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Cuando lo encontraron en Tigre, Argentina, Pablo tenía apenas cuatro meses y el cuerpo cubierto de tierra. Le picaba todo, buscaba comida en la basura y comía lo que encontraba, solo para sobrevivir.
No pedía nada: apenas miraba, como si esperara que alguien, por fin, lo viera. Y alguien lo vio.
Desde que fue rescatado por Rescatando Mini Patitas, el cachorro cambió por completo. Le dieron medicación, baños tibios y, sobre todo, cariño. Poco a poco volvió a mover la cola, a saltar de alegría cuando veía llegar a alguien, a seguir de cerca cada paso.
Pablo descubrió el amor, pero parece que lo sintió demasiado.
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Lo adoptaron cinco veces. Y cinco veces lo devolvieron. Decían que era “intenso”, que “saltaba mucho”, que “se entusiasmaba demasiado rápido”.
Pero Pablo no sabe querer a medias. Cuando salta, no es por mal comportamiento: "es miedo a que te vayas".
Cuando sigue a su cuidador, no es por insistente: es porque pasó mucho tiempo solo y aún no aprendió a confiar del todo.
Pablo no muerde; a veces rompe una chancla. Pero ama con toda su energía, con todo su cuerpo, con todo su corazón.
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Y lo único que necesita es una familia que entienda que su amor no es un problema, sino su forma de agradecer.
Hoy sigue esperando. Sigue moviendo la cola cuando escucha pasos. Sigue creyendo que, en algún lugar, hay alguien tan loco de amor como él.
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