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La historia de Henry Rodríguez: así es vivir preso en China y volver 12 años después

En un viejo Carrefour se comprometió a exportar en sus intestinos 700 gramos de coca. En China lo agarraron, lo encadenaron y lo sentenciaron a pasar 12 años preso. Parece haberse quedado en el 2010, pues todavía referencia el cine de Schwarzenegger y apenas hace unos días debutó con un celular táctil. Volvió a ser feliz en la casa que sus hijos, ahora adultos, sostuvieron por él.

Jhoan Sebastian Cote y jcote@espectador.com / @SebasCote95
26 de febrero de 2023 - 08:51 p. m.
Henry Rodríguez tiene 64 años, de los cuales pasó 12 privado de su libertad en China.
Henry Rodríguez tiene 64 años, de los cuales pasó 12 privado de su libertad en China.
Foto: Jhoan Sebastian Cote Lozano

Hablar con Henry Rodríguez es como ganarse un viaje al 2010. Conversar en pleno 2023 sobre cómo David Murcia Guzman caía preso en Estados Unidos por inventarse aquella pirámide o sobre como el gobierno Uribe Vélez, según recuerda, dejó sometidas a las extintas Farc. Es un hombre que parece quedado en el tiempo, pero su historia no tiene nada de fantasía. En realidad, es el caso de un profesor que recién hace unos días regresó de China, donde pagó una condena de 12 años por narcotráfico. Recibió a El Espectador en su casa, luego de pasar por uno de los sistemas penitenciarios que peor trata a los narcos y que por poco lo condena a morir privado de su libertad.

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Una historia de San Cristóbal

“Yo no puedo con este televisor. Yo le digo a mis hijos que me pongan la película. En mi tiempo todo el mundo veía Caracol o Rcn, y ahora es todo películas. Dicen que todo pasado es mejor, pero tiene que haber progreso. Los hijos me dicen que tenga paciencia, que yo voy aprendiendo. Ahora todas las citas y las cuentas son con celular. Queda uno loco”, dice Henry Rodríguez sentado en su sofá, en una casa de la localidad de San Cristóbal, al oriente de Bogotá. Aunque todos los electrodomésticos y el diseño de la sala están a la vanguardia, hay un grupo de enseres que siguen desactualizados: las fotos de Henry Rodríguez. De ese profesor de idiomas, padre de tres hijos, no hay un solo recuerdo en papel desde mediados de 2010.

Hace 13 años la vida era otra. Rodríguez trabajaba en un colegio a tiempo completo, donde enseñaba inglés e historia. Todo cambió cuando la madre del profesor falleció, lo que terminó en una depresión tan profunda que Rodríguez renunció a todo. Pero las cuentas no tuvieron consideración. “Empezaron los problemas con mi esposa, que me decía que estaba pagando todo. El abogado de la caja social de ahorros llamaba hasta de noche”, recuerda. Según su versión, en lo que era un antiguo Carrefour del barrio 20 de Julio se encontró a uno de esos amigos que estaba en “negocios turbios”. Le comentó que estaba ahogado en deudas, ante lo cual le propusieron, dijo, irse de “mula” a Kazajistán y llevar 700 gramos de cocaína, a cambio de USD $15.000

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Llevar droga en los intestinos

Lo siguiente que recuerda Rodríguez es que se tragó más de una decena de cápsulas de coca como si fuese el mismo protagonista de María Llena Eres de Gracia. En apenas días ya estaba en Kazajistán, donde lo recibieron tres personas, a quienes les entregó las cápsulas después de haberlas cagado y lavado. Allí, le hicieron una nueva y mejor propuesta: USD $10.000 a cambio de volar a Beijing, China. Rodríguez se volvió a tragar la droga —exponiéndose a morir si tan solo se reventase una—, pasó seis horas en un avión y aterrizo en la capital china, donde lo recibieron en un apartamento arrendado. Al otro día llegó el “señor del Carrefour”, pero trajo consigo el peor momento en la vida del profesor Rodríguez.

“Le dije: ‘eso es suyo. Ya la he entregado dos veces. Necesito mi plata. Necesito irme’. Me dijo: ‘espere que ya llega el comprador’. Llegó uno de los señores que estaba en Kazajistán. Era un falso positivo. No fue sino que llegara y entraron 20 policías. Estaban vestidos como en las películas de Schwarzenegger. Ahí fue cuando me di cuenta de que yo iba vendido. Uno es terco. Pero es que yo no tenía pasaje de regreso y yo ya me las había olido. Yo fui capturado de una”, dijo Rodríguez. Lo llevaron a un centro de detención por ocho meses, donde solo tuvo una llamada para explicar lo que pasó a su familia.

Del otro lado del mundo contestó el teléfono Henry Mauricio Rodríguez, hijo del profesor, quien para 2011 apenas superaba los 18 años. Empezó, a la vez, la gestión del consulado colombiano, el cual le hizo llegar a la familia la confesión de Rodríguez a la justicia. “Yo leía ese informe y me ponía a llorar. Mi papá le indicaba al fiscal en China que lo había hecho por necesidad, que era profesor y que lo había hecho porque no había tenido una oportunidad más de saldar los compromisos que tenía pendientes”, explicó. Por medio de correos, además, Henry Mauricio se enteró que su padre había sido condenado a 15 años de prisión y que, por tanto, desde entonces estaría obligado a ocupar su puesto en el hogar, también preso de la ilusión por verlo de nuevo.

