A pesar de que “La vorágine” es reconocida como una de las obras más importantes de nuestra literatura nacional, hay mucho que todavía no sabemos sobre su autor. Solo el profesor chileno Eduardo Neale-Silva se ha aventurado a escribir un libro al respecto: “Horizonte humano: vida de José Eustasio Rivera” (Fondo de Cultura Económica de México), la única biografía que existe sobre este escritor. Para lograrlo utilizó un amplio archivo que incluye cartas con personas cercanas a él, fotografías de varios momentos de su vida, documentos oficiales e incluso manuscritos anotados de algunas de sus obras literarias. Sin embargo, durante más de 35 años, estos documentos quedaron a la deriva.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
El misterio del archivo intrigó a muchos de los interesados en la obra de este escritor colombiano. Quienes habían leído a Neale-Silva intuían que todos los documentos a los que hacía referencia en su libro debían estar guardados en algún lugar, pero nadie sabía dónde. El año pasado, a propósito del primer centenario de “La vorágine”, dos hombres se pusieron a la tarea de resolver el enigma. Isaías Peña, uno de los investigadores que más se ha dedicado a José Eustasio Rivera y autor del estudio biográfico sobre él incluido en la Biblioteca Vorágine del Ministerio de las Culturas, y Diego Bustos, escritor y profesor de literatura en Rockford University (Illinois, EE. UU.), coincidieron por casualidad una tarde de julio de 2024, y pronto su pasión por este escritor puso en marcha el proyecto.
“Fue algo azaroso. Yo estaba almorzando con unos amigos en una pescadería del centro —en ese entonces vivía en Arizona— y coincidencialmente llegó Isaías con otras personas que conocíamos desde hacía mucho tiempo. Juntamos mesas y la conversación inevitablemente terminó en José Eustasio Rivera. Fue ahí cuando él me comentó que la colección de Neale-Silva debía estar en Madison, en la Universidad de Wisconsin, porque había trabajado mucho tiempo allí”, relató Bustos. Así comenzó el proyecto que pondría fin al enigma del archivo del biógrafo y que los investigadores reconstruyeron para este diario de la siguiente manera.
El camino hacia el archivo
Hasta el momento los riveristas que quisieran saber más del autor únicamente tenían acceso a la biografía de 1960, escrita por el académico chileno. Si deseaban emprender una investigación por su cuenta, la tarea era complicada, pues el material era escaso y, sobre todo, no contaban con una ventaja que sí tuvo el biógrafo. A pesar de haber iniciado su investigación en la década de 1940, cuando el escritor ya había fallecido, Neale-Silva tuvo la oportunidad de entrevistar a muchas personas cercanas a José Eustasio Rivera, incluidas sus hermanas y algunos amigos íntimos.
Además, complementó su investigación con todo tipo de documentos que fue compilando en un gran archivo. Esa fue la base de “Horizonte humano”, un libro que, en palabras de los investigadores, representa un inmenso “trabajo de indagación de fuentes documentales, orales y escritas, artículos de prensa, crónicas y entrevistas, un ingente trabajo de campo (en parte financiado por una beca de la Fundación Guggenheim, de Nueva York, que Neale-Silva ganó en 1941), cuyo resultado es un texto de más de 500 páginas que intenta agotar a su personaje”.
Sin embargo, tras la publicación del libro, el mundo perdió el rastro de esos documentos, y el panorama se oscureció aún más cuando Neale-Silva falleció en 1989. Aunque se suponía que el archivo quedaría como parte del acervo documental de la Universidad de Wisconsin, donde el chileno trabajó durante más de 50 años, las circunstancias entre el académico y la institución llevaron a que todo terminara en manos privadas. Durante años las cajas que contenían estos documentos pasaron de mano en mano hasta llegar a Lucy Ghastin, quien había trabajado como secretaria de Neale-Silva durante los últimos 10 años de su vida.
