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Los tartamudos son los brujos por excelencia

El 22 de octubre se dedica a la concientización sobre la tartamudez. Esta es una sensación de ahogo. Los labios no se juntan, la lengua se rebela, la respiración no entra y sale como debería, la palabra se agarra de la mente como queriendo enquistarse. Los tartamudos hemos aprendido a evolucionar a anfibios y a adquirir habilidades como si fuéramos brujos para poder vivir entre nuestros iguales.

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Juliana Vargas Leal
22 de octubre de 2025 - 03:00 p. m.
Cada 22 de octubre se conmemora el Día de la Concientización sobre la Tartamudez.
Cada 22 de octubre se conmemora el Día de la Concientización sobre la Tartamudez.
Foto: Pexels
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Es extraño, pues las sílabas están presentes en la cabeza. “Ne-ce-si-to”, “ce-si-to”, “si-to”. Sin embargo, no salen. La boca no se abre, la lengua no logra manejarse como debería. La tartamudez no es análoga a la falta de aire, en cambio, es sentir cómo el océano te engulle. Vas cayendo por entre el agua, con cada vez más peso sobre el cuerpo. “Pa-pa-paaa-pá”, “ma-mmm-má”. Los labios no se juntan, ay, la tartamudez es una infancia estancada, y mientras el cuerpo crece, va naciendo el objeto de la burla, el adulto-niño que no habla.

Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico no era “Claudio el fuerte” o “Claudio el sabio”. De seguro, Claudio habría preferido “Claudio el cruel” a “Claudio el tartamudo” o “Cla-Claudio”; pero los tartamudos primero tienen que aprender a respirar bajo el agua, a sacar escamas y branquias. Mientras tanto, tienen que aguantar los motes y los huesos de aceituna lanzados a través de la mesa.

El adulto-niño tarda en madurar. “Terri-terri-territorio”, “pppp-profesor”. “Inseguridad”, “autoestima”, “indignidad”. Mientras los tartamudos aprenden a vivir como anfibios, se esconden detrás de las letras que no logran atrapar. Cla-Claudio es un hombre culto y erudito, aunque sus obras históricas no hayan llegado hasta nosotros. Claudio el tartamudo es marginado del poder y, sobre todo, del espacio público en el cual, según la perspectiva de la época, los hombres alcanzaban su humanidad plena al aparecer; pero Claudio no aparece ante los demás, es escondido como si no fuera humano, sino un monstruo anfibio que se ahoga de a ratos, respira de a ratos, sobrevive de a ratos.

Nadie se fija en un monstruo a menos que salga de debajo de la cama. “Calí-Calíiii-gula”, “empera-emperador”. Mientras sea un marginado, el monstruo seguirá creyendo que no tiene por qué salir a la luz, por qué reclamar su humanidad, por qué tratar de ser un igual. Hasta no ser reconocido, el monstruo seguirá siendo monstruo, un monstruo escondido detrás de una cortina luego de que su sobrino y su familia fueran masacrados por la Guardia Pretoriana. El monstruo, el adulto-niño, el anfibio tiene que intentar nadar hacia arriba, hacia la luz, hacia el aire que siempre está persiguiendo. Tiene que aparecer para que, al final, le sea reconocida su humanidad. Cuando un pretoriano lo sacó temblando de detrás de una cortina, fue que Cla-Claudio se transformó en un emperador romano capaz y eficaz, cuyo gobierno se caracterizó por la prosperidad administrativa y la conquista de Britania.

La vida de un tartamudo, entonces, gira en torno al deseo de aparecer en el espacio público. Cómo aparecer sin un discurso al cual aferrarse es la pregunta existencial de todo tartamudo. Nos ahogamos en las sílabas, en el aire que tomamos y no sacamos, en los labios que se pegan como cadenas, en la lengua que no nos obedece. Una persona ahogada es una persona muerta. Una persona muerta no tiene necesidad de aparecer. Cómo reclamar nuestra humanidad ante los demás si no es en el espacio público.

Pero los tartamudos también somos los zurdos por excelencia; entonces, somos asimismo los brujos por excelencia. Ya sea con un cuerpo llevado hasta el entrenamiento extremo, la erudición más profunda, el sentido de la política más singular, los tartamudos nos hacemos escuchar desde el océano que nosotros mismos hemos creado. Llegar a ser iguales requiere de un esfuerzo heroico, propio de los locos que creen poder vivir bajo el agua o hacer magia a escondidas del inquisidor.

Somos los brujos que a punta de ahogos y desahogos logramos dominar el agua y dejamos que fluya por entre pulmones, alma y corazón. Una persona ahogada es una persona muerta, excepto para aquel que se detiene en una sílaba, salta a la otra y vive en la repetición de las letras. En la repetición no hay finales ni muertes.

Los tartamudos somos los zurdos por excelencia; entonces, asimismo los brujos por excelencia; entonces, somos los conquistadores por excelencia. Si el emperador Claudio conquistó Britania, los tartamudos se han conquistado a sí mismos para aparecer en el espacio público junto a los demás como iguales.

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