Estar preso en China

En Colombia, cargar 700 gramos de coca se castiga con penas de hasta 12 años de cárcel. Cuando a Rodríguez se le pregunta si le pareció justo su sentencia de 15 años, responde con un contundente “sí”. Pero no porque creyera que eso era lo que merecía, sino porque, de no haber confesado su delito, lo hubiesen podido sentenciar a muerte. “En Beijing habíamos seis hombres, entre ellos dos mujeres y dos sentenciados a muerte. La vida de los sentenciados a muerte era terrible. Los encadenan de manos y de pies. Y el que va a hacer del cuerpo, imagínese con esas cadenas. Ellos sufrían. Esas eran como cadenas de la época de la inquisición. Gruesas. Esa es gente mala, la de China. Los dejaban los pies marcados. Recuerdo que uno murió sentado en una celda”, agrega.

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Rodríguez estaba incomunicado. Dice que en más de una década pudo llamar a Colombia menos de 10 veces. En las celdas que no eran para extranjeros, aunque eran tan pequeñas como un baño, dormían hasta 12 personas. A Rodríguez lo levantaban diariamente a las 6 de la mañana. Lo bañaban con la ropa puesta. Si el policía amanecía de buenas pulgas, lo dejaba cambiarse, si no le tocaba estar así todo el día. ¿Y la comida? Arroz con repollo y agua. Con suerte, en el año nuevo chino, se servía carne de serpiente o “sancocho de perro”. La benevolencia del penal se medía en kilos de carne de caimán. “El hambre era tan abismal que los africanos se comían hasta el pasto de la cárcel”, dice.

El día más triste que recuerda Rodríguez fue a mitad de su condena cuando llamó a Colombia y se enteró que Jefry, uno de sus hijos, fue operado de apendicitis y de los pulmones. No recuerda haber sentido tanta impotencia como padre como aquella vez. En enero pasado, un guardia le avisó que quedaría libre, luego de una reducción por buen comportamiento. Rodríguez no recuerda el día de su libertad con alegría y la razón está en Jorge Bermúdez. Se trata de su antiguo compañero de celda, uno de esos paisas del eje cafetero, con quien convivió 11 años. “Cuando nos despedimos el hombre me abrazó. Yo también. Me dio mucha tristeza porque él tiene sentencia de vida. Y vida es vida”, dice cambiando la sonrisa de su rostro por primera vez en la entrevista.

Según le respondió la Cancillería a El Espectador, en China permanecen presos un total de 53 personas (45 hombres y ocho mujeres). La gran mayoría están privados de su libertad por el delito de narcotráfico. Solo dos están en juicio y el resto ya están condenadas. Las penas son severas, pues van desde la muerte, la cadena perpetua hasta una década tras las rejas. No se reconoce el tiempo que se demora el juicio y que la persona pasa detenida mientras obtiene su sentencia, como sí sucede en Colombia. Se supone que está andando un tratado para la repatriación de nacionales en China, impulsado por el exministro de Justicia del Gobierno Duque, Wilson Ruiz. Sin embargo, no hay noticias desde junio de 2021.

El regreso a casa

Rodríguez se dio cuenta, por primera vez, que el tiempo hizo lo que quiso cuando se subió al avión que lo llevó primero a París (Francia). Le costaba entender por qué todos tocaban una y otra vez las pantallas incorporadas en las sillas, hasta que descubrió que, en este nuevo mundo, la tecnología es táctil. De París, el consulado le dio un tiquete directo a Bogotá, donde sus hijos y su esposa padecían el punto máximo de una especie de ansiedad familiar. “El regreso de mi papá fue una alegría que no había sentido en muchos años. Yo no lo creía porque mi mamá me había dicho en la última llamada, hace dos años, que dizque ya venía. Y nunca venía. Cuando yo lo vi en el aeropuerto. Yo salí corriendo…”, recuerda Henry Mauricio entre lágrimas.

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“Eso me dio aquí en la casa como hasta la 1:30 de la mañana. Hable y hable. Fue un encuentro muy bonito. Yo decía: ‘Uy, mis hijos ya están grandes’. Yo duré dos años sin hablar con ellos. Fue una alegría ver lo que hicieron por mí. Ellos le invirtieron esta casa -dice mirando alrededor-. No hicieron todo lo contrario. Permanecieron aquí”, concluye el profesor. Cuando se le pregunta por el presente nacional, dice que a Uribe le tocó una época dura y que Petro hace bien al tenderle la mano al Eln, el cual, sorpresivamente para Rodríguez, sigue alzado en armas. Sonríe ante cada pregunta. Saca la última foto que le tomaron antes de viajar y se sorprende por cuanto ha cambiado. Tiene 64 años, de los cuales 12 parece que no los vivió en realidad, por estar encerrado a medio mundo de distancia.

Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.

Por Jhoan Sebastian Cote

Comunicador social con énfasis en periodismo y producción radiofónica de la Pontificia Universidad Javeriana. Formación como periodista judicial, con habilidades en cultura, deportes e historia. Creador de pódcast, periodismo narrativo y actualidad noticiosa.@SebasCote95jcote@elespectador.com

Por jcote@espectador.com / @SebasCote95

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