Durante años pensamos que Boris Acosta Jaramillo, pianista, improvisador y compositor bogotano, se había desvanecido en China, donde permaneció una década. Hoy regresa con su primer álbum, Echoes of Origin, grabado en San Diego, California, ciudad en la que vive actualmente junto a su familia.
La producción de Echoes of Origin se realizó en colaboración con el sello Blue Frog. Algunos de sus temas ya están disponibles en SoundCloud, y en pocos días el álbum podrá conseguirse en formato físico —vinilo y CD—, así como en plataformas digitales como Bandcamp, Apple Music y Spotify.
En el álbum, el pianista está acompañado por Rob Thorsen en el contrabajo, Paul Nicholas Roth en el saxofón alto y Andrew Munsey en la batería: tres músicos de amplia trayectoria que dialogan con él en igualdad de nivel. El arte visual del disco estuvo a cargo de Brian Cross, alias “B+”, fotógrafo irlandés reconocido por su trabajo en el jazz y el hip hop, quien también ha colaborado con artistas colombianos.
La carrera musical de Boris ha sido amplia y diversa. Hijo de padres barranquilleros, se formó inicialmente en el Conservatorio de la Universidad Nacional y, más tarde, en Cuba, siempre impulsado por su curiosidad y avidez creativa. Posteriormente, se trasladó a Estados Unidos, donde se graduó en el Berklee College of Music y en el Queens College de Nueva York. Allí estudió con maestros como Danilo Pérez, Joanne Brackeen, George Garzone y Charlie Banacos.
Ese rigor académico pronto se proyectó en escenarios de gran prestigio. Durante su estancia en Nueva York también compuso música para producciones teatrales, consolidando así su versatilidad como compositor. Como intérprete, se ha presentado en el Blue Note Jazz Festival, el Shanghai Jazz Festival y el Busan International Performing Arts Festival. Ha colaborado con figuras como Henry Threadgill, Mark Dresser, Terell Stafford, Dick Oatts, el productor chino Yang Haisong y la vocalista Annie Chen.
Su trabajo con la Orquesta Sinfónica de Suzhou, en calidad de intérprete y arreglista, resalta aún más su capacidad para tender puentes entre el jazz y las tradiciones orquestales. Parte de estas creaciones pueden escucharse en su página web: borisacostamusic.com.
Como educador, se desempeñó como profesor asistente de piano en la Universidad de las Artes de Nanjing, en China, donde diseñó un plan de estudios de jazz centrado en el repertorio global y la diversidad cultural.
El regreso
Ahí puede estar el origen de la sensación de desaparición que rodeó a Boris: su inmersión en la vida china lo hizo difuminarse en la distancia antes de reaparecer, como un Marco Polo contemporáneo. Esa ausencia alimentó especulaciones, algunas realistas, otras fantásticas. Durante ese tiempo, al perderlo de vista y enterarnos apenas por azar de su paradero, lo imaginamos transformado en calígrafo como Shitao o incluso en un ideograma que se fundiera con el paisaje oriental. Pero no: el pianista colombiano volvió con un proyecto decisivo, esta vez en Estados Unidos.
Con este disco comparte la ilusión de un trayecto, de una identidad y de una fidelidad: la fidelidad a sí mismo. Pero también nos entrega la posibilidad de una fidelidad compartida, la nuestra hacia su arte, que se consuma al escucharlo. Al sumergirnos en cada tema, retornamos de ese viaje narrativo con nuevas pieles y paisajes. Mejor aún, regresamos sin máscara: con el sonido mestizo que lo define, el pulso del ritmo y la huella melódica que se despliega como un arabesco.
Viaje sonoro
Este álbum marca un umbral en el arco creativo del pianista. Sus ocho composiciones trazan una progresión emocional que condensa estilos diversos.
Lacar, el primer tema, fue escrito el día de la muerte de Carla Bley como homenaje, y su título invertido lleva implícita la referencia. Tiene un carácter casi religioso, oracular, como un eremita entre el desierto y la ciudad, entre la nada taoísta y la nada fecunda del asfalto urbano. Luego, la improvisación se oscurece con tintes apocalípticos.
El arco se cierra con Origin, un retorno al elemento primigenio, al ombligo de la tierra y del ser. Es un tema lírico en dos secciones: comienza con un motivo rítmico repetitivo que asciende hacia lo etéreo, queda suspendido y desciende entre resistencias gravitacionales.
Sus progresiones armónicas, de aire impresionista, evocan tanto la experimentación de Paul Motian como la meditación persistente de Paul Bley, además de la impronta espiritual de Ahmad Jamal, músico al que Boris ha admirado profundamente. El cierre ofrece reposo y serenidad, no exentos de introspección.
Entre estos dos extremos recorremos contrastes y metamorfosis. Está el motivo épico y guerrero de Fear of the Horse, con percusión densa que evoca tambores de batalla. También SandBox, con su riqueza de timbres: del lirismo inicial a la interjección callejera y caótica, pasando por el caminar vital del contrabajo, hasta volver a la intimidad del piano.
La amplitud de recursos se hace evidente en piezas como el dúo Tais-toi o en Dodo, donde confluyen técnicas de la música contemporánea y del free jazz. Allí, el piano y el ensamble ensayan un método de composición libre, con racimos tonales a la manera de Henry Cowell, armonías complejas, velocidades extremas, entropía y dispersión que terminan encontrando su forma.
Más allá del resultado
La música de Acosta encarna una visión marcada por la dialéctica entre proceso y resultado, eje central de muchas búsquedas artísticas del siglo XX. Aunque el oyente disfruta del resultado, en su caso, la balanza parece inclinarse hacia el proceso, pues la obra misma se reabsorbe en él, como ocurre en todo gran arte. No es improbable que este álbum de cuarteto concentre lo más representativo de su estilo: elegancia y riesgo, tensión y fragor, una metafísica del caos y un fraseo impredecible que abraza la asimetría.
Como un Orfeo perpetuo, el cuarteto pareció prohibirse volver la mirada atrás, limitándose a percibir apenas sus destellos, sus ecos. Ahora somos nosotros quienes tenemos el fuego, tenemos el disco y su música: los Echoes of Origin. Y esperamos, pronto, escucharlo también en vivo en Colombia, como el regreso definitivo de aquel pianista que alguna vez creímos perdido en la distancia.