“Dos metros cuadrados de piel” es un libro de poemas variados. En algunos hay nostalgia —anhelo por la seguridad amorosa del pasado, por un país (paraíso) perdido—, aunque en esto hay ambigüedad: lo materno también puede ser opresivo.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Otras piezas son homenajes a escritores y artistas, juegos literarios con textos ajenos, un sampleo de palabras que construye una voz poética sólida y voladora.
En el libro, las palabras evocan lo material: cuerpos —sensaciones físicas intensas—, espacios domésticos, dinero (en presencia o ausencia), pero todo esto ubicado en el cielo de la poesía.
Ramona de Jesús (1990) nació en Medellín y creció entre Bogotá y Mumbai. Desde 2010 vive en Alemania. Se recibió como magíster en literatura comparada por la Universidad Libre de Berlín y en escritura creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero en Buenos Aires. Ha recibido las becas de escritores otorgadas por el Gobierno de Berlín y por la Fundación Jan Michalski en Suiza. Su libro Dos metros cuadrados de piel obtuvo en Colombia el Premio Nacional de Poesía Obra Inédita. Es poeta, traductora y, sobre todo, lectora.
Uno de los poemas del libro, también publicado en la editoriales ‘Valparaíso’ de Chile y ‘Gog & Magog’ de Argentina:
no culpo al gallo de fuego chino por nuestro incendio
no veo augurios en las mellas del anillo
ni busco respuestas en los cachitos de uña que escupimos en los ceniceros
me rehúso a leer un vaticinio en ese sueño donde los gatos franqueaban laberintos y escaleras
a ser de aquellos que esperan que doce cornejas caigan muertas antes de firmar la hipoteca
todo lo humano también es divino solo porque es humano
y existe un efecto trascendente en el acto de no cruzar ciertos litorales
para que la vida no le haga golpe de estado a las palabras
o para que un verso no le haga golpe de estado al sexo
hemos de conformarnos con contemplar la iglesia en llamas desde las escaleras
no porque seamos ateos no porque no tengamos miedo
sino porque es suficiente dejar el sexo en el sexo
el horóscopo en la billetera
y en el poema los acertijos del incendio
¿Cómo fueron sus inicios en la lectura y la escritura?
Me parece interesante que me preguntes por los inicios y no por el inicio, porque para mí la escritura y la lectura no tienen un inicio único, sino múltiples. Recuerdo que, al aprender a leer, mi abuela materna me regaló una Biblia ilustrada, una experiencia que considero una iniciación, un rito de paso mediado por ella. Pero la escritura siempre está iniciándose. Publicar mis primeros poemas en revistas y leer en espacios hispanohablantes en Berlín fue otro inicio. La escritura de Dos metros cuadrados de piel también lo fue. Cada nuevo texto implica volver a empezar, enfrentarse a la escritura como si fuera la primera vez. Uno cree que la experiencia facilita, pero siempre es un nuevo comienzo.
¿Cómo surgió la idea de “Dos metros cuadrados de piel”? Cuéntenos también sobre el proceso de escritura del libro.
La idea de “Dos metros cuadrados de piel” no “surgió”. Fue un proceso que, dependiendo de cómo se mire, duró siete años o tres semanas. Desde 2012 o 2013, publicaba poemas en revistas digitales e impresas en Alemania y participaba en eventos como el Festival Internacional de Poesía de Berlín, escribiendo por necesidad, para tener algo que presentar, sin un libro en mente. Esos poemas fueron la semilla del libro. En 2019, durante tres semanas intensas, revisé cuadernos, reescribí y organicé el manuscrito, dándole una especie de orden, de vida. El título había surgido meses antes. Tras ganar el premio de poesía con la tertulia literaria, edité el texto para “Valparaíso y Gog & Magog”. La escritura es un acompañamiento de la vida, es la vida misma. En algún momento, uno decide abandonar un manuscrito, parar, desinteresarse y dejarlo ir.
¿Como poeta es más de escritura automática, por decirlo así, de dejarse llevar por la intuición, o los poemas son muy razonados, escritos con lentitud? Supongo que aborda los dos procesos, pero cuéntenos sobre esto.
El proceso de escritura es particular, definido por el material, como trabajar con madera o acero, que impone sus límites y posibilidades. En Dos metros cuadrados de piel, muchos poemas surgieron por encargo, para eventos, y se trabajaron después. Me di cuenta luego de preocupaciones como la superficialidad, la piel como superficie que revela lo interno, el lenguaje como encuentro de superficies, la página como representación de esa superficialidad. En mi segundo libro, “Manual arqueológico del hambre”, el proceso cambió. Vivo sola en un pueblo de 300 personas en Alemania –solo tengo un amigo–, y por necesidad empecé a leer poesía en alemán, como la de Friederike Mayröcker, quien murió en 2021. Sus “proemas”, mezcla entre prosa y poesía, me inspiraron. Traducía un poema suyo cada mañana y escribía uno propio, trabajando con la idea de la colección. La escritura es una búsqueda, con deriva, ensayos, errores y conflictos, enfrentando el miedo al espejo que es escribir.