Bustos y Peña lograron conseguir una beca de la biblioteca de la Universidad de Wisconsin, y con ella el primero pudo viajar a Estados Unidos a reunirse con Ghastin. Ella le contó qué había pasado con el archivo. “Fue ella quien le entregó los documentos a la universidad en esta última etapa. No obstante, no fue quien los recibió originalmente. Después de la muerte de Neale-Silva los papeles fueron transferidos a una pareja amiga de él, y allí comenzó una odisea que terminó en el garaje de ella en Madison, Wisconsin”, contó Bustos. Mientras tanto, los investigadores también estuvieron en contacto con la universidad, que les informó que sí habían dado con las cajas, pero que no estaban en la biblioteca, sino en la Oficina de Archivos.
Fue entonces cuando pudieron destaparlas, y lo que encontraron superó sus expectativas. Estaba la partida de bautismo que confirmaba la fecha de nacimiento de Rivera en 1888 y no en 1889, como algunos creían. Estaba la última fotografía que le tomaron en vida, cuando acompañó el primer vuelo con ruta desde Nueva York hasta Bogotá, en 1928. Estaba la correspondencia que Neale-Silva había mantenido con personas cercanas a Rivera, que incluía un testimonio del abogado Policarpo Neira Martínez, quien afirmaba haber sido el que le dio la idea de titular su gran obra “La vorágine”. Y así, uno a uno, fueron hallando pequeños fragmentos que iban completando el rompecabezas, hasta entonces incompleto, de este escritor.
Desde entonces han comenzado los esfuerzos por clasificar y digitalizar este archivo, que no solo incluye documentos de José Eustasio Rivera, sino también de otras investigaciones adelantadas por Neale-Silva, como la del escritor peruano César Vallejo. Sin embargo, hasta ahora solo han logrado avanzar con aproximadamente el 40 % de los documentos, y la falta de recursos —agravada por los recortes a la academia y la cultura impulsados por el gobierno de Donald Trump— ha hecho que la tarea sea mucho más complicada.
Lo nuevo y lo que falta por descubrir
Para los investigadores, se trata de un legado invaluable que revela nuevas facetas del autor. “Están los originales de muchos textos de Rivera, como el ensayo sobre teatro que hizo y numerosos poemas. También hay un facsimilar de la tercera edición de ‘La vorágine’, entre muchas otras cosas”, detalló Peña. Aunque la clave está en descubrir nuevas capas de quién fue como persona, pues se trata de un hombre que, en sus 40 años de vida, fue mucho más que un escritor.
“La vida de Rivera es más angustiosa, más importante y está llena de más expectativa incluso que ‘La vorágine’. Es una película de un hombre que recorrió el mundo sin descanso, pasando por todas las circunstancias de la ciudad, de la selva, de los ríos, de los mares y las capitales, Bogotá y Nueva York, adonde se fue a hacer todo lo que no había podido acá”, afirmó Peña. Por eso, para ellos, es clave que estos documentos se conozcan, pues, a pesar de que ya se ubicaron, hace falta un gran trabajo para que trasciendan las fronteras y lleguen a manos de nuevos investigadores que quieran contar la vida del escritor.
Actualmente, quien desee consultar el archivo puede hacerlo directamente en la Universidad de Wisconsin, en Madison, pero el trabajo de Peña y Bustos está enfocado en que esto pueda ser consultado en cualquier parte del mundo. Para lograrlo es necesario un estudio pormenorizado de lo que contiene cada una de las cajas. “Ahora el gran reto para colombianistas y colombianos es ese: poner esa colección a disposición de cualquiera. Pero para hacerlo necesitamos fondos. Quisiera estar equivocado, pero me atrevería a decir que la beca que nos otorgaron fue tal vez la última que va a ser utilizada para el estudio de esta colección. Entonces es necesario recabar algunos fondos para al menos digitalizar lo concerniente a Rivera”, concluyó Bustos.