La vida de Falcao a través de los Mundiales

Así se forjó su sueño de disputar una Copa del Mundo. Desde 1986 hasta 2014 los vivió a la distancia. Este martes, desde las 7:00 a.m. (por el Gol Caracol) jugará el primero.

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Luis Guillermo Montenegro - Enviado especial a Rusia
18 de junio de 2018 - 11:00 p. m.
Radamel Falcao García cumplirá hoy su sueño de jugar un Mundial, y Colombia celebra con él.  / AFP
Radamel Falcao García cumplirá hoy su sueño de jugar un Mundial, y Colombia celebra con él. / AFP
Foto: AFP - LUIS ACOSTA
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Cuando el presidente de Colombia, Belisario Betancur, anunció que el país se abstendría de organizar el Mundial de Fútbol de 1986 por falta de recursos económicos para cumplir con el número de estadios requeridos, en la familia García Zárate hubo lamento. Eran futboleros. Mientras que Radamel hacía parte del Unión Magdalena de Santa Marta, Juana Carmenza era apasionada por este deporte. Oía partidos por radio y cada vez que su esposo jugaba, lo acompañaba a la cancha. No hubo otra opción que disfrutar por televisión la Copa del Mundo en México 1986. (Puede leer: Los hombres detrás de la selección de Colombia en Rusia 2018)

El 31 de mayo de ese año, cuando se jugó el primer partido entre Bulgaria e Italia, Falcao tenía cuatro meses de nacido. De esos días no quedan recuerdos ni memorias en su cabeza. Sin embargo, sí en la de su madre, quien no se perdió detalles de ese certamen que terminó ganando Argentina, a pesar de tener que estar más pendiente del cuidado de su pequeño hijo que del televisor. “En la casa le hacíamos mucha fuerza a Brasil. Radamel admiraba el estilo de juego de ellos y por eso intentábamos ver todos sus juegos”.

Claro que lo de Maradona en esa Copa del Mundo cautivó hasta a los amantes de la selección brasileña. Con el título de los argentinos, el 10 se metió en el corazón de los García Zárate. Por eso cuando Falcao creció un poco y apenas lograba caminar, su papá le regaló un uniforme de Argentina con el 10 de Maradona en la espalda. “Ahí va Maradonita”, decían con acento costeño los samarios que lo veían en brazos de su madre o caminando con torpeza por la inestabilidad de sus piernas. (Le puede interesar: Recuerdos del Cauca, la tierra de Cristian Zapata)

Ya en el Mundial de Italia de 1990, Falcao le pegaba bien al balón y era mucho mejor que los niños de su edad. No se quitaba los uniformes de fútbol y siempre quería estar jugando con una pelota. Que Colombia fuera a participar en ese evento le generó una gran ilusión junto a su familia. Higuita, Valderrama, Rincón y Redín eran los jugadores que reconocía. Sin embargo, por el amor a Argentina, y en particular a Diego Armando Maradona, esos partidos los quería ver siempre.

El gol de Rincón a Alemania fue el máximo momento de alegría por ese tiempo en la casa de la familia García Zárate en Medellín (Radamel jugaba en el DIM). Lo vieron en compañía de amigos y familiares. Cuando Rincón recibió el pase de Valderrama y definió por debajo de las piernas del arquero Bodo Illgner, los gritos, incluidos los de Falcao, fueron ensordecedores. (Lea: "Colombia es más potente que hace cuatro años", Hasebe, capitán de Japón)

Esa imagen de celebración colombiana, más lo que generó ese empate, la final entre Argentina y Alemania, y el título de los teutones, fueron los elementos que marcaron el inicio del sueño mundialista del hoy delantero de la selección colombiana de fútbol. A partir de ahí, quiso estar todo el tiempo pegado de su padre, acompañándolo en cada entrenamiento y partido. Era su hincha más fiel. “Él creció en un camerino de fútbol y desde muy niño decía que quería ser futbolista como su papá”, recordó Juana con emoción.

