Cuando aún estaba en el colegio, Yolanda Ruiz formó parte de un grupo de teatro en el que hizo un trabajo con habitantes de calle. Esa experiencia marcó el rumbo de su carrera y la indujo a perseguir una vida de historias, aunque en principio pensó que estarían en los libros en lugar de los periódicos, la televisión y la radio. “Estudié periodismo porque quería ser escritora, aunque mi primer libro lo publiqué hace apenas cinco años, así que me demoré un poco en llegar (...), pero quería narrar esas otras historias que no se contaban”, afirmó durante esta entrevista para El Espectador.
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Fue bajo esa convicción, de abrir su micrófono a los desvalidos, que comenzó su camino en esta profesión hace 40 años. Y fue la rigurosidad de su trabajo y la capacidad de mantenerse firme en sus convicciones lo que la llevó a que esta semana le fuera otorgado el Gran Premio a la Vida y Obra de una periodista en la quincuagésima edición del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. En esta conversación reflexionó sobre algunos de los puntos que todavía le dan vueltas en la cabeza después de todo este tiempo y contó qué es lo que, para ella, hace falta para que la conversación sobre nuestro oficio avance.
¿Cuál fue su reacción al enterarse de que había ganado el Gran Premio a la Vida y Obra de una periodista?
Fue sorpresivo para mí. No lo esperaba bajo ninguna circunstancia. Había enviado un material a concursar en el premio y, cuando me llamaron, pensé que tenía que ver con eso. Después vino una sensación de estar un poco abrumada, porque el premio Simón Bolívar tiene mucho prestigio en el gremio. Cuando te dicen que te otorgan el reconocimiento a Vida y Obra, es como valorar el trabajo que has hecho durante tanto tiempo, y por eso también me sentí abrumada, porque considero que aún me faltan cosas por recorrer. Creo que en este oficio nunca se termina de aprender y siempre se pueden hacer las cosas mejor. Pero, al mismo tiempo, me pareció muy bonito; me sentí bien. Al final, fue una mezcla de ansiedad, felicidad, satisfacción…
En su discurso habló de lo mucho que le preocupaba la proliferación de periodistas más interesados en los clics que en la verdad. ¿Cómo describiría ese panorama?
Dije eso, y también comenté que el periodismo hoy se ha acostumbrado a pensar en blanco y negro. Entonces, mucha gente condena las redes sociales y la era digital porque “allí no se hacen bien las cosas”, como si el buen periodismo fuera solo el de antes. Estoy convencida de que las herramientas —todas, y particularmente las de la era digital— hay que usarlas, pero en beneficio del buen periodismo. No rechazo ni las redes sociales, ni la inteligencia artificial, ni nada de esto. Simplemente creo que los periodistas no podemos rendirnos a unas reglas que buscan, con frecuencia, generar viralidad en el contenido. Cuando ajustas tu trabajo únicamente para conseguir más clics, más movimiento, más vistas, ahí aparece un peligro enorme. El periodismo no solo debe ofrecer lo que la gente quiere ver, sino lo que la sociedad necesita ver.
Aun así, es ineludible el hecho de que nuestro trabajo como periodistas muchas veces se mide bajo esos números...
Allí está el riesgo: que los resultados se midan exclusivamente en términos de clics, porque eso deforma completamente el trabajo. Se terminan incluso generando falsos positivos, porque uno puede no tener contenidos de calidad, puede no estar cumpliendo su tarea en la sociedad, pero recibe aplausos por hacer un titular viral. “Ay, pero, ¿qué pasa si eso está sacado de contexto?”, podríamos preguntarnos y la respuesta sería que no importa, porque trae clics. Ese es un riesgo inmenso. Por eso digo que no se trata de desconocer cómo funciona el universo digital. Claro que hay que conocerlo y saber cómo se mueven las audiencias. Pero lo que no puedes hacer es sacrificar la calidad del periodismo para que esa audiencia te dé más tráfico, más clics, más métricas. No se puede. Hay que encontrar un equilibrio entre hacer bien el trabajo y producir contenidos que las audiencias consideren atractivos para leer, ver o escuchar.
En medio de ese panorama tan complejo en el que los periodistas no podemos desapegarnos del todo de las lógicas del mercado, pero debemos seguir luchando para que eso no sea lo que dicte lo que contamos y lo que no, ¿a qué diría que debemos aferrarnos para no deformar nuestra profesión?
Alguna vez publiqué un video con lo que llamé un “Kit ético de emergencia”, donde expuse las que creo son las bases sobre las cuales uno tiene que trabajar. Lo primero: no mentir. No mentir deliberadamente, no inventarse cosas, no tergiversar. No sacar nada de contexto, que es quizá lo más difícil hoy y lo que más está ocurriendo. También hay que contrastar las fuentes y dudar de todas. No conozco la primera fuente que filtre una información sin tener algún interés detrás. Siempre hay un propósito, y uno como periodista debe dudar de eso, porque eso es lo que lleva a confirmar, verificar y contrastar la información. Además, cuando informamos, debemos hacerlo con contexto. Lo dije en mi discurso: un dato, por verídico que sea, sacado de contexto puede desinformar. Tampoco debemos dañar deliberadamente. A veces las informaciones que damos causan daño, y una cosa es hacerlo sin saber —porque una fuente nos engañó y a pesar de que verificamos de varias maneras lo que dijo resultó siendo falso—, pero otra muy distinta es equivocarse en la debida diligencia y causar un daño por no haber hecho bien el trabajo. Esas son algunas de las herramientas que expuse en ese “kit de emergencia”, pero la ética tiene muchos matices y depende del contexto. Cuando trabajé en el consultorio ético de la Fundación Gabo recibía muchas preguntas sobre si estaba bien o no hacer tal o cual cosa, y siempre decía: lo ideal es esto, pero en el contexto pueden pasar muchas cosas. La ética exige mirar todas esas aristas y mantener siempre la pregunta sobre lo que es correcto.
