El día después de haber terminado de escribir “La condena”, Kafka le leyó a sus hermanas el texto. Pocas horas más tarde hizo lo mismo con sus amigos, en la casa de Oskar Baum, y dijo, entre otras cosas que: “Hacia el final pasaba mi mano por delante de la cara verdaderamente sin control”, y que “La indubitabilidad de la historia quedó confirmada”. Pasados 15 días, se la mostró a Max Brod para que la publicara en Arkadia, su anuario, y unas cuantas semanas después hizo una lectura ante los integrantes de la “Sociedad Herder”. En un pie de página de su libro “Los secretos de Kafka”, Guillermo Sánchez Trujillo escribió que “este entusiasmo con que Kafka acogió ‘La condena’ contrasta con el desconcierto de la crítica frente a la historia, pues el relato parecía autorizar mil claves igualmente plausibles sin darle validez a ninguna”.
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Al final de su comentario, Sánchez habló de algunas especulaciones según las cuales “La condena” estaba repleta de códigos que revelaban sus fantasías homosexuales. Más allá de las hipótesis que irían apareciendo con los años y los estudios, Kafka mostró un claro interés en aclararle a Felice Bauer que pese a que se lo había dedicado, “A la señorita Felice B”, el cuento no tenía mayor relación con ella. En una carta de finales de octubre de 1912, le escribió: “Aparecerá, publicado por Rowohlt en Leipzig, lo más tarde esta primavera, un almanaque de poesía que edita Max. Contendrá un cuento mío, ‘La condena’, con la siguiente dedicatoria: ‘A la señorita Felice B’”. Más abajo, le decía que sólo esperaba que el relato estuviera a su altura, que fuera digno de su ser.
Le aclaraba que esa era la única relación del texto con ella, y la explicaba que luego de haberlo escrito se había dado cuenta de que las iniciales de la protagonista, Frieda Brandenfeld, eran las de su nombre, Felice Bauer. En otra carta, fechada el 2 de junio de 1913, le preguntaba si había descubierto algún sentido en “La condena” pues él no lo encontraba, y más adelante le decía que había muchas cosas extrañas en el texto, y continuaba con su extensa enumeración de las similitudes entre los nombres de los personajes y ellos, y su significado. Que Georg tenía cuatro letras, igual que Franz, y que las vocales de los dos nombres ocupaban el mismo lugar. Que el nombre de Friede estaba compuesto por seis letras, el mismo número que el de Felice, y que comenzaba con la misma letra, F.
“¿Llegas a descubrir algún sentido en ‘La condena’, quiero decir algún sentido homogéneo, coherente, que el lector pueda seguir? Yo no lo encuentro, y tampoco puedo explicarlo. Sin embargo, hay en la obra muchas cosas extrañas. ¡Fíjate por ejemplo en los nombres! La obra fue escrita en un momento en el que ya te conocía y el mundo había crecido para mí gracias a tu presencia, pero en el que todavía no te había escrito. Y mira por dónde. Franz tiene tantas letras como Franz…”. Para varios estudiosos de la obra de Kafka y de su vida, entre ellos Sánchez Trujillo, tanto el relato como las sucesivas cartas que le mandó en aquella época a Felice Bauer querían decir que la historia de “La condena” era la historia de los dos, “por lo tanto, el matrimonio entre ellos era un imposible”.
Dos semanas más tarde, Kafka le preguntó si aún quería ser su esposa. Felice Bauer le respondió que sí. Luego de un mes, y siguiendo el texto de Sánchez Trujillo, comenzó a “darle vueltas a ‘El proceso’ con una idea que se vislumbra en la entrada del Diario del 21 de julio de 1913”. Por vez primera entre sus apuntes surgían Fédor Dostoievski, “Crimen y castigo” y sus personajes. “El apunte es una extensa reflexión sobre las consecuencias de su posible boda con Felice -los pros y los contra-, y aparece ‘un viejo solterón’ -un tal Josef Kiemann’-, ascendiente directo de nuestro Joseph K; y se inician los fragmentos sobre ‘el estudiante -léase Raskolnikov-, por los que desfilan una serie de personajes buscando su lugar en la novela”. Pasadas tres semanas, Kafka le envió otra carta a Felice Bauer, fechada el 12 de agosto de 1913.
Estaba convencido de que sería la última, pero al día siguiente le llegaron tres cartas que hicieron más larga la agonía. Respondió dos. Una, al padre de Felice, y otra a ella. Al padre le habló de su empleo y le explicó que lo consideraba una pesadilla. A su prometida le contó por qué le parecían absurdas las conclusiones que un grafólogo había sacado sobre su letra, entre las que subrayaba su decisión, su bondad y sensualidad, y el interés que tenía por el arte, “la afirmación más falsa de entre todo este conjunto de falsedades”, escribió. “Yo no tengo interés alguno por la literatura -afirmó-, lo que ocurre es que consisto en literatura, no soy ninguna otra cosa ni puedo serlo”. Con sus afirmaciones, quería hacerle ver tanto a Felice Bauer como a su padre que jamás podría ser un esposo cabal.
“Todo lo que no es literatura me aburre y lo odio, pues me molesta o estorba, aunque sólo sea en mi imaginación. De ahí que carezca de todo sentido de la vida familiar, como no sea el de la observación. Sensación de parentesco no tengo ninguna, y cualquier visita me parece un castigo dirigido expresamente contra mí. Un matrimonio no podría cambiarme, de igual forma que mi empleo no puede cambiarme”, anotó en su Diario, para escribirle luego a su prometida que “Lo que te aguarda no es la vida de esa feliz pareja a la que ves pasar por delante de tus ojos en Westerland, no es la animada charla a la que se entregan dos seres que marchan cogidos del brazo, es una vida claustral al lado de un hombre malhumorado, triste, taciturno, insatisfecho, enfermizo, el cual -cosa que te parecerá un desvarío- se halla encadenado por cadenas invisibles a una invisible literatura (…) ”.
Al final de su misiva, afirmó que era un hombre que gritaba cuando alguien se le acercaba pues le tocaba aquellas cadenas, y luego de una semana le envió otra carta al señor Bauer para dejarle muy en claro que “la totalidad de mi ser se orienta hacia el hecho literario, hasta cumplir 30 años he venido manteniendo rigurosamente dicha orientación; si la abandonara dejaría de vivir. Todo cuanto soy y no soy se deriva de este hecho. Soy taciturno, insociable, hosco, egoísta, hipocondríaco y auténticamente enfermizo. En el fondo no lamento nada de esto, es el reflejo terrenal de una necesidad superior”. Pese a todo lo que decía Kafka y a sus reiteradas insinuaciones para que rompieran su compromiso, Felice Bauer seguía convencida de que se iba a casar con ella y había decidido soportarlo, en las buenas y en las malas.
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