En su libro se habla de lo doméstico, de lo cotidiano, de manera poética; se razona sobre esto de manera sublime. También hay bastantes referencias a lo corporal, a la materialidad que nos rodea. ¿En dónde encuentra más la poesía? ¿Qué suele inspirarla?
En “Dos metros cuadrados de piel”, lo doméstico —los objetos del hogar, de la lengua, del cotidiano y de la memoria— es central, una extensión del lenguaje, una forma de habitarlo. El libro se escribió bajo un sentimiento de inanición y hambre, tras una década en Alemania, aislada, alejada del español de Colombia. Sentía que mi español era una memoria, una invención, una lengua anoréxica. Escribir fue defender ese español, hacer vibrar y llevar al máximo límite de expresión las pocas palabras que conocía. El cuerpo hambriento, la casa precarizada, donde hay poco y con lo poco se hace lo máximo, se confunden con la lengua y la página. El libro fue un laboratorio para mapear mi biblioteca emocional y los objetos que la habitan.
La poesía en general ha abordado temas como la nostalgia, la ausencia de lo amado, la melancolía. Su poesía me transmitió nostalgia, imágenes bellas sobre la ausencia, amores del pasado, soledad.
La escritura de “Dos metros cuadrados de piel” estuvo acompañada de sentimientos de despojo, de haber perdido una casa y una lengua, trabajando con los escombros de un lugar que ya no existe. Con esos escombros, en ese lenguaje de lo escaso, de lo que llamé una lengua anoréxica, intenté hacerme un lugar donde pasar la noche. No es solo nostalgia o soledad, sino una observación de los trozos de memoria tras perder el centro, la casa, el origen. El libro invoca esa destrucción desde el inicio, celebrando la intemperie del sujeto poético. La casa o la lengua materna pueden ser bondadosas, pero también oprimen.
En el libro hay varios poemas en los que juega con obras de otros. Háblanos de esta especie de sampleo, reescritura a su manera o simplemente homenajes a artistas que le gustan.
Me gusta la palabra sampleo por su relación con la música, hermana y espejo de la poesía. Al escribir, busco una música. El libro está armado como un álbum musical, con series de poemas —cartas, consideraciones, estudios, reflexiones sobre el poema mismo, o la voz poética mirando su cuenta bancaria— que se intercalan, generando un ritmo, un concierto o desconcierto. El sampleo, como collage, integra episodios del cine, las artes visuales y la literatura, dialogando con la tradición para traducirla a una lengua propia, famélica, traicionándola para crearla. Es una trama musical, llevando al lector de un lugar emocional a otro.
¿Qué poetas y artistas son los que más la han influenciado?
Antes que escribir, leo. Soy ecléctica, leo según lo que investigo. Para Dos metros cuadrados de piel, leía poetas jóvenes en ediciones artesanales de América Latina y España, conseguidos en Berlín durante años de precariedad, de hambre. No me alcanzaba para comprar muchos libros, y era difícil encontrar textos en español. Esos libros nutrieron el libro, que tiene un tono punk, de “hazlo tú mismo”. Escribía poemas para lecturas, corrigiéndolos en voz alta en eventos. Ahora, trabajando en una enciclopedia del deseo, me atraen enciclopedias, diccionarios y libros temáticos. La lectura es lo que más me interesa de escribir.
Háblenos de su experiencia en Berlín, un poco de su experiencia académica en el exterior como colombiana. ¿Cómo ve actualmente el país desde allí?
Es muy difícil hablar de Colombia. Llevo 15 o 16 años viviendo en Alemania. Me fui de Colombia a los 15 años con una beca para terminar el bachillerato en la India, y un par de años después, por razones políticas, mis padres y mi hermana también salieron de Colombia y viven en Australia. Todo lo que tengo de Colombia parece que ya no existiera. Me quedan los restos de una lengua, las marcas de esa lengua, los temblores, sus caídas, sus declinaciones en la segunda lengua, el alemán. Es difícil hablar de lo que ya no se conoce o de lo que, para conocer, hay que inventarlo.
Me veo como alguien que necesita estar alejada de los centros para poder pensar. Cuando salí de Berlín hace un par de años y me fui a vivir al campo, a una aldea de 300 personas en Alemania, lo hice porque el mundo se me volvió demasiado conocido, demasiado habitado por otros. Necesitaba salir, buscar una forma de silencio, pintar una cosa imposible y fantasiosa: pintar una barrera entre el yo y el otro, reconocer unos límites personales.
Estar afuera de Colombia me genera sentimientos contradictorios, un gran dolor, el de saber que ya no se pertenece. Eso es algo que genera la migración: la imposibilidad de pertenecer a uno y otro espacio al mismo tiempo, ese estar entre lugares, entre lenguas. Imagino que eso brinda una especie de hibridez, de contaminación, de desfachatez y descaro que, a la hora de escribir, puede ser productivo.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