La clave entonces estaría en el examen constante, ¿no? En asumir que no hay respuestas absolutas en muchos casos sobre lo que se debe y no se debe hacer...
Mira, todo el que diga “nunca” o “siempre” tiene problemas. Por eso, cuando hablo del Kit de emergencia, allí están solo unos mínimos. A partir de ahí, indicaciones como “no publiques videos de violencia”, “no muestres a niños” o “no escribas adjetivos” dependen. Algunas de las imágenes más crudas que ha producido el periodismo han servido para que el mundo entienda la dimensión de una tragedia: la niña corriendo en Vietnam, desnuda, víctima del napalm, sacudió al mundo y permitió comprender lo que estaba pasando. Bajo un manual del “nunca” eso estaría prohibido, pero esa fotografía en particular fue histórica porque puso en evidencia lo que decenas y decenas de cuartillas no habrían podido contar. Ahora bien, el problema surge cuando se convierte en moda: aparece la historia de un niño abusado, genera impacto y, de pronto, 200 periodistas creen que deben hacer crónicas de lo mismo; ahí empiezan los problemas. Definitivamente depende del contexto: hay que ir analizando cada paso con rigor y responsabilidad.
En un mundo en el que se ha priorizado sobre todo el trabajo de los influenciadores, ¿cree que se ha perdido de vista el valor social de un periodista?
Sí creo que tiende a ser menos visible. Hay reporteros que hacen su tarea en circunstancias muy difíciles, pero eso poco se visibiliza. En cambio, todo el tiempo vemos periodismo que no es tan riguroso, porque se somete a las normas del algoritmo y a esa lógica de circular a cualquier costo. Ahora, algunos periodistas son influenciadores y ejercen el periodismo desde esa condición, y está bien. No pasa nada con que un periodista sea influenciador, siempre y cuando haga bien su trabajo. A mí no me parece que sea lo uno o lo otro. Ese pensamiento en blanco y negro le ha hecho mucho daño a la sociedad: o eres un periodista serio o eres un influenciador. No. Puedes ser un periodista serio y también ser influenciador. Lo que no puedes es sacrificar la calidad del trabajo periodístico por unas métricas.
Usted misma lo ejerce así hoy en día...
Sí, tengo un pódcast que nació en redes sociales, que hacemos con María Elvira, con el rigor que aprendimos ella en 50 años de oficio y yo en 40. Y hoy la gente nos dice que somos influenciadoras en temas de vejez y menopausia, y seguramente sí, pero lo hacemos con cuidado, resistiendo las tentaciones de perseguir métricas o patrocinios a cualquier precio. Ahora, también está el otro lado, y es que no todo influencer es periodista. En redes sociales cualquiera puede publicar, pero solo el buen periodista puede confirmar, contrastar, dar contexto y ofrecer certezas. Cuando el periodista abandona eso, empieza a perder el norte. Por eso insisto en que el problema no es la herramienta. Las redes sociales no son un enemigo; el problema es lo que hacemos con ellas. ¿Cómo las usamos? ¿Para qué?
¿Qué cree que nos hace falta analizar para poder entender a profundidad este panorama y, por ende, aprender a movernos en él?
El buen periodismo no depende solo de los periodistas. Depende también de los dueños de los medios, de los anunciantes, de los vendedores de pauta y de las audiencias. Si un anunciante solo busca métricas, sin importar cómo se consigan, eso afecta al oficio. Si la sociedad no se pregunta qué periodismo está construyendo, es muy difícil mejorar. Eso implica, por ejemplo, que hay que interpelar también a los creadores de algoritmos. En una conversación con unos jóvenes se burlaron de mí porque decían que les parecía absurdo que planteara meter en la discusión a las multinacionales digitales, pero hay que hacerlo. Son ellos los que están contribuyendo a que se haga mucho más visible el mal periodismo que el buen periodismo. Que el problema de la calidad de los contenidos es del gremio, sin duda, pero esto tiene que ver con la sociedad. Estamos viviendo una crisis democrática global y debemos preguntarnos qué liderazgos estamos promoviendo desde los medios y desde las redes sociales. Y, mientras tanto, nosotros los periodistas debemos seguirnos preguntando: ¿qué estamos contando? ¿Cómo cubrimos campañas políticas o genocidios? No se trata de titular para que el SEO funcione mejor. Se trata de preguntarnos qué estamos haciendo. La etapa que vivimos es muy compleja, y lo más fácil es decir que la culpa es de otros. Pero como periodistas, que cumplimos una función de servicio público, tenemos la obligación de interpelarnos a nosotros mismos. Si no lo hacemos, estamos mal.