La larga novela sobre el uso de TikTok en Estados Unidos estaría escribiendo su capítulo final. El jueves pasado, el presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva que allana el camino para que un grupo de inversionistas estadounidenses administre una versión nacional de TikTok, separada de su dueño chino, ByteDance.
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En enero, la aplicación fue prohibida en EE. UU. tras entrar en vigor una ley que obligaba a ByteDance a vender sus operaciones locales. Aunque el servicio se suspendió temporalmente, Trump pospuso la medida varias veces con decretos ejecutivos.
El argumento de Washington siempre fue el mismo: TikTok representa un riesgo porque podría dar al gobierno chino acceso a los datos de 170 millones de usuarios y manipular los contenidos que consumen.
En síntesis, Trump busca con este acuerdo preaprobado convertir la aplicación en una versión “americana”, entregando su control a millonarios inversores cercanos a su línea de gobierno, quienes considera más idóneos para acceder a los datos de millones de los estadounidenses.
El problema es que esta “solución” replica el mismo problema del que Trump se quejaba: la aplicación favorita de millones ahora podría quedar en manos del mismo poder mediático que domina Estados Unidos, solo que ahora es uno que favorece al presidente. Aunque el marco del acuerdo cuenta con respaldo inicial de Washington y Pekín, todavía necesita la aprobación de reguladores en ambos países.
El motor de todo: el algoritmo. ¿Qué significa para la gente?
Como explica la investigadora Kelley Cotter, profesora de Ciencias de la Información en Penn State, el verdadero corazón de TikTok no es la aplicación en sí, sino su algoritmo de recomendación, la célebre página “Para ti”.
Ese motor se alimenta de datos de comportamiento —tiempo de visualización, likes, comentarios, seguidores— para predecir qué contenidos mantendrán la atención del usuario.
“El valor del algoritmo reside en su asombrosa capacidad para anticipar las preferencias de contenido de los usuarios. Muchos afirman que los conoce mejor que ellos mismos”, señala Cotter. “Comprar TikTok sin el algoritmo sería como comprar un Ferrari sin motor”, resume en The Conversation.
El acuerdo entre Trump y Xi Jinping plantea que ByteDance no venderá el algoritmo, ya que China lo considera tecnología estratégica. Pero sí permitiría que la versión estadounidense lo utilice bajo licencia y lo reentrene únicamente con datos de usuarios estadounidenses. Esto abre la puerta a un cambio en el “sabor” del feed: un TikTok menos global y más marcado por los patrones culturales y políticos de EE. UU.
Más inquietante aún, según Cotter, es que el gobierno estadounidense y Oracle supervisarían ese reentrenamiento. Esto significa que no solo los inversionistas, sino también la propia Casa Blanca, tendrían influencia sobre cómo se modera y prioriza el contenido.
De Pekín a Murdoch
Para Alejandro Bohórquez-Keeney, docente de la Universidad Externado de Colombia, Trump tiene un objetivo claro: “Con una visión más mercantilista, busca que al tomar control de TikTok, esta plataforma china quede bajo la supervisión del gobierno estadounidense. Esto refuerza un terreno en el que EE. UU. aún mantiene ventaja sobre China: el ámbito mediático”.
Pero la pregunta es inevitable: ¿quiénes son los nuevos árbitros? La aplicación quedaría en manos de inversionistas como Oracle y Rupert Murdoch. En 2025, Oracle fue acusado de una grave brecha de seguridad en su servicio de nube que comprometió millones de datos. Murdoch, por su parte, es criticado por su imperio mediático —que abarca el New York Post, la cadena Fox y otros medios— y es acusado de manipular la información y afectar la democracia.
A esto se suma un ecosistema ya dominado por figuras como Mark Zuckerberg —dueño de Facebook, Instagram, Threads y WhatsApp— y Elon Musk, propietario de X. Ambos controlan sectores completos del espacio digital y han sido cuestionados por prácticas que van desde la censura hasta la supresión de la competencia.
En palabras de CNN, esta concentración de propiedad digital es un “riesgo tangible” para la democracia: menos diversidad de voces, más poder en manos de pocos.
¿Democracia digital o control político?
Trump no ha ocultado su interés en la influencia política de TikTok. “Si pudiera hacerlo 100 % MAGA, lo haría”, dijo en tono medio jocoso, refiriéndose a su movimiento Make America Great Again. Aunque prometió que la nueva plataforma trataría “de manera justa” a todas las ideologías, la frase refleja el riesgo de instrumentalizar la aplicación con fines partidistas.
Ese riesgo es aún mayor de cara a las elecciones intermedias de 2026. Según el Pew Research Center, uno de cada cinco estadounidenses se informa regularmente a través de TikTok, una cifra que ha crecido desde 2020. Alterar el algoritmo, modificar normas de comunidad o simplemente cambiar los incentivos de la plataforma podría tener un efecto directo sobre la calidad del debate público y la decisión de los votantes.
Como advierte Cotter, los algoritmos son “muy sensibles al contexto”: reflejan los valores de quienes los diseñan, los intereses de quienes los financian y los marcos legales en los que operan. Una TikTok bajo control estadounidense difícilmente será un espejo fiel de la actual aplicación, pero con otro dueño.
Una “solución” que repite el problema
La americanización de TikTok se presenta como un triunfo frente al riesgo de injerencia china. Sin embargo, el remedio parece repetir la enfermedad: concentración de poder, posibles sesgos políticos y una mayor dependencia de corporaciones que ya dominan la esfera digital.
El cambio de manos no elimina las amenazas a la democracia digital: solo las traslada de Pekín a Silicon Valley y a los socios políticos de Trump. El verdadero dilema, entonces, no es si TikTok será china o estadounidense, sino si seguirá existiendo un espacio digital diverso y democrático, capaz de escapar al control de gobiernos y monopolios.
“Esto es una forma de ejercer regulación y control sobre lo que circula en TikTok. Hemos visto que Trump tiende a intervenir en los medios. De hecho, algunos comediantes y humoristas han sido censurados en un país que se supone es la tierra de la libre expresión. Esto pone en jaque ese principio, porque sabemos que a Trump no le gusta que lo contradigan ni que se difunda propaganda en su contra”, concluye Bohórquez-Keeney.
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