A pocos días del inicio del Mundial de Estados Unidos de 1994, cuando vivían en Venezuela, Radamel y Juana le dieron a Falcao, de 8 años, la noticia de que tendría una hermana. Algo que anhelaba desde hacía varios años. Comenzó el Mundial y esa noticia, sumada a la presencia de Colombia, lo llenó de optimismo. Quería ver todos los partidos de la selección y celebrar los goles como Faustino Asprilla, pero haciendo una media luna sobre el colchón de la cama de sus papás. La eliminación del equipo dirigido por Francisco Maturana, más la posterior muerte de Andrés Escobar, le dolieron mucho a la familia, sobre todo a Juana Carmenza. “Él me consoló y me abrazaba”, recuerda. Luego, con el título de Brasil, el más feliz fue Radamel papá, amante del jogo bonito. (Puede leer: José Pékerman: "Esperaremos a James hasta la última revisión para saber su estado")

Cuando fue el Mundial de Francia de 1998, los García Zárate ya habían regresado de Venezuela a Colombia. Falcao estaba estudiando en el colegio Nuevo Gimnasio Cristiano y sus días se pasaban entre entrenamientos con las escuelas de fútbol, los cuadernos y los libros. Por el ritmo de vida que llevaba, no pudo ver los partidos que hubiese querido. A pesar de que sus padres le habían inculcado el amor por el fútbol de Brasil, su selección preferida, a parte de la colombiana, era la de Argentina, como si supiera que, años más adelante, en ese país se daría a conocer ante el mundo.

En Corea y Japón 2002, Falcao vio por primera vez un Mundial sin la presencia de Colombia. En ese tiempo vivía en la pensión de River Plate, en Argentina, y eran habituales las llamadas telefónicas desde Bogotá, en las que el tema central de conversación era lo que ocurría en las madrugadas con los partidos de la Copa del Mundo. “Recuerdo que, en una conversación telefónica, para motivar a Falcao, Radamel le dijo que si él quería algún día jugar un Mundial debía ser dedicado, entrenar bien y estar pegado de Dios”, asegura Juana, quien ya está en Saransk para ver el debut mundialista de su hijo. (Puede leer: Un milagro llamado Juan Guillermo Cuadrado)

Cuando fue el Mundial de Alemania 2006, Falcao ya sabía lo que era ponerse la camiseta de la selección Colombia. Había logrado salir campeón del sudamericano Sub 20 de 2005 y debutado en el equipo profesional de River. Vio esa Copa con la ilusión de poder algún día estar allí, haciéndole mucha fuerza a la selección de Argentina, que en ese momento era dirigida por quien hoy es su DT, José Pékerman.

Antes de que comenzara la eliminatoria para Sudáfrica 2010, Falcao debutó en la selección absoluta. Su sueño de Mundial era palpable y dependía de él poder cumplirlo. Claro que se falló en el intento de clasificar y terminó viendo los juegos por televisión. Por esos días vivía junto a su esposa Lorelei Tarón en un apartamento en Porto, Portugal. (Le puede interesar: Los héroes accidentales de los Mundiales)

La llegada de José Pékerman fue un impulso para Falcao en la selección. Se consolidó como el referente y uno de los líderes del plantel. Eso se notó en la cancha y por eso terminó como el goleador del equipo nacional en la Eliminatoria, marcando dos goles en el juego que le dio la clasificación al equipo nacional a Brasil 2014.

La lesión de rodilla, la caída, el sufrimiento, los días largos y oscuros. El Mundial se esfumó para Falcao. Fue al primer partido de esa Copa del Mundo ante Grecia, en Belo Horizonte. Luego viajó a Europa para seguir con su recuperación. “Él nunca dejó de creer, sabía que las promesas de Dios se cumplirían. Claro que no fue fácil, pero vi a un hijo guerrero y valiente”, destaca su madre. (Vea: Así es Japón, el primer rival de Colombia)

Disfrutó a la distancia, desde un hotel en Madrid, de la buena actuación de sus compañeros. De los goles de James, las atajadas de Ospina. Luego se sintió motivado cuando regresó a las canchas y tras cruzar un largo desierto por Inglaterra, en donde no brilló en Manchester United ni Chelsea, se volvió a poner la camiseta de la selección. Aportó en la parte final de la eliminatoria a Rusia 2018 para sellar la clasificación.

Este martes, cuando ingrese a la cancha del estadio Mordovia Arena, de Saransk, Falcao no solo cumplirá su sueño mundialista, sino que le demostrará una vez más a su papá que sigue haciendo realidad todo lo que le prometió de niño. Con 32 años, y luego de ver ocho Mundiales por televisión, ahora él será el protagonista. Sueño cumplido. (Vea aquí nuestro especial sobre el Mundial de Rusia 2018)

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Por Luis Guillermo Montenegro - Enviado especial a Rusia

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