aquí en Colombia tenemos un personaje – Álvaro Uribe – que durante 20 años ha monopolizado al paisaje político. Ha monopolizado la democracia, ha cambiado la constitución para mantenerse al poder, algo que ningún otro presidente se había atrevido. A veces cuando uno habla del otro termina hablando de sí mismo. Fidel murió. Pero esa figura en “El otoño del patriarca” es un arquetipo, es una de las genialidades de Gabo. Entonces te pregunto lo mismo, ¿qué te gustaría – si te gustaría – preguntarle o decirle a Fidel?
Tendría que pensarlo mucho porque tendría que preguntarle muchísimas cosas. Con Fidel ocurre algo muy complicado. En muchos sitios si hablas bien de Fidel quedas mal, en otros sitios si hablas mal de Fidel quedas peor y en casi todos los sitios tratas de no hablar y entonces quedas horriblemente mal. Por eso es muy difícil hablar de esa persona. Incluso hoy en día, uno de los eslóganes que existe en Cuba es ¡Fidel vive! Es decir que Fidel sigue siendo quien dicta la política cubana con su pensamiento y su manera de entender la realidad que creó a partir de sus 50 y tantos años al frente.
Es decir que era tan dictador que incluso dicta después de muerto.
Si, sigue dictando. Hay centros de estudio del pensamiento de Fidel Castro que se han hecho recientemente. Es decir que no se puede decir que Fidel Castro haya desaparecido. Al contrario, creo que sigue siendo una presencia.
¿Cuál sería la pregunta?
No lo he pensado por qué porque nunca tuve la posibilidad de hacerle una pregunta. Tendría que meditarlo para que sea una buena pregunta, si hay solo una pregunta.
Tal vez si haya leído uno de mis libros, sería una pregunta. Él era muy buen lector. No sé si los leyó.
Pues si era buen lector y quería a Cuba, seguramente le quería a su manera.Quería hablar un poco de esa otra América Latina, aparte de Cuba, cuando uno sale y viaja. Usted ha tenido la posibilidad de viajar mucho por América Latina. Existe una discusión si después del boom una América Latina existe o si eso era más una noción política, un momento determinado ideológico. ¿Cuál es esa América Latina que usted ha recorrido?
Yo creo que existe una comunidad cultural latinoamericana a partir de un proceso histórico traumático que fue la conquista de América. Esa unidad histórica no siempre se manifiesta de la misma manera en las distintas regiones. Por supuesto no fue lo mismo la conquista de México – aún que los resultados hayan sido parecidos – que la conquista del Perú o de otro territorio como fue el caso de Cuba. Pero el hecho es que hay una lengua común, hay la presencia de una religión común – fundamentalmente, aunque tanto auge de las religiones protestantes en los últimos años. Entonces cuando viajo por América Latina siempre voy encontrando rasgos distintivos, como puntos de contacto a veces físico, a veces culturales que me dan esa noción de que existe una América Latina como una unidad, pero como una unidad muy diversa.
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Cuando llego a una región como la costa colombiana y una ciudad como Cartagena me doy cuenta de que estoy muy cerca de la América Latina que yo vivo. Creo que la única ciudad más bulliciosa que La Habana, que yo conozco, es Cartagena.
A veces esos rasgos no se expresan en la cultura artística pero sí, se expresan en la cultura como expresión de vida. Hay diversidad, pero también hay unidad.
Quiero decir una cosa sobre el exilio. Yo tenía un profesor de viola que era cubano. Estudió en la Unión Soviética y terminó en Colombia enseñando música clásica. Luego tuve otro profesor cubano, él enseñaba kayak. Fue deportista olímpico de Cuba y terminó acá en Colombia enseñando deporte acuático en una ciudad de la altiplanicie de 2.600 metros sobre el mar. Por donde tú vas en América Latina, los profesores, los maestros, hay gente de Cuba. Quiero preguntarte sobre el exilio. ¿Qué se siente estar exiliado sin nunca haber salido de Cuba?
Yo no me siento de esa forma. El hecho de tener mayor o menor visibilidad pública oficial en Cuba no me hace sentir exiliado para nada. Hace una semana en La Habana estuve en una tertulia y el sitio se llenó tanto que dije a los organizadores “miren en que nadie se quite la mascarilla, pero abran la puerta para que por lo menos puedan estar en la puerta las personas”. Había muchas manifestaciones de cariño y dijeron cosas muy bonitas sobre mí. Creo que tengo unos lectores muy fieles en Cuba y esos lectores saben que yo fundamentalmente escribo para ellos. Me corresponden con mucho cariño y eso me da una enorme satisfacción.
En mi casa estoy en mi territorio, en mi barrio estoy en mi territorio, en La Habana estoy en mi ciudad. Más que un cubano soy un habanero, más que un habanero soy un mantillero —Mantillas es el nombre de mi barrio— y más que un mantillero soy un habitante de una casa que es el número 75 de la calzada de Managua, donde nací así y donde, por fortuna, tengo todavía a mi madre.
Una última pregunta tiene que ver con Colombia. Primero, como colombiano – aquí ya fuera del rol de periodista – quiero darte las gracias porque Cuba ha sido absolutamente necesaria y ayudó de una manera asombrosa en el proceso de paz. De hecho, se acordó aquí en este lugar donde estamos. Eso tiene un significado muy especial, no sólo para mí, sino para muchas personas aquí en Colombia, las cuales confiamos en ese camino. Cuba fue clave en eso. Hoy en día, donde un grupo de guerrilleros se mantiene vivo, se habla de nuevo de mantener una discusión y lograr un diálogo. Y se habla otra vez de Cuba como garante. Colombia todavía sigue siendo un país polarizado que busca un camino en paz.
¿Tienes unas palabras por Colombia?
Creo que ha sido lamentable el resultado de los hechos que han ocurrido después de esos acuerdos de paz que se firmaron hace 5 años. Lamentable que no haya habido los resultados que los acuerdos anunciaban. Colombia se merece un presente mejor y un futuro mucho mejor. Uno únicamente con paz y con la concordia necesaria para que una sociedad pueda funcionar.
No estoy pidiendo – sería incapaz de hacerlo, porque tampoco lo pediría para Cuba y no lo quisiera para Cuba a pesar de todo lo que ocurre en ahí – que todo el mundo pensara igual y que todo el mundo quisiera lo mismo. Eso sería una distopía absoluta e infame.
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Pero sí, quisiera que Colombia tuviera la posibilidad de encontrar un camino de conciliación por encima de determinadas diferencias y que se llegará a acuerdos realmente perdurables. Y quisiera que hubiera paz después de tantas décadas de enfrentamiento y de lucha fratricida en este país.
Una frase tuya que abre “El hombre que amaba los perros” dice “la vida es más ancha que la historia”. ¿Por qué escogiste esta frase?
¡La vida es más ancha que la historia! Yo creo que la historia es una narrativa en la que sintetizan determinados acontecimientos, pero que es incapaz de reflejar la intensidad, el asombro y el dramatismo de la vida.